La
Facultad de Ciencias Sociales (UBA) atraviesa un grave momento en el que está en juego su
identidad como institución pública educativa. La triple dimensión sobre la que se
asienta (el conocimiento emancipado, la crítica política y la argumentación sin
coacciones) corre peligro de desarticularse. Las responsabilidades de esta situación son
múltiples. Por parte de las
formas de gestión, ellas se han acercado inusitadamente a un pensamiento que se estrecha
en una supuesta custodia del orden y percibe el conflicto con una vocación juridicista y
una tentación que amenaza cobrar aspectos persecutorios. Por parte de la práctica de los
conocimientos, vemos que se atienen a rutinas crecientes que casi siempre apelan a las
sentencias de un dogma, cambiando el olvido de los lenguajes más innovadores y las
filosofías más avanzadas por una escasa ilusión científica.
Al mismo tiempo, los usos de la palabra
política se hacen indigentes o se profesionalizan en la aplicación de normas vacías de
contenido social, mientras el nervio discursivo y la exhortación de ideas muchas veces
son expropiados en las asambleas y reuniones por rituales especializados, lo que acaba
inhibiendo el debate. Y, junto a la declinación de la palabra política, vemos una
asombrosa impericia en la producción de símbolos que escapan (con un significado
descorazonador) a cualquier propósito que por ventura hayan tenido quienes lo
promovieron. Así, la secuencia que va desde la torpe prestidigitación electoral hasta
las puertas quebradas y las urnas incendiadas (actos que pese a su dramatismo constituyen
abstractos institucionalismos y abstractas disconformidades) es el cabal resultado de un
encadenamiento de ineptas situaciones, señaladas por el desprecio hacia otros símbolos
colectivos capaces de inspirar nuevos compromisos, demostrando que lo que menos interesa
es debatir los grandes temas que son indispensables para proyectar otra historia
universitaria.
Estamos en una facultad dominada por
pequeñas alquimias electorales, por mediocres carreras políticas, por la argumentación
casuística de sus autoridades, por el creciente desinterés en el acto de conocimiento
que se debería ejercer en las clases (núcleo inmediato de nuestros compromisos) y por un
tono político crispado que, en el caso deplorable de la quema de urnas, es puerilmente
ignorante de los símbolos que difunde. Muchas veces, el deseo de justicia se expresa
creyendo que afecta al poder pero acaba afectando los símbolos de la política autónoma
y la elaboración de pensamientos nuevos.
Por eso decimos: que todos podamos volver a
los espacios de discusión de ideas con firmes compromisos y lucidez, para superar la
secuencia fatal entre un orden con mañas y los símbolos equívocos que se dejan sobre el
pavimento, descifrados prontamente --eso sí-- por los numerosos enemigos del pensamiento
crítico. Que la facultad pueda protagonizar una reedificación efectiva basada en un
nuevo pensamiento creador.
* También firman Nicolás Casullo, Eduardo Grüner,
Christian Ferrer, Ricardo Forster, Alejandro Kauffman, Gregorio Kaminsky, Horacio Tarcus,
Inés Izaguirre, María Pía López, Esteban Vernik, Valentina Salvi, Lisandro Kahan,
Sebastián Carassai y otros docentes de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA). |