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NO HARÉ MÁS BOCAS DE URNA
Por Esteban Lijalad (*)

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t.gif (862 bytes) Veinticuatro horas antes de los comicios del 24 las cámaras de TV nos muestran la cara del encuestador, la oficina del encuestador, las planillas de su cuestionario, nos dicen cuántos electores entrevistará y a dónde los van a encuestar.

Los periodistas, el día del comicio, siguen llenando las horas muertas con comentarios de los encuestadores, con preguntas del tipo "cómo vienen las cosas", hasta que, hartos ya de tanta espera, a las cinco algún medio se anima y larga la primicia: Mengano Gobernador.

Los electores que tienen pensado votar al que, según las encuestas previas, va a ganar, van a su colegio y echan de reojo alguna mirada a ver si tienen la suerte de ser encuestados. Se alarman porque, en la mayoría de los casos, no verán a nadie preguntando por su voto, pero van como muy dispuestos a figurar en las estadísticas.

Los pobres electores que tienen la peregrina idea de votar por algún candidato que viene mal en las encuestas previas echan, en cambio, una nerviosa mirada.

Así las cosas, llegan las seis de la tarde y el encuestador ávido de sus cinco minutos de gloria nos confirma de su boca lo que ya "todos" sabían: que Mengano triunfó.

Entrevistas a Mengano, comentarios sobre su futuro político de cara al 2003, entrevistas a su hermana, a la maestra de 6º grado, hasta que por fin Mengano habla con su competidor vencido, le agradece su caballerosidad y se dirige a festejar al sitio convenido.

A las 10 de la noche los datos oficiales empiezan con sospechosa impudicia a desmentir lo que el Encuestador, su Boca y Mengano dan por hecho desde las 6 de la tarde.

Nerviosas miradas de operadores, futuros subsecretariables de algo, se cruzan con interrogativos rostros.

--¿Che, qué pasa?

--Nada, tranquilos, es una tendencia que en un rato se revierte.

A las once de la noche, con el 55 por ciento escrutado, o sea una encuesta de 4 o 5 millones de entrevistados, los datos siguen siendo caprichosamente erróneos. Las miradas de periodistas y políticos empiezan a dirigirse hacia el Encuestador, quien luce cada vez menos seguro.

A las 24 horas, la farsa terminó. Se desmonta el palco de los festejos, se arrían las banderas y se emprende el regreso a casa con la amarga sensación de que la realidad es muy injusta.

¿Cómo hemos llegado a esto?

No lo pregunta un periodista prevenido contra "las encuestas" sino yo, Esteban Lijalad, alguien que ha conducido bocas de urna en todas las elecciones desde 1991.

Hemos destrozado una herramienta válida, al transformarla en parte del juego mediático, con el único objeto de llenar con "información" el largo trecho que va de las 6 a las 11 de la noche. Este insoportable paréntesis debía ser llenado con ganadores, comentarios, perdedores, notas de color, hipótesis, todas ellas basadas en un gigante con pies de barro.

Hemos alertado a la gente, la hemos puesto en aviso y hemos, por lo tanto, incrementado el "efecto observador" al infinito. En vez de aplicar de forma indolora, incolora e insabora nuestro termómetro para medir la fiebre, hemos alertado al paciente, el cual ya deja de ser un inocente "sujeto de investigación" y pasa a ser un pícaro protagonista, que toma una aspirina para engañar al termómetro.

Hemos abandonado el anonimato, la discreción y el viejo consejo de los metodólogos, para convertirnos poco menos que en protagonistas, cuando no en operadores políticos.

Estamos cada vez más apurados por clientes, colegas y medios, que empiezan a llamar a las 11 de la mañana para ver "quién gana".

Creo que el daño cometido es irreversible. Tucumán fue un aviso de lo que nos esperaba en octubre.

En lo que a mí respecta, Esteban Lijalad, me comprometo a no volver a hacer un boca de urna hasta que se cumplan condiciones hoy casi imposibles:

1.- No hacerlas para los medios.

2.- No aceptar presiones de clientes y medios.

3.- No dar datos parciales, porque las muestras no se hacen para saber, de paso, qué sucedió en Villa Malcolm o cuántos concejales metemos en San Diego.

4.- Darse tiempo para analizar los datos, buscar inconsistencias, etc., cosa imposible si hay que cerrar a las 5 para dar el dato antes de las seis.

5.- No dar seguridades (¿quién ganó?), a menos que la diferencia porcentual duplique, al menos, el error estadístico de la muestra.

Como sé que estas condiciones son inaceptables, está claro que cometo un suicidio comercial al negarme de ahora en más a este juego. Que pasen los que sigan.

 

(*) Encuestador.

 

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