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Un film afiebrado, como el cerebro de un genio

Darren Aronofsky, el niño mimado del cine independiente de fin de siglo, concreta en “Pi” un “tour de force”, al contar la historia de un matemático en busca de un patrón de las fluctuaciones de la Bolsa.

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La leyenda dice que el film costó apenas 60 mil dólares.Su estética es extraña, modernísima y a la vez algo retro.

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Sean Gullete es el genio que está en el centro de la historia.“Quise hacer un film sobre la matemática y los judíos”, dijo el director.


Por Horacio Bernades

28.gif (6527 bytes) t.gif (862 bytes) “Las matemáticas son el lenguaje de la naturaleza”, razona o delira Max Cohen, joven genio de las matemáticas. “Todo puede ser representado por números, todo en el universo se rige por los mismos patrones. Sólo se trata de descubrir cuál es ese patrón.” Persiguiendo esa quimera, buscando el orden secreto del universo, el genio perderá la cabeza. Meter al espectador dentro de ese cerebro, hacerlo partícipe de los cálculos, anotaciones y obsesiones del matemático, es la quimera a la que apunta el joven Darren Aronofsky (28 años en el momento de empezar el rodaje). Esa quimera se llama Pi. Filmada entre amigos a lo largo de dos años y por apenas una bicoca, fotografiada en un blanco y negro que parece de Super 8, esta ópera prima suena como el sueño perfecto del joven cineasta independiente. Y del cineasta-matemático: ganadora del premio a la Mejor Dirección en el Festival de Sundance, los beneficios obtenidos multiplicaron varias veces su ínfimo costo (60.000 dólares). Aronofsky se convirtió al mismo tiempo en cineasta de culto y en una muy buena inversión. Por estos días estrena en EE.UU. su segunda película, realizada en condiciones más profesionales y con actores conocidos.
Habitante de esa capital de la obsesión y la paranoia que es Nueva York, Max Cohen vive encerrado en un segundo círculo, el de su sórdido departamentito. Allí intenta extirpar a una computadora los misterios de la creación. Sus vecinos no tienen nombre; la compu, sí. Se llama Euclides y es un modelo jurásico, se diría que salido de Flash Gordon o algún otro viejo serial. Pálido, con el pelo revuelto y como aspirado hacia arriba, Cohen parece, a su vez, salido de un film expresionista alemán, de La novia de Frankenstein o de Eraserhead. Desde su reducto, el afiebrado muchacho ansía develar los patrones que rigen el orden universal, el verdadero sentido del número Pi. En su versión práctica, intentará develar cuál es el orden detrás del aparente caos del Mercado de Valores de la Bolsa de Nueva York. La variante mística lo lleva a querer desentrañar el Caos con mayúscula. Pronto comenzará a alucinar cerebros vivos en el subterráneo y será perseguido por dos grupos simétricos de conspiradores, los financistas y los cabalistas. O creerá serlo: si todo ocurre afuera o adentro de la cabeza del protagonista es una pregunta que hábilmente, Aronofsky se ocupa de no responder.
Hijo de la MTV, Aronofsky cuenta su historia bombeando imágenes a 24.000 cuadros por segundo e impulsado por el tecno que aportan el músico Clint Mansell y otros gurúes del rubro. Aunque no le deje al espectador ni un mísero resquicio para poner a prueba la lógica del relato, esa rítmica frenética pinta a la perfección el sobreexcitado paisaje cerebral del protagonista, y a la vez le marca un pulso a la película. Cohen no para de tomar pastillas, se inyecta quién-sabe-qué para calmar la ansiedad y escribe un diario vertiginoso, que el sonido off escupe a mil por hora. Vertiginosas son, también, las múltiples referencias que se apilan en el curso del relato, a toda velocidad. Enciclopédico y acumulativo, Pi incursiona en los temas más diversos, desde la alta matemática a la mitología griega, desde la kaballah judía a la teoría del caos, desde la hermética a la cibernética, desde Arquímedes y Pitágoras al ocultismo y la numerología. Por momentos, da la sensación de que la de Aronofsky es, más que una película, un site, y la cantidad de links que ofrece puede llegar a generar sobrecarga. O tal vez se trate sólo de espejismos, macguffins, excusas para disparar la trama. Sea como fuere, la mecánica de thriller funciona, y Pi logra taladrar el cerebro del espectador con un montón de preguntas, sospechas, cálculos y persecutas. De tanto citar y fagocitar referencias, al final termina parafraseando el clímax de Tiempo de revancha, un film que difícilmente Aronofsky haya visto. Misterios de una ciencia oculta llamada cine.

 

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