El presente de De la Rúa y la comparación con el pasado de Alfonsín.Cómo será su relación con el peronismo. De la Rúa y el equilibrio de la Alianza. La elección porteña: cara o cruz para el Frepaso. |
OPINION Por Mario Wainfeld Desalojó al peronismo del poder a voto limpio, ganó en 20 de los 24 distritos electorales, incluidos los más poblados, tendrá gran legitimidad, se excitan unos. Será el presidente más débil de la historia, no dominará el Congreso ni la Corte, el peronismo gobierna en la mayoría de las provincias, auguran otros. Los datos son correctos..., las interpretaciones, como suele ocurrir, controvertibles. La foto del presente integra la película del futuro pero no la describe en su totalidad: la voluntad, la creatividad, el azar juegan sus roles. Es claro que Fernando de la Rúa tendrá en mano menos recursos institucionales que sus correligionarios Arturo Illia y Raúl Alfonsín, pero eso no prefigura automáticamente que su gobierno vaya a terminar en el golpe de Estado ni en la fuga anticipada. Diferentes son las circunstancias, el poder de sus adversarios, la cultura política dominante y last but not least el nivel de confrontación que seguramente encarará el presidente electo. En el 83 quisimos pelearnos con todos al mismo tiempo. Enfrentamos a la CGT, a la Iglesia, a los militares. Alfonsín le discutió a Reagan, nos faltó tocarle las bolas a King Kong, explica riendo uno de los pocos radicales que estuvo en la mesa chica de Alfonsín y estará en la de De la Rúa. Ahora, presume, será distinto, habrá más diálogo, menos soberbia y tal vez, a fuerza de proponer menos combates a finish, habrá menos caídas. Por cierto, muy otros son los recursos y las necesidades de los adversarios. La Fuerzas Armadas Menem lo hizo y el sindicalismo no son los factores de poder que supieron ser. Nada indica que haya un Saúl Ubaldini II que se convierta en la bête noire del nuevo gobierno. El dirigente cervecero, explica bien el sociólogo Luis Alberto Quevedo, fue lo que fue porque pudo convocar a la Plaza de Mayo a la totalidad de los movimientos sociales. No exclusivamente a los asalariados; también a los jubilados, los desocupados, organismos de derechos humanos. Hoy día, la fragmentación de los intereses sectoriales obstaculiza su representación conjunta. La desagregación de las demandas sociales hace muy improbable imaginar un campeón que los represente a todos mojándole la oreja al gobierno. Los trabajadores no son mayoría entre los pobres, ni los asalariados entre los trabajadores, el prestigio simbólico de los dirigentes sindicales constela muy bajo. Si a eso se añade que De la Rúa no intentará, como Alfonsín, una ley Mucci, nada autoriza en pensar en ese territorio una pelea a muerte. La máquina de conservar poder Alfonsín y Ubaldini confrontaron a muerte en una guerra irrepetible que, valga recordarlo, ganó el presidente (RE) Carlos Menem. La presión sindical se sobreimprimió con la afanosa búsqueda justicialista de la mayoría perdida. Ubaldini sobredemandaba al gobierno y, ubaldinistas ilustrados, los renovadores lo usaban de mascarón de proa mientras restañaban sus heridas, parían figuras confiables y recuperaban poder territorial, es decir hacían tiempo hasta ocupar una posición similar a la que dispondrán en diciembre de 1999. La contienda entre el alfonsinismo gobernante y el PJ del 83 tenía varios ingredientes hoy ausentes, entre ellos la compulsión presidencial en pos del tercer movimiento histórico, la ausencia del peronismo de las principales gobernaciones del país (excepción hecha de Santa Fe) y un total estado de asamblea en el PJ.Nada que ver con lo que ocurre hoy. El peronismo tiene enorme poder institucional y distrital. Tres de sus gobernadores ya figuran en la grilla de presidenciables del 2003. Las brújulas de José Manuel De la Sota, Carlos Reutemann y Carlos Ruckauf no tendrán como norte el hostigamiento al oficialismo vía movilización social sino la búsqueda de buenos desempeños locales para saltar a lo nacional. El sistema económico que Domingo Cavallo nos legó hace a los provincias muy dependientes delpoder central y obliga en provecho propio a los gobernadores a negociar. Vale advertir un precedente: un olfateador sagaz del poder como Menem supo ser desde 1983 hasta 1987 el peronista más cercano al gobierno radical.Sólo diez puntos distanciaron al peronismo del radicalismo. Carlos Menem y Eduardo Duhalde tratarán de endilgarse recíprocamente la derrota y conseguirán consenso cuando responsabilicen al otro y oídos sordos cuando traten de exculparse. Pero el resto de los dirigentes pejotistas no buscará la ingobernabilidad sino la revalidación institucional. Tal como hicieron desde el 97 con dos éxitos nada desdeñables: retener la mayoría de las gobernaciones y el voto masivo de los más pobres de la Argentina. Dato este que como señaló con agudeza en este diario el economista Enrique Martínez es una de las principales claves para explicar la derrota aliancista en Buenos Aires que una lectura perezosa si no interesada quiere centrar exclusivamente en el 5 por ciento de los votos que arrimó la Ucedé. Otra vez combatiendo en Capital Es ya un tópico señalar que el desenganche de las elecciones fue una táctica exitosa de los peronismos provinciales para desvincular su suerte de la de Eduardo Duhalde. En cambio, no se suele rememorar que quien inauguró ese mecanismo también con fines localistas aunque con peor fortuna fue el radical cordobés Ramón Mestre. Es que la Alianza y el justicialismo funcionaron como dos confederaciones de partidos provinciales despegadas de sus presidenciables: a los confederados del PJ les fue mejor que a Duhalde, a los de la Alianza (que en muchas provincias rehusaron hasta el gesto de unirse) peor que a De la Rúa. En ambos casos, por algo será.El presidente puede preciarse de deberle poco a la UCR y al Frepaso provinciales. Edificó su victoria sobre su figura y sobre el logo de la Alianza. Una de sus grandes sabidurías fue mostrarse siempre (en la interna especialmente) como el garante de la Alianza. Durante la campaña y después de las elecciones se esmeró (y ostentó haberse esmerado) en reservar un rol protagónico al líder del Frepaso. La presencia de Carlos Chacho Alvarez en la discusión del gabinete, las serias chances que tiene Graciela Fernández Meijide de integrarlo (aunque muchos delarruistas de la primera hora aseguran que el presidente electo se sintió presionado en exceso por Chacho) parecen indicar que el equilibrio interno de la coalición sigue siendo para su número uno un recurso esencial. Eso no implica negar que aunque ningún protagonista lo diga o lo sobreactúe el domingo hubo, en la Alianza y en el Frepaso, dos internas tácitas en las que la UCR ganó terreno frente al Frepaso y Carlos Chacho Alvarez recuperó el liderazgo frepasista frente a Graciela Fernández Meijide. Y que esos resultados derramarán consecuencias a futuro. Una consecuencia ostensible para el Frepaso es la necesidad imperiosa de ganar las elecciones porteñas del año entrante para poder cursar su asignatura pendiente: un gobierno territorial importante. Pero ese anhelo y la ingeniería institucional aliancista que prohijó la candidatura de Aníbal Ibarra pasan a estar jaqueados de adentro y de afuera. En parte por un rebrote del chauvinismo radical (es un peso pluma, suele desdeñar un empinado dirigente porteño de la UCR que dialoga a solas con el presidente electo y no es el único que lo dice). Y en parte porque Domingo Cavallo y Gustavo Beliz asoman como dos rivales de fuste, tanto si plasman alianzas con el exangüe PJ metropolitano cuanto si van cada uno por su lado, apostando a ganar su interna abierta y a prevalecer en la segunda vuelta. En una situación abierta, nadie dirá ni hará nada definitivo hasta bien entrado el verano, aunque sí pueden aventurarse dos datos: 1) Ibarra sólo estará atornillado a su candidatura si sigue midiendo bien en lasencuestas, 2) no parece que Chacho esté dispuesto a desandar su apuesta de acumulación nacional bajando a disputar la Jefatura de Gobierno. Ibarra aseveró a este diario que se siente seguro de su lugar pero su primer gesto al alba del lunes fue empapelar la ciudad con afiches anunciando su candidatura, una jugada que irritó a De la Rúa (que había preferido otro diciendo ganamos todos), bronca sólo comparable a la que le produjo Rodolfo Terragno primero anunciando la victoria de Pinky y luego subiéndose sin invitación al palco de los candidatos. Final abierto Tras diez años de hegemonía peronista, liderazgo único y decisionismo presidencial, brota un escenario de división de poder parlamentario, con una coalición en el gobierno... El consultor Rosendo Fraga eligió la expresión volvió la política para graficar una situación en la que anticipa equilibrios, negociaciones, canjes.Ha prevalecido sobre el particular una lectura entusiasta que asocia ese marco con una sabia demanda electoral. Es posible, a simple título de opinión de este columnista, seguir pensando que un poder político fuerte es útil o hasta necesario para pulsear con poderes económicos e internacionales que no suelen dispersarse. Se opine como se opine, es sensato inferir que, amén de negociaciones, el gobierno necesitará para validarse políticas (con s final) exitosas de empleo, de asistencia social, de cobertura frente al desempleo. El unicato de Menem vino de la mano de una política única la ley de convertibilidad que resguardó la macroeconomía y desmadró casi todo lo demás. Recauchutarlo será la prueba de fuego de la administración entrante, que tendrá dos años apenas para mantener la luz de ventaja que le sacó al PJ. Un payador augusto cantaba que el tiempo sólo es tardanza de lo que está por venir. Era un gaucho desencantado y abrumado por el cambio. Con mejor prosa y mejor filosofía, Jorge Luis Borges emparentaba el futuro con un jardín de senderos que se bifurcan. A eso, a un laberinto, se asoma Fernando de la Rúa. Su futuro es impredecible porque es inédito su presente y porque siempre es abierto el futuro, sujeto a la voluntad y la creatividad de los seres humanos.
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