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CORTESÍA
Por Antonio Dal Masetto

na36fo10.jpg (12656 bytes) t.gif (862 bytes) Noche tarde en el bar y entra un desconocido con cara de haber sido desamparado por su ángel de la guarda desde hace mucho tiempo. Se arrima a la barra y pide whisky.

--¿Cuántas piedras de hielo? ¿Prefiere soda o agua? ¿Vaso clásico o de trago largo? --le dice el Gallego.

--Por fin alguien amable --dice el desamparado--. No sabe cuánto se lo agradezco. Ya no se puede vivir en este mundo sin cortesía. Parecería que la cortesía es una moneda que ha desaparecido de circulación.

La señorita Nancy se le arrima, le acaricia el brazo y le pregunta:

--¿Usted está hablando de la cortesía como un fenómeno de acción cotidiana o de la cortesía como una idea filosófica?

--Ambas cosas, señorita. Tengo para mí que si todos nos tratáramos cortésmente en las pequeñeces de la vida diaria la historia de la humanidad cambiaría.

--El lema de este boliche es: La cortesía ante todo. Así que siéntase cómodo, está entre gente amable y servicial --dice el Gallego.

Balducci levanta el vaso del desamparado, saca de debajo la servilleta de papel que está mojada y la reemplaza por otra seca.

--Gracias --dice el desamparado--, no se hubiera molestado.

--Fúmese un buen cigarro de hoja --le ofrece Tusitala.

--Tengo miedo de que sean muy fuertes.

--Son naturales, nada de química.

Tusitala le pone el habano entre los labios, yo me apresuro a encendérselo y Espoleta le acerca un cenicero limpio.

--Gracias, no se hubieran molestado. Un poco fuerte el cigarrito --dice el desamparado tosiendo--. Miren cómo arrancó mi día. Estoy por hacer un llamado desde un teléfono público, me demoro un segundo buscando el número, un tipo se filtra entre mi cuerpo y el aparato, no pide permiso, no se disculpa, se pone a hablar y no larga más.

Don Eliseo el Asturiano le acerca un platito de castañas de cajú.

--Cómase una, están muy ricas.

--Gracias, tienen sal, soy hipertenso.

--Una no le va a hacer nada --y le coloca una castaña en la boca.

--Gracias, no se hubiera molestado --dice el desamparado masticando. Esta mañana me llama una vieja amiga y me dice: Hace tanto que no charlamos, tomemos un café, quiero saber todo de vos. Estuvimos juntos tres horas, me contó toda su vida sin dejar ni siquiera un resquicio para que yo pudiera hablar un poquito de lo mío. Sólo alcancé a decir sí, claro, está bien, es cierto, qué cosa, no hay nada que hacerle. ¿Qué les parece?

El Gallego le alcanza un platito de anchoas:

--Españolas, cómalas con toda confianza --pincha una con un escarbadientes y se la pone en la boca.

--Gracias, me tengo que cuidar un poco por la hipertensión --dice el desamparado tragando--. Les cuento otra. Tengo una relación cordial con mi ex esposa y mis dos hijos. Hoy es mi cumpleaños y me invitaron a tomar el té. Llevé flores y una torta. Estaban las novias de los muchachos. Empezó una discusión sobre los derechos de las mujeres y los varones. Traté de apaciguar los ánimos recordándoles los beneficios de la cortesía. No me dieron ni cinco de bolilla. Cuando llegó el momento de prender las velitas las posiciones eran irreconciliables y estaban a los gritos. Cortaron la torta y mientras discutían se la comieron toda. No me dejaron ni una miga.

--¿Ni un cachito de torta te dejaron probar? --dice Nancy.

--Ni un trocito.

--Nene --le dice Nancy a Pablito, su joven escudero--, hacete una corridita hasta el quiosco y traé un alfajor para el señor.

Llega el alfajor, Nancy lo desenvuelve y se lo ofrece al desamparado para que muerda.

--Gracias, no se hubiera molestado --dice el desamparado con la boca llena.

--Servile otro whisky al señor y anotalo en mi cuenta --dice Balducci.

Nadie quiere quedarse atrás, todos lo convidamos y ahora el desamparado tiene media docena de whiskies con hielo delante de él.

--Y no quiero ni hablar de la descortesía de los funcionarios públicos, empleados de toda laya, proveedores y cuanto experto uno tenga que consultar --dice el desamparado.

Nuevamente la reacción solidaria es general, cada uno le ofrece los mejores contactos con los expertos más eficientes y más corteses en la profesión que se le ocurra. Aparecen tarjetas, números de teléfonos, volantes publicitarios, nombres y direcciones. Mientras a su alrededor sigue la puja de cortesías, el desamparado toma sorbos de un vaso y de otro, mastica castañas de cajú, traga anchoas, tose como un tísico debido al cigarro, y poco a poco se va deslizando del taburete, se agacha, se coloca en cuatro patas y gateando entre las piernas de los parroquianos y las mesas se escabulle hasta la calle.

--Qué tipo raro --les digo a los muchachos--, se fue sin siquiera saludar.

 

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