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Fendrich salió en libertad y
planea trabajar de entrevistado

El ex subtesorero dejó el penal tras 4 años preso. Trabajará en yesería, pero  también aspira a cobrar las entrevistas.

Fendrich debió soportar una persecución de los medios al salir.
Dijo que se dedicará a “un pequeño emprendimiento de artesanía”.

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Por Juan Carlos Tizziani
Desde Santa Fe


t.gif (862 bytes) Mario Fendrich abandonó ayer la cárcel de Las Flores con su mejor cara de póquer. Eran las doce y diez. Atrás habían quedado cuatro años, nueve meses y veinte días de prisión. Sonrió, saludó, se escudó en el silencio cuando lo acribillaron a preguntas en las puertas del penal y más tarde, en otra aglomeración en el garage de su propia casa. “Estoy contento por haber logrado la libertad condicional”, “recuperé a mi familia”, fueron algunas frases de circunstancia que ensayó en la encerrona. Después, bajó el telón. “No hago más declaraciones”, dijo con tono áspero cuando un movilero quiso saber si había salido pobre. El ex subtesorero del Banco Nación comenzó una nueva vida, pero no sufrirá el mal argentino. No será un desocupado. Desde el lunes se dedicará a las artesanías de yeso, aunque –según sus abogados, Iván Raimondi y Antonio “Tony” Ciaurro– tendrá otra actividad supuestamente más rentable: vender las entrevistas exclusivas. “Los medios le pagan a cada ‘pavo’ en Buenos Aires, por lo menos que pongan algo acá...”, se justificó Ciaurro, sin hacer el gesto típico de golpearse la palma con el puño cerrado. Aunque claro, por algunas decenas de miles de dólares –como dicen que cobra– será difícil que responda la pregunta de los 3.200.000 pesos: ¿dónde está la plata?
Fendrich habrá terminado de cumplir su pena el 24 de marzo del 2002. Ayer, en libertad condicional, salió del penal a bordo de un Corsa verde. Lo fueron a buscar sus dos defensores, Ciaurro al volante, Raimondi a su lado. Cuando el vehículo asomó la trompa, lo cercaron cámaras de tevé y movileros, mientras martillaban las preguntas. “Muchachos me van a romper el auto”, llegó a protestar “Tony”, mientras avanzaba a paso de hombre. Superada la barrera humana, el Corsa levantó velocidad. Comenzaron las corridas, entre gritos, reproches y algún insulto entre colegas.
Ya en la avenida Blas Parera, se desató una persecución de película muda que se mantuvo hasta el otro extremo de la ciudad. En los cuatro kilómetros que separan a Las Flores hasta la casa de Fendrich –frente al Parque Sur– no hubo semáforo en rojo que resistiera semejante caravana.
Cuando el auto verde llegó a Jujuy 2830, alguien abrió el portón y entró en el garage con los tres ocupantes. Los micrófonos y cámaras avanzaron hasta el fondo. Fendrich no tuvo más remedio que calmar semejante ansiedad. Dijo que estaba contento, que se había recuperado, que ahora podía estar con su familia. El trajín periodístico alteró la calma del Barrio Sur, uno de los más siesteros. Alguien quiso saber cuál sería su medio de vida y Fendrich contestó: “Voy a trabajar en un pequeño emprendimiento de artesanías de yeso, cielorrasos, esas cosas”.
–¿Sale pobre de la cárcel? –insistió entonces el colega de TN.
–No, no voy a hacer más declaraciones –contestó y desapareció de la escena.
Ciaurro abrió los brazos para despejar de periodistas el garage. No hubo gestos bruscos, pero sí alguna queja: “La mamá de Mario es una señora grande, no queremos darle este susto, se puede llegar a descomponer. Por favor”, insistió Tony.
–¿Cuándo piensa que Fendrich va a hablar con la prensa?
–Mucho más adelante. Ahora, no es conveniente que hable, sólo que esté con la familia.
–¿Que comentó con ustedes?
–Que está contento, que sé yo, todo lo que puede sentir una persona cuando recupera su libertad –respondió Ciaurro.
Una hora después, las puertas volvieron a abrise. “Ahora, Fendrich está mucho más tranquilo. Se lo veía ansioso, no muy feliz, pero ahora está mejor”, dijo el abogado.
–¿Es cierto que cobra las entrevistas? –preguntó Página/12.
–No, de dónde sacaron eso. Hoy me comentaban eso. Pero, ¡ojalá pagaran las notas todos los diarios que vienen de Buenos Aires! ¡Le pagan a cadapavo allá, por lo menos que pongan algo acá! –justificó Ciaurro.
“Le voy a contestar yo”, interrumpió Raimondi. “Esa es una posibilidad que se está evaluando concretamente. Es lógica, él tiene que hacer una actividad lucrativa. Y me imagino que los medios que ustedes representan están lucrando con las notas de Fendrich, creo que habría que cobrarlas. Y yo lo estoy evaluando.”
–¿Entonces es una sugerencia que usted le hace a su cliente?
–Por supuesto. Concretamente digo que lo estamos merituando –insistió Raimondi.
Fendrich vive enfrente del Parque Sur, en una casa de altos. El lugar es uno de los más lindos de Santa Fe. Los vecinos solían verlo los fines de semana o en algunas visitas domiciliarias –que disfrutó en los últimos tiempos–, pero ayer sólo espiaban detrás de las ventanas. Al rato, se abrió una puerta y Rogelio –un nene de seis años– se cruzó hasta el parque, donde se acercó a los periodistas. Ganó confianza. Y cuando nadie lo esperaba disparó la pregunta: “¿Vos viste alguna vez algún ladrón con camisa a rayas..?”. Las sonrisas se cruzaron. Rogelio siguió pateando piedritas.

 

“La plata era de todos”

El fiscal de Cámara Julio César Reyt admitió ayer que comparte el “sabor amargo” de la sociedad, porque se pudo esclarecer el golpe de Mario Fendrich al Banco Nación, “condenar al autor”, pero no se recuperó el botín de 3.200.000 pesos. “En algún sentido, sólo pudimos recuperar los 72.000 que pagó de multa”, dijo el hombre que acusó al ex subtesorero en el juicio oral y público y logró que lo condenaran a 8 años de prisión.
—¿Qué opina de los que aplaudieron a Fendrich?
—El nos metió la mano en el bolsillo a todos. Esos 3.200.000 pesos no eran del Banco Nación, sino del conjunto de los argentinos. Lamentablemente, hay que gente que aplaude estas cosas, es la parte enferma de la sociedad. Gracias a Dios, la parte sana ve este hecho como lamentable, deshonoroso. Es un delito.
–¿Modificó alguna vez la historia que contó?
—No, desde un principio dijo que había sido secuestrado, contó una historia que no la cree ni él mismo.
—Usted nunca le creyó.
—Jamás. Una persona que ha pasado cien días privado de la luz solar y en condiciones infrahumanas no reaparece como lo hizo Fendrich, bronceado, más gordo, con ropas de estación, sandalias. Evidentemente alguien que estuvo privado de su libertad en condiciones rigurosas no reaparece de esa forma, sino todo lo contrario.

 

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