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ENTREVISTA AL MUSICO FITO PAEZ
“Todo lo que sube, baja, esto es así”
Hace diez años le devolvían su contrato discográfico, acusándolo de ser mal negocio. Era el momento en que Carlos Menem galopaba desde La Rioja rumbo a la presidencia. En esta nota, el artista habla de qué hizo para merecer lo que tuvo, mientras pasaba lo que pasaba.

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“La impresión que tengo siempre sobre mí, que casi siempre es errónea –uno puede saber muy poco de sí mismo–, es que hago foco en pequeñas cosas y por ahí sí armo una cosmogonía.”

“Si vas a sentarte en el sillón de Rivadavia, tenés que negociar con la mafia.”


Por Esteban Pintos

t.gif (862 bytes)  El juego es tan complejo como atractivo: pensar a Fito Páez, con Fito Páez, desde una perspectiva que incluya los últimos diez años. Desde adentro y hacia afuera, también. Porque ésta fue la década del menemismo en el poder, nada menos. Y la de su conversión de un músico de culto en una estrella de masas. Jugada en contra, la comparación suele enfurecerlo. Pero al planteársele el tema sin afán condenatorio, sino más bien analítico, la comparación lo seduce. “¿Puede ser tomado esto simplemente como una casualidad temporal?”, inquiere provocativamente, sentado en el piso de su oficina, en el estudio Circo Beat. Sin embargo, y con las salvedades conceptuales del caso –que expondrá detalladamente y con todo un arsenal de gestos y expresiones difíciles de transmitir al texto–, se interna gustoso en el repaso de la década en que todo cambió. Para dentro y para afuera, para bien y para mal.Esta década es el lapso que va desde aquellos días en que decía que quería irse del país (EMI le había devuelto el contrato discográfico, “acusándolo” de ser mal negocio), mientras el telón de fondo era la imagen de un político riojano bajando a la Capital como el nuevo abanderado de los humildes hasta éstos, los de su madurez personal. Este Fito tiene un hijo (Martín), una mujer muy famosa, un par de millones de discos vendidos, buen dinero en las arcas y se dispone a las presentaciones porteñas de su último cd, Abre, previstas en principio –cabe pensar en más, ya se verá– para los días 12 y 13 de noviembre en el Teatro Gran Rex. Que, oh casualidad, también fue el ámbito de presentación de Tercer Mundo, el disco de quiebre en su vida artística, en una serie de memorables recitales en 1990. Todo cierra. Pero no. “En principio, debo decir que estoy en contra de la idea de que el auge de Fito Páez es el auge menemista. Me parece de una gran ingenuidad, en principio. Y es como una especie de retrato muy epidérmico, muy facilista y muy cómodo. Entonces, se dice ‘Fito Páez fue el artista del menemismo’. Y no es así: tengo 36, hago canciones desde los 15 y los veré pasar a todos”, subraya.
“También decían que era el músico de la primavera alfonsinista...” –Se hace inevitable, sin embargo, pensar su carrera en correlación con la realidad del país. Sus discos más populares comenzaron a aparecer junto con el inicio del gobierno de Carlos Menem...–Lo curioso fue el arranque, que ya resultó complejo. Creo que él terminaba los discursos en esa época con “Como dijo Fito Páez, yo vengo a ofrecer mi corazón”. Y por otro lado, también estaba con esa idea del ingreso en el Primer Mundo y yo salía con un disco que se llamaba Tercer Mundo... (risas). Esa es una pista para ir viendo los caminos que estaba tomando cada uno. Pero, de todas maneras, todavía no había vendido tantos discos... Seguía siendo como alternativo: mimado por la prensa y por un público más selecto, más “moderno”. Era un tipo muy popular que vendía pocos discos, ¿no?–También podría interpretarse aquella canción (“Tercer Mundo”) como una descripción algo profética de la década que se venía. ¿Quisiera escribir una segunda parte de “Tercer Mundo”, visto y considerando lo que pasó?

–Creo que esa segunda parte es “La casa desaparecida”. Repite un poco la idea, pero ya con el paso del tiempo y lo que quedó. La primera era una broma, era decir “bueno, se viene este disparate”. Y este último tema es más grave. Me da la sensación de que hay como un paralelismo entre esas dos canciones.
–¿Y ahora también podría tomarse en broma lo que pasó?
–No. No cuando veo las cosas que veo. Cuando salís a recorrer el país, de repente te encontrás con un país cada vez peor. La gente está más insatisfecha, más resentida, con menos posibilidades de trabajo. Entonces, no es joda.
–¿No es que está más viejo?
–No, y si estoy más viejo debe tomarse en el sentido más genial de la palabra. Hay un punto en el cual afilás la pluma y el alma muy a tope. Eso no quita que sea serio, porque la manera que elegí para escribir “La casa desaparecida” es como modernista, muy intrincada, y con muchos gestos de humor en algunos momentos. Pero es grave, lo otro era como un divertimento, una broma. Esto ya tiene una gravedad emocional. Incluso en estos últimos conciertos se produce un aplauso cerrado y largo, muy largo, al final. Y es raro que se aplauda tanto una canción, es un disparate. Nunca me pasó en ningún concierto, en toda mi vida, en cualquier lugar del mundo. Es una cosa muy curiosa y ahí también se nota la gravedad que tiene.
–Siguiendo el repaso: la explosión masiva que sobrevino a “El amor después del amor” coincidió con la primavera de la convertibilidad, vía Cavallo...
–Pero es que yo de eso no se nada... Sí sé que era otro momento, otro país. También mientras tanto, yo venía desde los quince años haciendo canciones, pero lo que parece que pasó con El amor después del amor es que encontré una manera de contar mi mundo de manera más contundente. Un tema como “Tumbas de la gloria” nunca podía imaginar que lo iba a cantar un estadio de fútbol lleno, porque es un disparate la melodía, hace dos cambios de modulaciones, que no existen en la música pop en ese formato... Y de golpe te encontrás con 40.000 personas cantándola. Ahí pasó de todo lo demás y me pongo yo adelante. Me convierto en muy famoso, con los problemas que eso trae, pero si dejar de hacer canciones. En un punto, a eso se lo puede llamar un proceso cultural: un tipo relacionándose con un montón de gente, que está hablando más o menos de lo mismo y que se van siguiendo mutuamente, y se van oliendo y respirando.
–Pero está claro que fue la única estrella de rock explícitamente opositora al menemismo.
–Es probable. Igual nunca intenté ningún tipo de empate con él, mi discusión no era en ese plano. Me acuerdo de una anécdota que me pasó con Fidel Castro. Estábamos charlando y el tipo me puso en mi lugar, en un segundo. Esto lo cuento para terminar de entender los distintos niveles de charla. Yo le dije: “Fidel, yo sé que acá la cosa está muy jodida, está complicada y en Argentina también. Le quiero contar que allá no todo el mundo está en contra del presidente Menem”. Y me contestó (imita el acento cubano): “Yo estuve muy preocupado por su salud, le iba a mandar los médicos”. Eso fue tipo “Con vos, flaco, no hablo de esto” También hay un plano en el cual yo no soy ingenuo y, obviamente, no puedo entrar. Mi discusión y mis puntos de vista son siempre desde el lugar de un pibe que hace canciones, desde ahí encaro el mundo. El eco que pueda tener eso en Menem, en su ámbito, en su entorno, la verdad que no es una discusión que a mí me haya interesado en ningún momento. ¿Qué puedo debatir yo con Menem?
–¿Y Circo Beat? ¿Esa imagen puede pensársela también como otra alegoría sobre el festival de personajes-fenómenos que se veían en aquella época?
–Puede ser. Y estaba “Si Disney despertase”, que hablaba de la desaparición de los cines en pleno apogeo menemista, cuando los cines se transformaban en bingos... Se puede pensar también en que estaban privatizando el país. La impresión que tengo siempre sobre mí, que casi siempre es errónea –uno puede saber muy poco de sí mismo–, es que hago foco en pequeñas cosas y por ahí sí armo una cosmogonía. De hecho el Circo Beat estaba armado sobre la cuadra de mi casa, en el Normalº 1, en mi viejo, los cines, mi madre. Entonces, sí, a partir de ahí, se pueden hacer interpretaciones. Y después... ¿Que más pasó? Después bajé el acelerador un poco, me parece. Era mucho delirio, mucha gira, y yo estaba entrando en la inercia de hacer todo eso. Ya los shows no eran solamente en Tucumán, Salta, si no que eran en París, Miami, Berlín... Fue muy agotador, es un tipo de vida muy delirante para mí, que ya tengo una vida delirante. Esa sobreexposición no me hace feliz, no me hizo feliz.
–También sucedió que su explosión de masividad fue paralela a la explosión de los medios. Privatizados a partir de una decisión política del Gobierno.
–Exactamente, eso creo que es un hecho importantísimo: yo tuve que navegar en la amplificación mediática. Y no había nadie, aparte. Y fui objeto de pasiones, y también de pensamientos tipo “¿y éste, quién se cree que es?”. Un tipo con un piano, nada más... También, por otro lado, en el apogeo de mi fama, me convertí en opinólogo. Eso fue algo en lo que me transformaron, porque mis preocupaciones siempre fueron otras: las relaciones con las personas, lo que escribo, mis canciones. Pero fue como “A ver este que mete tanta gente, ¿qué opina?”. Y yo opinando, navegando sin saber que pasaba en medio de una especie de torbellino incontrolable. Con una gran ingenuidad, lo digo con total honestidad.
–¿Cuál sería su explicación para que se hable tanto de la idea del menemismo como proceso político influyente en la cultura masiva de esta década?
–Bueno, a mí me cuesta creer que la gente que consume eso no necesita de eso. Entonces, debe haber pasado algo... Al menemismo lo votó la gente. Y lo volvió a votar. Evidentemente, hay un país que está en esa efervescencia, llamémosle falsa, equívoca o hipócrita, que de hecho hoy estamos viendo los resultados. Quiero decir: Menem es votado por la gente, y es un punto de vista que no hay que olvidarse. Vuelvo sobre “La casa desaparecida”, es una crítica al barrio, a mí. No a Menem. Después, claro, él hizo una cantidad de barbaridades impresionantes... También hay que ver que estaba dentro de un contexto mundial, en el cual podía tener cierto movimiento de cintura, como lo va a tener De la Rúa ahora. Lo que pasa es que no tengo mucha confianza en las estructuras políticas, porque tienen poca cintura, ésa es la verdad. La escena política es una pantalla de la escena económica-financiera, ahí está el tema. Ya el mundo político no representa lo que representaba a comienzos de siglo, o en el siglo pasado. Los tipos van a poder hacer lo que les permita hacer la estructura económica, que a la vez está ligada a otras más grandes. Entonces se pueden llenar la boca hablando de lo que quieran, pero... Al pan, pan, y al vino, vino. Si tenés que sentarte en el sillón de Rivadavia, tenés que negociar con la mafia. Es así. –Finalmente, ¿alguna vez pensó, en estos diez años, que el menemismo no se iba a terminar nunca?–Hay que reconocer que él es un animal político, entonces es muy bravo... Pero por otro lado también cabe utilizar la sabiduría popular: todo lo que sube baja, esto es así. La vida es así. No hay mal que dure cien años.

 

Los seis elegidos

t.gif (862 bytes) Un jurado, conformado por Rodolfo Mortola, Fabián Zamboni y Guillermo Szelske, eligió ayer las seis películas que recibirán un crédito de 400 mil pesos cada una de parte del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa) para su producción y/o difusión. Los largometrajes elegidos, sobre un total de cincuenta que se presentaron a concurso, son: El camino, dirigida por Héctor Olivera; Plata quemada, de Marcelo Piñeiro; Una noche con Sabrina Love, de Alejandro Agresti; Nueces para el amor, de Alberto Lecchi, Borges y el laberinto, dirigida por Juan Carlos Desanzo, y Almejas y mejillones, de Marcos Carnevalle.


Los delirios de Charly

–¿Qué le sugirió la aparición de Charly García en Olivos, tocando para el presidente Menem?
–Es algo que genera tensión, simplemente porque Charly es un tipo de tensiones. A mí no me sorprendió en lo más mínimo, porque él es absolutamente coherente consigo mismo. Es un tipo que está cómodo en la tensión y eso muy poca gente lo puede entender. Por otro lado, me pareció de Menem... Dije “Qué valiente... ¿Qué político invita a Charly a su casa, hoy?” Eso no quita que tenga en claro que el tipo firmó el indulto, que vendió el país. Pero, por otro lado, también lo invitó a la casa. Y el otro fue. Y armó una situación delirante, fellinesca, charlyesca. Eso me divierte, me interesa, siempre me interesa Charly. A lo mejor, yo lo miro desde un lugar un poco más lúdico, porque sé que en él no hay ningún otro interés que el juego de provocar. Me parece que la vida de Charly es como una afrenta, como si fuera un Quijote pasado por ácido, una cosa así. Hay algo que genera la Argentina, muy violento, y que hace falta que haya tipos... No hace falta, aparecen, crecen. No es solamente el gesto caprichoso de un tipo. Imaginemos a Charly, que tiene tantos discos y tantos años de música y tiene a este país adentro. Uf, debe ser tremendo.

 

 

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