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Por Andrew Graham-Yooll Su misión a Brasil y Argentina como rector de la Universidad de Oxford ha sido descripta como de acercamiento. En términos actuales, eso suena a una búsqueda de fondos. Convengamos en que mi visita tiene diferentes objetivos en cada país. Pero en la Argentina se trata de establecer lazos de amistad y contactos. Ahora tenemos que desarrollar relaciones con universidades argentinas. El Centro Argentino en Oxford se inauguró el primero de octubre, por lo tanto, por ahora, efectivamente, mi viaje apunta a hacer conocer nuestro programa latinoamericano, que es de primer nivel. ¿Cómo se hace para explicar lo que es la Universidad de Oxford? Es una de las grandes universidades del mundo, pero ¿cómo se le informa al mundo no anglosajón acerca de lo que es y cómo funciona? Se comienza por decir que es una de las grandes universidades del mundo. Tenemos un amplio panorama de excelencia en muchos campos. Las universidades por lo general logran ser superiores en un campo específico, pero nosotros ofrecemos un amplio espectro que va de la medicina doméstica a la filosofía antigua y el sánscrito. Tenemos programas de investigación muy severos. Tenemos una tradición de contacto estrecho entre los que enseñan e investigan y los que estudian. Somos una universidad donde coexisten 131 nacionalidades, tenemos más miembros en la Real Sociedad y en la Academia Británica que cualquier otra. Tenemos acuerdos con más empresas que cotizan en la city de Londres que cualquier otra universidad. Estamos formando un nuevo Centro de Derecho Comparado Europeo. Estamos construyendo los primeros contactos para el nuevo Centro de Estudios Argentinos. Tiene un lugar especial en Europa. Queremos contribuir a formar los nuevos dirigentes a comprender la complejidad y riqueza de la sociedad argentina. Tenemos un sistema colegiado, que siempre requiere explicación. Significa que cada estudiante pertenece a un colegio y no a un curso. Por lo tanto en un Colegio de la Universidad pueden convivir lingüistas, filósofos, químicos y físicos. ¿Cómo explica el sistema de clases, de elites, en que se basan las universidades de Oxford y Cambridge? Creo que hay que comenzar por decir que Oxford está abierto al talento venga de donde venga. Por lo tanto, si usted piensa que hay un sistema de clases en nuestra labor, yo lo voy a remitir al hecho palpable del sistema de educación secundaria en el Reino Unido que está dividido en la escuela que cobra la enseñanza y la otra, donde no paga el estudiante. Si se nos considera clasistas, puede ser porque más del 50 por ciento del estudiantado a nivel diploma proviene de secundarios donde el estudiante paga. Pero no creo que seamos responsables de sostener un sistema clasista. Somos una universidad que sostiene el talento. Su especialización es en el estudio de la Revolución Francesa y, a través de ella, el campo de la violencia en la política. ¿Cómo proyecta su investigación y la aplica a la actualidad? ¿Qué nos enseña hoy la Revolución Francesa? En principio, considero que el estudio de la historia nos da una experiencia de los hechos que, de otra forma, no tendríamos. Extiende la experiencia personal como ente social, o político, o lo que sea, más allá del tiempo al que uno pertenece. No creo que la historia tenga lección alguna para enseñarnos. Pero el análisis de los problemas históricos nos da una medida de comprensión con la que podemos mirar a lo que ocurre en nuestra propia sociedad. Por lo tanto no estoy seguro de que pueda decir que hay una línea directa entre el pasado y el presente. Preferiría decir que el estudio del fenómeno de la violencia en la revolución (me refiero a todas) nos proporciona algunas verdades bastante importantes acerca decómo se comportan las sociedades. Por ejemplo, mi propio análisis me dice que las revoluciones, o los revolucionarios, son muy cautos en encarar la violencia. La interpretación normal de las revoluciones es que son en esencia hechos de violencia sin límites. Pienso que a través del trabajo que he hecho, que es bastante, sobre la Revolución Francesa, es que los revolucionarios se muestran muy angustiados por lo que pueda traer la violencia. Por ello la violencia hay que tratar de entenderla como un fenómeno muy complejo que no va ligada indiscutidamente con las revoluciones. Hay una diferencia entre la violencia popular y la violencia de Estado. No son lo mismo en absoluto. Por lo tanto hay que establecer una distinción entre el fenómeno que se observa en y como parte de la revolución, y no considerar simplemente que toda violencia es igual. ¿Cómo se asimila la violencia del pasado? En estos días se estrenó una película, Garage Olimpo, de Marco Bechis. La violencia de los años setenta nuevamente se nos presenta en toda su crudeza. Es una película de un sobreviviente. Creo que la historia enseña que la matanza, la crueldad extrema y todas esas otras cosas que los seres humanos se hacen los unos a los otros son irremediablemente horribles, sea cual fuere la sociedad en que uno vive. No creo que porque uno estudie historia pierda la sensación del problema moral, ni la impresión del efecto individual de los actos de violencia. Pero lo que hace el historiador es tratar de trascender la historia como repertorio de hechos indignantes. Lo que hace el historiador es analizar y explicar. Y por lo tanto mi labor se centra en analizar el fenómeno de la violencia en la revolución. Yo trato de comprender, por ejemplo, de dónde puede provenir una teoría revolucionaria de la violencia. ¿Hay una teoría? Claro que hay teorías. Teorías, sí. Pero una teoría. Naturalmente que sí. La Revolución Francesa desarrolló una. Se escuchan ecos de ella en Trotsky, Lenin y Mao. Y hay un abultado número de practicantes y de movimientos revolucionarios que ven a la violencia como una táctica y que tiene como efecto una catarsis. ¿Ha observado e l efecto de la violencia en la Argentina en las últimas tres décadas? ¿Cómo se asimila este pasado nuestro? Me resisto a comentar la historia y la política de la Argentina. Eso está más allá de mi experiencia personal. Me siento incómodo si trato de hacer un comentario público sobre el tema. No estoy ubicado como para hacer eso. Creo que cualquier cosa que diga yo sobre el tema de asimilar el pasado puede ser mal interpretada. Pero yo le pido su conocimiento, para saber si lo que usted me enseña puede tener aplicación en lo que muchos consideramos es una sociedad enferma. Soy cauteloso. Creo que no me corresponde a mí darle respuestas a su problema. La violencia de una historia nacional sólo puede ser absorbida o asimilada cuando ha pasado a ser un elemento de la historia, es decir, cuando es una parte reconocible de una historia comprensible del país. Hay que lograr comprender por qué tuvo lugar la violencia. Esto no es igual que perdonar o condonar los hechos, pero sí entenderlos. Uno tiene que estar en una situación (no tengo el reloj ni el calendario para decirle cómo sucede o cuándo sucede) donde algo tiene explicación aceptable para todos los que viven en y son parte de una sociedad. La historia es muy contenciosa. Y hay partes de nuestra propia historia que son mucho más contenciosas que otras. Entonces, ¿puedo extraer de eso que la única forma de asimilar la historia es cuando todos los que fueron parte de ella o que estuvieron afectados están bien muertos? En absoluto. No creo que semejante aseveración sea la verdad. Uno puede ver, por ejemplo, la labor de la Comisión de Paz y Reconciliación en Sudáfrica. Se puede decir que la función de esa comisión fue la de intentar una explicación, que fuera comprensible, de lo que sucedió en Sudáfrica a lo largo de trescientos años. Lo único que le estoy diciendo es que los historiadores no pueden hacer más que intentar explicar. Tenemos tanto que explicar acerca de nuestro pasado que no sabemos si podemos comprender... Quizás sea ésa la razón por la que se han intentado hacer tantas películas, libros, novelas, poesías. Bueno, es una forma de comenzar a comprender. Si uno piensa en la historia, no la historia del historiador, sino la historia del país que perciben sus habitantes, que es algo muy diferente, entonces uno está hablando de una versión de una vivencia de cómo uno ha llegado a ser lo que uno es como país. Esa es la historia que es contenciosa y peleada hasta que exista consenso general acerca de lo que significa el pasado. Nos puede parecer fácil comentar la historia de la lucha entre colorados y blancos en el siglo diecinueve en Uruguay. Pero para ellos es un pasaje de la historia de su país bastante problemático. ¿Hay una razón política para su viaje en este momento a Brasil y la Argentina? Al fin y al cabo, tanto el presidente Fernando Henrique Cardoso como el canciller Guido Di Tella son hombres con quienes la Universidad de Oxford ha tenido un contacto fluido, con uno como sociólogo y el otro como historiador de la economía. No soy consciente de estar apurando nada. Este es el momento que se eligió en un programa a largo plazo. Estas visitas llevan mucha preparación. Desde hace dos años estamos planificando esta visita a América latina. Eso fue mucho antes de que se pensara en el Centro de Estudios Argentinos y de la visita del presidente Carlos Menem al Reino Unido. Una visita como ésta requiere mucha planificación anticipada. No creo que ésta tenga raíz política alguna. La última vez que estuve en el Japón me reuní con el hijo del emperador. En Taiwan conocí al presidente Lee. Cuando estuve en el Golfo en la última Semana Santa, conocí al emir de Kuwait. Así sucede, y no responde a una agenda política. ¿Le hace sentir más cómodo tener como interlocutores a figuras públicas que son a la vez intelectuales? Al fin y al cabo, Cardoso y Di Tella ofrecen un nivel intelectual bastante desarrollado. Creo que casi todos los políticos que llegan a ser figuras de primer nivel en sus países son hombres y mujeres altamente inteligentes. No lo veo en términos de si son o no intelectuales. Se trata de encarar problemas complejos con gente inteligente. Eso yo lo disfruto. Muy diplomática su respuesta. ¿El Centro de Estudios Brasileños se restringe a la actividad académica o involucra participación del país en cuestión? El Centro Brasileño, como varios otros centros que operan en Oxford (el Centro Nissan Japonés, el Centro Francés, el Instituto Chino y el Instituto de Estudios Norteamericanos), está dirigido a concentrar el diálogo anglobrasileño. Involucra la exploración académica y se interesa principalmente en el Brasil en la actualidad. ¿Significa que buscan ser parte de la actualidad? No. Queremos ser un lugar en donde la gente se reúne para discutir la actualidad. Somos una institución académica. Organizamos unas ocho conferencias por año. Allí se encuentran investigadores y las figuras de los ámbitos más variados. Es un programa de estudios serio que pensamos ayudar a elevar el nivel de conocimiento e interés en los asuntos brasileños de los economistas, sociólogos y analistas políticos en el Reino Unido. Entienda, yo soy un rector de una universidad británica de nivel mundial. Lo que busco lograr es que estemos bien conectados y actuando positivamente con otras universidades de América latina.
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