Las
campañas electorales son maravillosas. Mientras duran, tanto los políticos como "la
gente" pueden vivir en un universo de fantasía en que la buena voluntad resuelva
cualquier problema. Todos --bien, casi todos, siempre habrá un aguafiestas como el
ayatola de las pampas Carlos Ruckauf -- se afirman progresistas resueltos a conducirnos a
una época signada por la armonía, la honestidad, el pleno empleo, "el cambio".
Pero se trata de una ilusión teatral. No bien se apagan las luces, resulta que las
mejoras prometidas tomarán su tiempo que, a pesar del furor retórico de los candidatos,
el ajuste ya está a la puerta y que el líder de lo que los corresponsales extranjeros
llamaban la "centro izquierda" es un conservador cabal, pormenor que es motivo
de alivio para todos, sin exceptuar a los centroizquierdistas" mismos.
En la Argentina, sólo los sueños son de
izquierda. La realidad está bien a la derecha y con toda seguridad se mantendrá allí
porque ya se han ido los tiempos en que hubiera sido factible armar un "modelo"
tan igualitario como los corrientes en Europa occidental. Los políticos lo comprenden,
razón por la cual ninguno se preocupa por crear las herramientas institucionales,
empezando con un Estado auténtico, que les permitirían poner en marcha aquellos
programas ambiciosos a los cuales les encanta aludir. Una cosa es el discurso; otra muy
distinta, lo que hombres y mujeres sensatos podrían pensar en hacer y, como sabemos, hoy
en día nadie quiere "aventuras".
He aquí la clave de la estabilidad política. Lo lógico
sería que los millones de pobres sean "estructurales" o recién
"depauperados" hubieran aprovechado sus votos para imponer candidatos dispuestos
a triplicar los impuestos a las ganancias o, cuando menos, a hacer que el perfil
tributario argentino se asemejara al escandinavo. Pero en la Argentina actual una
propuesta de este tipo sería considerada "marxista" o "trotskista":
lejos de hablar de redistribución, los tres candidatos principales y sus allegados se
dieron el gusto de plantear la "necesidad" de reducir los impuestos, bandera
derechista si las hay que, por arte de birlibirloque, se vio transformada en aspiración
progresista consensuada. Que éste haya sido el caso puede entenderse. En un país en el
que el ingreso per cápita anual no llega a diez mil dólares, pero todos los líderes del
partido de los pobres, el PJ, son millonarios, idem algunos representantes conspicuos de
la clase media venida a menos, sería asombroso que "los dirigentes" quisieran
que "el cambio" fuera de verdad. |