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Por Eduardo Fabregat No se trata de hacer justicia por mano propia. Los escraches sirven para hacerlos salir de sus guaridas. Yo no era de nadie, estaba a la deriva. No sé nada de cuando era chiquito, si era bueno o malo, si jugaba a la pelota o no. Nunca aprendí la palabra papá, todo fue mamá. Tuve que ir al colegio para que me la enseñaran. Los testimonios corales de Hijos.doc, el nuevo episodio de la serie diseñada por la productora Cuatro Cabezas, producen como sucedió también en el notable Operación Cóndor.doc un nudo en la garganta difícil de destrabar. Esa sensación agria pero necesaria que también se encuentra en obras como el film Garage Olimpo: reconstruir la memoria, siempre, aun cuando el alma quede en carne viva. Sólo que esta labor de reconstrucción sucede en la cada vez más frívola televisión argentina. Y entonces ese valor tiene un agregado.El especial que se verá hoy (a las 23, por Azul Televisión) intenta englobar no sólo a los exponentes más visibles de los hijos de desaparecidos, sino a todos los hijos. Los militantes, los anónimos, los enterados, los que lucharon por su identidad, los que la encontraron por accidente, los que la descubrieron pero se quedaron del lado de los apropiadores. El sobrio relato de Rolando Graña y la labor fílmica de Pablo Reyero (con la edición final a cargo de CC) buscan evadir el retrato más evidente de esos bebés cubiertos por la sombra de la dictadura, hoy jóvenes que posan sus ojos en el pasado para entender y rescatar. En los cinco bloques se reflejan historias de diferente tenor, algunas de ellas -como la de Mariana Zaffaroni, la beba uruguaya que fue centro del film Por esos ojos sencillamente imposibles de tragar. Todas, en realidad, dejan clara la ignominia residual del malhadado Proceso. Todas, al cabo, sirven para demostrar que la destrucción de documentos, las leyes de perdón y los indultos son sólo papel ante la realidad palpable de esos rostros que se estremecen en el relato.Así desfilan Eva Victoria Winckelmann, que fue secuestrada con sus padres a los 3 años y que, mientras realiza un paralelo entre el cautiverio con su madre y La vida es bella, no puede evitar que se le deslice una lágrima. Ana Santucho hija de Mario, con doce familiares asesinados por portación de apellido. Carla Artés y su terrorífica historia junto al represor Eduardo Ruffo. Los hermanos Di Toffino, hijos de Tomás Di Toffino, sucesor de Agustín Tosco en el sindicato de Luz y Fuerza cordobés. Ernestina y Federica Pais, Ernesto Semán, Lucas Guagnini, Patricia Walsh, en un bloque dedicado a investigar si existe discriminación con los hijos de desaparecidos. Curiosamente, en todos esos relatos, en los que el horror se asoma una y otra vez, .doc elude el morbo, el golpe bajo, la vileza de buscar el impacto sensacionalista. Esas personas que recuerdan a sus padres, que reconstruyen la oscuridad de la Argentina de los 70, no simbolizan en la pantalla un pedido de piedad, sino que intentan desentrañar su lugar en la vida, en la sociedad, en lo emocional. A pesar de la inevitable angustia, llaman al televidente a reflexionar, más que a formar parte de otro ejercicio de emotividad televisiva instantánea.Hijos.doc, por otra parte, traza un paralelo de militancia entre los padres desaparecidos y sus hijos, que se corporiza en los dos bloques finales. Allí se cuenta la fundación de H.I.J.O.S. como especie de catarsis colectiva (en abril de 1995, en Río Ceballos, Córdoba), cómo fue tomando forma la figura del escrache y cómo éstos se convirtieron en un arma efectiva para que los torturadores ya no puedan, al menos, pasearse con tranquilidad por el barrio. Tan efectiva como para desatar represiones policiales similares a las de entonces (En el de Etchecolatz nos dieron muy duro, recuerda Raquel Robles). Tan efectiva como para provocar un insólito decreto presidencial prohibiendo el recurso de protesta callejera contra un individuo determinado.El nuevo capítulo de la serie .doc escapa al lugar común televisivo del puro entretenimiento, y por ello se vuelve por lo menos recomendable,cuando no imprescindible para quienes se interesan en comprender una porción importante de la historia argentina reciente. Pero ante todo, contra todo, se permite un gesto optimista, aun en las expresiones donde el dolor se hace patente: casi todos los hijos, en última instancia, confiesan estar orgullosos de sus padres. Esa aceptación, que ilumina por un instante sus semblantes, hace que esos 60 minutos de difícil digestión finalicen con un pequeño gesto de esperanza.
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