A los 96 años murió el poeta español Rafael Alberti, el último representante de la vanguardista Generación del 27. Junto con Federico García Lorca revolucionaron la poesía en castellano.
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Por Alfredo Grieco y Bavio El asesinato de Federico García Lorca por los franquistas en 1936, al estallar la Guerra Civil Española, marcó con violencia una divisoria de aguas en la llamada Generación del 27. Algunos, los menos, se quedaron del lado de Francisco Franco y obtendrían premios y prebendas de la dictadura que terminaría con la muerte del caudillo falangista en 1975. Otros, como Rafael Alberti, vivirían esos años en el exilio, la proscripción y aun la militancia política por el retorno de España a la democracia. En el caso de Alberti, esta errancia lo llevó a Francia, a la Argentina --donde permaneció más tiempo-- y después a Italia. Con la muerte de Alberti, casi centenario, y en su Cádiz natal que fue el tema de tantos de sus poemas, llegó a una culminación necesaria la llamada Generación poética del 27. Junto con Federico García Lorca, Pedro Salinas, Manuel Altolaguirre, Luis Cernuda, Jorge Guillén, formaron la vanguardia literaria mejor atendida por los lectores en español del siglo XX. Un éxito que ningún otro grupo alcanzó, si no es el boom latinoamericano de la década del 60, y que llegó a un clímax con el Premio Nobel para Vicente Aleixandre en la década del 70. Entre los dos éxitos mayores de la literatura en español del siglo, Alberti significó de algún modo un puente que señalaba una permanencia, una pareja fe en los poderes de la palabra. Porque si Alberti fue de algún modo el continuador y sobreviviente de García Lorca, también lo fue de otro amigo suyo, el chileno Pablo Neruda. Como Neruda, Alberti es uno de los más grandes poetas comunistas en español. Alberti compartió el mismo entusiasmo de una generación, ya mucho más joven, por la euforia de una revolución posible, y en castellano, que había despertado el éxito inicial de la Cuba de Fidel Castro. Alberti había nacido en 1902, en Cádiz, una ciudad española sobre el Atlántico. El mar y las aguas habían de ser una constante en su poesía. Su primer libro, Marinero en tierra (1924), anticipaba todo el programa que llevaría adelante su generación, que ganaría su nombre en 1927 al celebrar un centenario de Luis de Góngora y Argote, un poeta vilipendiado en el siglo XVII. En plena eclosión de la vanguardia surrealista, ultraísta y creacionista, los del 27 rescataron las formas populares y revaloraron la tradición poética hispánica, sobre todo formas de arte menor, de versos breves que a veces parecieron ligeros. El libro le valió a Alberti el Premio Nacional de Literatura al año siguiente. Lo siguieron Cal y Canto (1927), Sobre los Angeles (1928), Sermones y moradas (1930). Como sus compatriotas Luis Buñuel y Salvador Dalí, Alberti se interesó por el cine y por la pintura, y en su obra de aquellos años se advierten las yuxtaposiciones oníricas, la estética del "objeto encontrado", traspuesto a un escenario inesperado, que predicaba el surrealismo. Dedicó poemas al cine mudo, con su humorismo absurdo. Y con los años, Alberti se dedicaría crecientemente a la pintura. En 1931, hijo de padres burgueses, Alberti se afilia al Partido Comunista. Con García Lorca funda la asociación de intelectuales antifascistas. En la Guerra Civil (1936-1939), luchó en el Frente Popular contra Franco. En esos años escribió los poemas elegíacos por las ilusiones perdidas que forman El poeta en la calle. Con el triunfo del falangismo en la guerra, la obra de Alberti se continuó en sus países de residencia. Entre el clavel y la espada, A la pintura, Baladas y Canciones del Paraná, Noche de Guerra en el Museo del Prado son algunos de los títulos de la poesía que siguió. Porque Alberti fue, también, uno de los poetas más prolíficos de la lengua española.
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