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Por Cecilia Hopkins Desde su título intrigante, la obra de Pedro Sedlinsky La mano en el frasco en la caja en el tren ya augura un misterio que tarda lo suyo en ser develado. Los pormenores de una oscura historia que incluye un hecho de sangre se conocen durante el agotador viaje en tren que comparten dos hombres. Kapusta es quien encarga la tarea sucia, Anselmo, quien obedece a pesar suyo. La misión que debe ser realizada el asesinato de una mujer no tiene los móviles pasionales que tradicionalmente motivan los asesinatos por encargo. El sacrificio ritual tiene más que ver con la obtención de un trofeo. Este testimonio del acto de violencia contra otro tiene valor para quien lo patrocina porque representa su poder absoluto. El triunfo sobre una víctima elegida con el ardor ciego del coleccionista. Como toda cacería, este ritual sangriento requiere una planificación minuciosa que incluye tácticas determinadas, además de tiempo y paciencia. De esto tiene amplia experiencia el avezado cazador, a cargo de Roberto Castro, también director del espectáculo (un actor que se destacó en la reciente puesta de Galileo Galilei, de Bertolt Brecht, realizada por Rubén Szchumacher). En cambio, a Anselmo (Diego Peretti) le cuesta dominar sus reacciones: luce brusco y rencoroso a causa de lo que le ha tocado protagonizar: ya ha comprendido que su rol es también el de la víctima, en su caso, del propio sentido de la obediencia. Instigador y subalterno, cada uno se instala respectivamente en la expresión de la confianza y el recelo. El humor apenas se cuela en las intervenciones de la camarera, a cargo de la modelo y actriz Mariana Arias.El vínculo que ambos hombres ya han establecido antes de iniciar el viaje cambia casi imperceptiblemente a medida que transcurre esta historia, cuyas secuencias se ofrecen con el orden temporal alterado. Cada escena tiene una coloración general que tal vez haga que todas ellas se parezcan demasiado entre sí, como también sucede con las intervenciones del narrador -.a cargo del personaje interpretado por Peretti que se cumplen con una misma voz caudalosa y contundente, de pie, bajo una luz roja que le distorsiona el rostro en zonas de luces y sombras. Sugerentes y muy cuidados, los aspectos visuales del espectáculo la escenografía de Jorge Ferrari y la iluminación de Eli Sirlin, especialmente remiten a la imagen del interior de los trenes que aparecen en la obra del norteamericano Edward Hopper. La atmósfera extrañante se ve aquí favorecida, además, por una fina tela tensada a guisa de telón de boca, que separa la platea de la escena.
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