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Por Cristian Alarcón "¡Los muchachos se quieren ir y ustedes la están haciendo muy difícil!", intervino como un negociador el rehén Genaro Alberico. El caño de la pistola de un ladrón le brillaba sobre la sien y los espectros de la masacre de Ramallo le aceleraban el miedo. Cuatro hombres con chalecos antibalas al grito de "¡policía!" habían entrado a su casa en Temperley poco después de las once de la noche. Eran presos que escapaban de la bonaerense después de haber tomado la comisaría en la que estaban detenidos. Llevaban dos ametralladoras, tres pistolas, dos revólveres y como escudo a un policía herido. En la huida habían matado a un contador que con su auto se les cruzó en el camino. Después, durante más de cuatro horas, negociaron con la policía y un comité de crisis. Allí se discutieron dos posiciones: el fiscal y el juez de turno, más algunos jefes policiales, preferían estirar la situación y que atacara un grupo comando. Dos fiscales de cámara pugnaban por que se dejara escapar a los delincuentes. Ganó la posición más dura. "La tensión creció, ellos estaban descontrolados y no hubo otra salida", le dijo ayer el fiscal Juan José Vaello a Página/12. A las 4.45 ocho halcones tuvieron en la mira a los ladrones. Los capturaron. Pero en el tiroteo Genaro Alberico recibió un balazo en el cuello: vive mediante un respirador artificial y su estado es crítico. Un mes y medio después, en el corazón del conurbano, la bonaerense se volvió a encontrar ante una situación como la de Ramallo, bajo la sombra que dejó la masacre. Después de una fuga espectacular, cuatro ladrones entraron en la casa de la esquina de Yrigoyen y Anchorena. La casaquinta es uno de esos chalets de dos pisos, techos alpinos y piedra laja. Está rodeada de árboles: un pino, un gomero, un paraíso. También hay quincho, pileta y mucho patio. Funciona allí una colonia de vacaciones para chicos y los Alberico son los caseros. El domingo estaban todos: Genaro, de 52, su mujer Patricia, de 44, Patricio, el mayor, de 19, María, de 16, Natalia, de 14, Maxi, de 11, Anita, de 6, y Emanuel, de 4. Patricio contó ayer que despertó a su padre y pudo ver a los ladrones entrar al jardín con el policía González a la rastra. Cuando golpearon los vidrios la mujer y los hijos se refugiaron en uno de los cuartos de arriba. Cerraron todas las puertas y rompieron las luces de la pieza. Allí se quedaron, sin moverse, durante cuatro horas y media. Los ladrones nunca sabrían de ellos, le creyeron a Genaro cuando les dijo que alcanzaron a irse por los fondos. Sólo que los jefes policiales --entre los que estaba Gerardo Ascacíbar, el mismo jefe del Grupo Halcón que intervino en la masacre de Ramallo--, el juez de Garantías Tomás Bravo, el fiscal Juan José Vaello, el negociador de los halcones, subinspector Jorge Escalzo, creían que "los chicos también estaban en poder de los reos", según contó ayer a este diario el fiscal Vaello. "Hasta que llegaron los halcones, a la 0.45, los ladrones pedían las cosas desde las rejas a los gritos", contó. Después un policía acercó un celular a través del que se comunicaba el halcón que negociaba. "Mi deber era bajar el estrés, pero ellos iban poniéndose cada vez más nerviosos. Yo tenía que estirar el tiempo. Pero era claro que no querían negociar", le dijo a Página/12 Escalzo, frente a la casa. A quien se vio gritar por la negociación fue al rehén herido. "Ellos piden la libertad. Ellos y yo estamos jugados", decía. Durante el estirado tiempo que consiguió Escalzo, los fiscales de cámara adscriptos que llegaron al comité de crisis, Homero Alonso y Alejandro Vidaurre, se oponían a la acción de los halcones. Pero las opiniones del resto eran contrarias. "Se llegó al caso con toda la sensación de lo que había pasado en Ramallo, se actuó con la misma gente y el resultado fue distinto", defendió ayer el juez Bravo. "Fue muy positivo", dijo sobre el resultado, pese a que el rehén quedó gravemente herido. A las cuatro y media, avanzando desde los fondos de la casa, el grupo estuvo en la mira. El policía se desangraba. A las 4.45, finalmente de acuerdo, el comité de crisis dio la orden. Las fuentes judiciales aseguran, aún sin las pericias, que los halcones que ganaron fama en Ramallo, tal como se les rogó, no dispararon al rehén herido. "Cuando los halcones irrumpen los cuatro (ladrones) se tiran al piso, el rehén se para y desde abajo le dispararon", explicó ayer el fiscal Vaello. Los hechos habían empezado a las 22.45 del domingo: cuando el oficial subinspector Marcelo González y el sargento Jorge Espinoza entraron a la zona de detenidos de la 8va. para encerrarlos en sus calabozos, los presos los atacaron con dos "púas" --puntas de metal caseras--. Dieron unos pocos pasos hasta la puerta de la oficina del comisario. La rompieron a las patadas. Adentro, se sabía, estaban las armas de la seccional y balas como para desafiar el destino. Desde el fondo, por un pasillo que parece el de cualquier casa de barrio, salieron cuatro hombres disparando en ráfagas. "A los que escapamos nos silbaban las balas por acá mientras corríamos", contó ayer un policía a Página/12 haciendo con las manos como si apartase moscas de su cabeza. Ninguna fuente de la investigación podía precisar anoche cuántos minutos pasaron hasta que José Armando Gonzáles Porta, de 24, Ramón Benítez, de 28, Sebastián Lencina, de 18, y Ariel Romero, de 23, junto a los policías Gonzáles y Espinoza, huyeron entre las balas en una camioneta doble cabina de la bonaerense. Tampoco explicaron por qué no se tapó con uno de los móviles --de la decena que llegó en apoyo-- la salida por la calle Yrigoyen. Lo cierto es que en la esquina Espinoza se tiró de la camioneta en movimiento. González siguió al volante herido en el hombro y un muslo. En la esquina de Tejedor y Esmeralda se cruzaron con el Peugeot 306 del contador Tomás Barbolla, que llevaba a su madre de 78 años de regreso a su casa. Barbolla, de camisa celeste, habría sido confundido con la policía. Le dispararon un solo tiro que cruzó el parabrisas sin trizarlo y le dio en el pecho. Murió desangrado en el auto. Los ladrones y su rehén siguieron hasta la esquina de Yrigoyen y Anchorena donde la policía, a esa altura un centenar de hombres, reventaron un neumático de la camioneta. Allí estaba el chalet de los Alberico, donde la familia se iba despertando con los tiros y el ruido cinematográfico de dos helicópteros. LOS DELINCUENTES Y EL REHEN, EN VIVO POR TV Por Horacio Cecchi Tironeada entre los riesgos y las estrellitas de la primicia, la televisión volvió a responder a la demanda y llenó el espacio de garante y salvoconducto: --¡Escuchame una cosa! --exigió Silvio--. Que la negociación se haga junto a las cámaras. --¡Tengo un policía herido! --se oyó gritar en off a un policía. --¡Pará, pará un cachito! --devolvió el delincuente con una ductilidad escenográfica envidiable, mirando a cámara--. ¿Sabés por qué está herido? Porque sus mismos compañeros reprimieron y lo hirieron. Ahora, la solución es que se ponga un camarógrafo ahí, con el negociador que está a cargo. "Porque si no esto va a ser un Ramallo cualquiera..., ¿me entendés?", fue la amenaza mediática de Silvio. Después, seguiría un inédito en los anales del policial. Alberico, desbordando al delincuente que apuntaba a su cabeza con una ametralladora Uzi, trepó a la verja y se transformó en vocero de prensa: "¡Los muchachos sólo se quieren ir y ustedes la están haciendo muy difícil! Crónica tiene que vender la nota para que después puedan tener una buena atención con ustedes", gritó sugiriendo una suerte de complicidad policial periodística. "¡Policía no! ¡Policía no!", gritó Silvio cuando se acercaron los camarógrafos, recordando imágenes de otro reality show, protagonizado en Perdices, Entre Ríos, donde los uniformados dominaron a un prófugo disfrazados de periodistas. Tampoco quiso demoras. El periodismo ya había difundido hasta el hartazgo que la clave de los negociadores es estirar la situación y demoler por cansancio. Pero lo inesperado de la situación fue el protagonismo de Alberico, quien tomando un micrófono y trepado a la verja declaró: "Esta va a ser una nota promocional para toda la República Argentina. Los muchachos que están acá tienen las pelotas muy bien puestas".
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