¿Qué
tienen políticamente en común Aldo Rico, Felipe González, Antonio Bussi, Bill Clinton,
Tony Blair, Joerg Haider y Tabaré Vázquez? Sólo una cosa: su triunfo en las urnas. Al
menos una vez han ratificado su liderazgo en compulsas electorales. Fuera de esa
circunstancia, nada más une a Aldo Rico con el dirigente del Frente Amplio uruguayo
Tabaré Vázquez, el último de ellos en ser votado. En cambio, sí hay puntos de contacto
entre el mismo Rico y Haider, líder ultraderechista austríaco. Pero claro, al hablar de
ultraderechismo ya estamos aludiendo a una clasificación ideológica que ha caído en
desuso en nuestro territorio geográfico y político. Vaya a saber por qué en el norte
del mundo, o sea en el centro del sistema, esta clasificación sigue en uso.
En nuestros pagos, la vieja fórmula "el
pueblo nunca se
equivoca", hoy mutada en el desvaído
slogan "la gente lo votó porque expresa lo que quiere la gente", convalida el
veredicto de los vecinos de San Miguel que votaron a Aldo Rico. Y, más aún, lo habilita
para explicar cómo ha de organizarse la seguridad de la provincia de Buenos Aires.
Sin embargo, el veredicto de las urnas no nos
exime del juicio crítico sobre la calidad democrática o autoritaria del programa
propuesto por los representantes elegidos. También los votos pueden expresar, según el
caso, el grado de pluralismo, participación, verticalismo o autoritarismo de los
representados.
El reduccionismo electoral es, como cualquier
reduccionismo, simplificador.
En democracia, el resultado de las urnas es
inapelable, pero los problemas de la política contemporánea no se cancelan en las urnas,
y no todo lo que se vota es democrático solo porque una mayoría lo dice. Las palabras no
reemplazan los hechos. Si así fuera caeríamos en un sofisma, que se podría formular
como un silogismo: todos los líderes que ganaron elecciones son democráticos, Hitler y
Mussolini ganaron elecciones, entonces son democráticos.
Aceptar el silogismo equivale a no tomarse en
serio la Historia. Pero, ¿acaso los alemanes no banalizaron las barbaridades de Hitler
argumentando que había llegado al poder por medios legales?
¿Acaso, y sobre todo después de la masacre
de Ramallo, no debemos recusar con fuerza todo discurso mesiánico? ¿No hay a la vista
una escalada de gestos autoritarios que se multiplican con el creciente descreimiento
público? Aunque algunos sostienen que quizá no habría que tomarlo a la tremenda, Aldo
Rico, nunca arrepentido de haberse alzado contra la Constitución y la Ley, estremece con
su mandato: "Maten al violento".
(*) Historiadora. |