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PANORAMA POLITICO

Todo el mundo se volvió amable
para elegir

por Luis Bruschtein


Y de repente, todo el mundo se volvió amable. Eduardo Duhalde visitó a Fernando de la Rúa, Carlos Menem abrió las puertas de la Casa de Gobierno a los equipos de la Alianza, De la Rúa dice que se ampliarán las responsabilidades de su vicepresidente Chacho Alvarez. Si las urnas hablaran, como dicen los políticos, dirían gobernabilidad y equilibrio. No se trata de calificar el resultado sino de descifrarlo. Y la distribución intrincada del poder político que produjeron las elecciones del domingo sólo puede descifrarse con esa fórmula.
El gobierno nacional tiene un color y la mayoría de los provinciales tienen otro. En la provincia de Buenos Aires, la gobernación es de un color y el Congreso de otro. Y hacia dentro de las fuerzas políticas en puja, se plantean situaciones similares. El justicialismo sale de esta etapa dividido en por lo menos dos sectores: el de Carlos Menem que apuesta a la alianza social más conservadora, entre los más pobres y los más ricos; y el de Eduardo Duhalde con un discurso que intenta regresar a la alianza histórica del peronismo entre trabajadores, capas medias y pequeños y medianos empresarios. Y además resulta inédito para el justicialismo haber perdido el gobierno en elecciones democráticas, lo que acentúa su crisis de liderazgo y lo dispersa. De aquí en adelante y por bastante tiempo, el Pj deberá manejarse con alianzas y consensos internos y externos.
A su vez, el gobierno nacional está integrado por una coalición entre el Frepaso y la UCR que debe trabajar sobre la base de acuerdos y consensos. No hay una fuerza arrolladora en el gobierno ni en la oposición. Las golpeadas economías provinciales dependen en gran medida del Estado nacional. Pero a su vez, el gobierno nacional depende en gran medida de los provinciales para operar su relación con la oposición justicialista.
No parece un escenario para grandes medidas o cambios de rumbo drásticos para uno u otro lado porque cada paso implicará un paciente tejido de acuerdos y consensos. Tampoco es el escenario que recibió Raúl Alfonsín con un mandato democrático muy marcado, ni el que recibió Carlos Menem con un desequilibrio marcado de los factores de poder tras la hiperinflación.
Pero hay un cambio con respecto al período anterior. Es que en este cuadro, donde todas las fuerzas están obligadas a consensuar, también lo está el poder económico porque no hay una fuerza hegemónica que lo represente. Se acabó el unicato que tenía con Carlos Menem. No quiere decir que no consiga sus objetivos, sino que para hacerlo tendrá que negociar. Será una negociación desigual con un Estado raquítico y con fuerzas políticas muy parejas, pero ese pequeño margen marca una diferencia. Claro que no es mucha si se la compara con el desolador panorama social y laboral que dejaron los diez años de administración justicialista. Es más fácil que las sorpresas surjan por el lado de los ajustes que por la defensa del trabajo.
Son rounds de tanteo y estudio. Pero pese a la armonía poselectoral comenzaron a sonar algunas notas discordantes en la provincia de Buenos Aires, donde el gobernador electo Carlos Ruckauf parece decidido a darle vuelta la espalda definitivamente a lo que él llama “el progresismo” para mantener su línea de seducción hacia la derecha. La difundida propuesta de Aldo Rico para encabezar la seguridad bonaerense apunta en esa dirección. “Cuando Rico está disconforme con algo, va y lo toma, como hizo con la Escuela de Infantería de Campo de Mayo y con el Hospital Larcade. A la Bonaerense hay que manejarla así, con mano de hierro: comisaría mala, comisaría tomada”, razonan los colaboradores del inminente gobernador.
Todos los argumentos para la designación de Rico se apoyan en una filosofía conocida en Argentina: a los excesos (el recrudecimiento de la delincuencia) hay que reprimirlos con otros excesos (una policía dura). Una parte de la población piensa así, pero es una minoría siempre proclive a llevar ese razonamiento a otras instancias, como sucedió con las dictaduras. No se lo designa por sus virtudes, que seguramente las tendrá, sino por sus defectos, que seguramente los tiene.
Chacho Alvarez advirtió que sería un retroceso con respecto a la política concertada entre el oficialismo y la oposición bonaerense en temas de seguridad. La Alianza bonaerense se remueve con inquietud. Como gobernador electo, Ruckauf tiene la libertad de designar a quien le parezca y asumir las consecuencias de esa decisión. La Alianza, que controla las dos cámaras del Parlamento provincial, lo toma como una provocación y en esto coinciden frepasistas y radicales, aunque algunos prefieren sospechar que Ruckauf, de vacaciones en Brasil, presenta una propuesta de máxima para negociar después el candidato verdadero.
Puede ser que a Ruckauf no le importe el “progresismo”, pero sí le importa zafar del rincón donde quedó acorralado su antecesor en temas de seguridad. Porque allí, cualquier escándalo por “mano dura”, “mano blanda” o por corrupción policial, le explotaba en la cara. Los asesores de Ruckauf tienen una visión muy pragmática, casi menemista, de la concertación que había impulsado Eduardo Duhalde: compartía los aplausos con la Alianza –estiman– pero monopolizaba los cachetazos. El gobernador electo quiere compartir también los cachetazos o cederle todos los que pueda a una oposición beligerante en esos temas. “Esto no hubiera pasado si me dejaban hacer lo que quería”, es la frase que quisiera tener disponible el nuevo gobernador bonaerense. Ante ese panorama, la Alianza parece más dispuesta a no pasar de las advertencias y guardar la artillería pesada hasta el próximo “Ramallo”.
En el trasfondo de toda la arquitectura de la relación entre el gobierno nacional y la provincia están los 600 millones de dólares anuales del Fondo del Conurbano Bonaerense. El proyecto de presupuesto que presentó la administración menemista prevé reducirlo a 400 millones y aumentar un punto la coparticipación que le corresponde a la provincia de Buenos Aires. Duhalde y Ruckauf adelantaron su rechazo, no quieren que se modifique nada. Como al pasar, el jefe de campaña de De la Rúa, Rafael Pascual, deslizó que es probable que el Fondo desaparezca. Esta vez fue Raúl Othacehé, quien se hará cargo del Ministerio de Gobierno bonaerense, uno de los pocos designados hasta ahora, el que salió a advertir que esa medida “sería un retroceso, volveríamos a la época del gobernador (radical) Alejandro Armendáriz”. En el entorno de Duhalde afirman que “el Fondo no se toca” y que el gobernador saliente “ya había arreglado ese punto con De la Rúa”. Aseguran que salió del encuentro en el Hotel Panamericano con el presidente electo con la confirmación de ese acuerdo.
Son fintas, como el primer tacazo en un juego a varias bandas.
Si el primer anuncio del gobernador electo se refirió a la seguridad, el presidente electo no se quedó atrás. En medio de las lucubraciones periodísticas sobre la conformación de su gabinete; en medio de la cautela para adelantar cualquier tipo de movimiento; el primer anuncio concreto de De la Rúa fue que, apenas asuma, convocará al Consejo de Seguridad Interior para coordinar la lucha contra la delincuencia.
El Consejo fue convocado por última vez por los cortes de ruta de los fogoneros de Cutral-Có. No es un buen antecedente. Pero resulta obvio que De la Rúa quiere expresar su preocupación sobre la seguridad. Es probable que si Aldo Rico asume como secretario o ministro de Seguridad bonaerense, participe como responsable de la fuerza policial más poderosa del país en esta reunión, donde podría encontrarse con algunos de los funcionarios radicales contra los que se levantó en armas.
La seguridad fue uno de los reclamos centrales que recogieron los candidatos durante la campaña. Aunque no el más importante. Sin embargo, De la Rúa y Ruckauf coincidieron en dedicarle el contenido del primer mensaje que emiten a la sociedad. Elegir a la delincuencia como principal adversario es más fácil, en todos los sentidos, que definir medidas concretas contra la desocupación. Pero será la batalla contra el desempleola que pondrá la calificación final a esta fórmula de gobernabilidad, equilibrio y búsqueda de consensos que ha surgido de las elecciones.

 

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