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OPINION

Como Uruguay no hay

Por Alfredo Grieco y Bavio

Muchos argentinos sentimos por Uruguay un amor y una admiración no correspondidos. Muchos urbanistas comparan a Montevideo con Buenos Aires, y sueñan con lo que hubiera sido nuestra ciudad si no hubiera dado la espalda al río inmóvil. Pero la mayor admiración tiene bases históricas. La uruguaya es una tradición de firme moderación laica, que supo construir, a lo largo de un siglo, el primer Estado de bienestar en América latina (y no sólo allí), una sociedad donde las pasiones políticas no parecen haber declinado y que ha puesto a la izquierda a las puertas del poder. Hace 35 años, intelectuales uruguayos como Carlos Real de Azúa, Mario Benedetti, Angel Rama y todos los que de algún modo integraron el grupo del semanario Marcha, uno de los máximos, y más exitosos, emprendimientos culturales del continente, se rebelaron contra una consigna de los conservadores de su país: “Como el Uruguay no hay”. Una consigna festejada, entre otros, por Haya de la Torre, el fundador del aprismo peruano. Benedetti llegó a acusar al Uruguay, en paradoja bien calibrada, de ser el país menos latinoamericano del continente. Se refería, como entendió bien Rama en aquellos años anteriores a la represión de los tupamaros y a la “dictadura comisarial” de 1973-85, a la fortuna uruguaya para sortear la pobreza ultrajante de los indígenas del Perú, Guatemala o México, las dictaduras del tipo Stroessner, Batista o Somoza, el fraude militar de las instituciones democráticas como en Brasil o en la Argentina, la guerra civil de Colombia, el analfabetismo masivo de Bolivia o Haití. Para conservadores blancos o colorados, el Uruguay era un laboratorio imitado por todos los pueblos del orbe. Un país que, en el exiguo ámbito que le recortaron guerras y tratados, realizó la experiencia ejemplar de un Estado y una sociedad modernos, al menos en la más visible si no en la más plena de las acepciones. Un país de clases medias que intentó, a partir del proceso ciudadano iniciado hacia 1900 por su fundador mítico hacia 1900, José Batlle y Ordónez, la reestructuración orgánica de la nacionalidad. Si los conservadores proclamaban su lema de la unicidad uruguaya, es porque miraban con horror cualquier salto hacia adelante y porque, reaccionarios ya, creían que el mejor futuro era recuperar el pasado. Cambiado el signo, las elecciones de ayer parecen demostrar que se podía ir más lejos sin abandonar esa trayectoria histórica no siempre dignificante, no siempre decepcionante, y que el país latinoamericano que plebiscitó conservar un Estado fuerte fue el que votó a la izquierda más a la izquierda de la región.

 

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