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OPINION
¿Encuestas o discursos?
Por E. Zuleta Puceiro*

De prosperar en el recinto, el dictamen aprobado por la Comisión de Asuntos Constitucionales de la Legislatura porteña sobre regulación de encuestas electorales consagrará un serio retroceso en el proceso de modernización política del país. Si ése fuera el único inconveniente, vaya y pase puesto que en la trabajosa construcción de la democracia dos pasos hacia adelante siempre implican algún paso hacia atrás. El problema es, sin embargo, mucho más serio. La norma propuesta implica, a un tiempo, un avance inadmisible sobre la libertad de expresión y el derecho a la información, sin otras explicaciones que un reflejo defensivo de la corporación política frente a avances irreversibles de los derechos ciudadanos.La norma propuesta prescribe que “durante las cuarenta y ocho (48) horas anteriores a la iniciación del comicio y hasta tres (3) horas después de su finalización, queda prohibida la difusión, publicación, comentarios o referencias, por cualquier medio, de los resultados de encuestas electorales”. La norma se inserta dentro del primer capítulo del proyecto de ley sobre regulación y financiamiento de campañas electorales dedicado a “la propaganda que realicen los partidos, confederaciones, alianzas, candidatos/as a cargos electivos locales y quienes las apoyen a efectos de la captación de sufragios”. La propuesta de la Comisión fue aprobada con el voto unánime de todos los bloques y coincide con iniciativas similares en el orden nacional, a punto de aprobarse tanto en Diputados como en el Senado. En la particular concepción de muchos políticos argentinos –los suficientes como para forzar una unanimidad sin precedentes en ningún otro tema del debate público argentino–, las encuestas han pasado a ser un enemigo principal que, cuanto antes y a cualquier precio, debe ser desprestigiado, reducido y controlado. Para ello, nada mejor que asimilarlas en su tratamiento a los dos componentes socialmente más repudiados: la propaganda electoral y los aportes financieros privados a las campañas. Las propuestas nacionales insertan su regulación dentro de la interdicción de actividades en el día del comicio tales como las reuniones proselitistas, la portación de armas, la venta de bebidas alcohólicas o la apertura de locales partidarios. En los términos en que ha sido concebida, la prohibición de publicación de resultados hasta tres horas de finalizados los comicios no registra antecedente alguno en el derecho comparado. La extensión abusiva de este plazo a todo tipo de “comentarios referencias por cualquier medio” sobre datos encuestas implica una auténtica mordaza a los medios de comunicación. De concretarse esta iniciativa, los servicios de radio y televisión verían limitada y desnaturalizada su tarea periodística en la jornada comicial. ¿Se pretende acaso que la tarea de los medios se concentre exclusivamente en la presencia y opinión de los candidatos y dirigentes partidarios?La evidencia empírica, tanto internacional como nacional, es terminante en señalar la irrelevancia de la lectura de encuestas sobre la orientación final del voto y las elecciones del pasado 24 de octubre han proporcionado una evidencia contundente y casi definitiva en ese mismo sentido. La unanimidad en los pronósticos y comentarios preelectorales bien puede dar lugar a tendencias finales de voto opuestas absolutamente autónomas respecto de cifras perfectamente conocidas por toda la ciudadanía. En una democracia madura, conocer las tendencias del electorado es un elemento decisivo para orientar la propia decisión y resulta en verdad difícil imaginar algún tipo de fundamento ético o político a posturas como la que acaba de adoptar la Comisión de Asuntos Constitucionales de la Ciudad.El principio general, indiscutible desde cualquier punto de vista genuinamente democrático, es el de que los electores deben contar para su elección con la máxima información objetiva acerca del contenido de sudecisión. Cuanta mayor información más autónoma será la decisión del ciudadano. La premisa esencial de una democracia madura es la idea de un ciudadano lo más informado posible acerca de las consecuencias efectivas de su decisión. Con todas sus dificultades, las encuestas son de hecho el único elemento informativo relevante para apreciar el sentido posible de sus decisiones personales dentro del contexto más amplio de la decisión colectiva.La publicación de encuestas hasta el momento previo al voto y el conocimiento de las estimaciones post electorales inmediatamente después de cerrado el comicio y antes de que se conozcan los avances del escrutinio real son incluso el único resguardo que tiene la opinión pública a la hora de practicar una necesaria discriminación entre buenos y malos profesionales de la investigación. Donde han prosperado, las tesis prohibicionistas han terminado garantizando la impunidad de los abusos en que suelen incurrir los comités de campaña mediante la manipulación y el uso desaprensivo de la información de encuestas. Pensar que un mejoramiento de la calidad de nuestra vida institucional puede venir de la mano de la supresión de esta información vital en las democracias consolidadas resulta tan absurdo como pretender garantizar la felicidad futura de un matrimonio mediante el expediente irracional de dejar fuera a los fotógrafos fuera de la celebración. * Titular de la consultora Sofres-Ibope.

 

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