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OPINION
Los dinosaurios están solos

Martín Granovski

Adivinanza: ¿a cuántos militares puede liderar Luciano Benjamín Menéndez? Respuesta: a sí mismo. Con 16 años de democracia, cualquier otra contestación es terrorismo verbal. Varias conversaciones mantenidas en los últimos días por Página/12 con oficiales de altísima graduación permiten comprobar un distanciamiento entre los militares en actividad y los dinosaurios.
–En el Ejército no hay ningún general que se aparte de la política institucional –dijo uno que jura no apartarse.
“Política institucional” significa, en la jerga impuesta por Martín Balza, el reconocimiento del Ejército de que reprimió usando métodos ilegales, la certeza de que el golpe de Estado fue una gran equivocación y, al mismo tiempo, como para compensar, la idea de que fueron pocos, muy pocos, los oficiales involucrados en violaciones a los derechos humanos.
–Sea quien sea el sucesor de Balza, esto no cambiará –pronosticó uno de los siete generales de división.
La Fuerza Aérea vive un clima similar, aunque por motivos distintos. A diferencia del Ejército y la Marina, su participación comprobada en la represión directa fue proporcionalmente menor. En cuanto a la Armada, el caso es diferente por razones generacionales. Varios de los represores de la Escuela de Mecánica tienen aún compañeros en actividad que pueden sentirse hipersensibles, si es que no aprovechan la perspectiva de un juzgamiento de ex compañeros para desprenderse para siempre de la sospecha que pesa sobre más de una promoción.
La biología, la doctrina Balza, la caída del Muro de Berlín, el desaliento norteamericano a los golpistas y la crisis presupuestaria influyeron para que el Ejército viva hoy una situación que era inimaginable hace 16 años, a comienzos de la democracia.
–Los generales de división –comentaba el martes uno de ellos– tenemos entre 52 y 56 o 57 años. La mayoría de nosotros era capitán en 1976...
–Me imagino a dónde apunta, pero un capitán podía ser subjefe de un campo de concentración.
–Por supuesto, aunque es difícil que haya llegado a general de división pasando por los filtros del Senado.
–Está el caso de Eduardo Cabanillas.
–Sí, pero fue un caso. Y no está más. Lo que quería decirle es que nosotros tenemos alrededor de 20 años menos que la promoción de un Jorge Videla o un Luciano Benjamín Menéndez. Son retirados del arma, pero no influyen en el arma.
–¿No quedaron como símbolo, como los guerreros victoriosos a los que hay que reivindicar?
–De ninguna manera. ¿Sabe quién puede defenderlos? La familia.
–¿La familia militar?
–No, su familia, y tengo mis dudas de que los defiendan más allá de un plano personal.
Un altísimo jefe del Ejército informó a este diario que hay un Menéndez que no comulga con Luciano Benjamín y un Díaz Bessone que se fastidia cada vez que su padre Ramón Genaro, ex ministro de Planeamiento de Videla, castiga a Balza desde su puesto en la asociación de retirados que reúne a los dinosaurios.
Ninguno de los oficiales con los que conversó Página/12 la última semana se alegró por los pedidos internacionales de captura de Baltasar Garzón. Como el Gobierno y Felipe González, critican lo que consideran una invasión de jurisdicciones. Pero uno de ellos, que ocupa un puesto clave, se alegró francamente por la posibilidad de que Menéndez termine preso, cosa que podría ocurrir en la propia Argentina si los jueces sienten su orgullo herido y aceleran las causas por robo de bebés contra el ex jefe de la masacre en Córdoba.
–Menéndez es un pelafustán –fue una de las definiciones.
–Discúlpeme, pero la palabra suena a insulto del coronel Cañones. –Tiene razón, no andemos con vueltas. Menéndez es un delincuente. Y si la Justicia lo mete preso muchos de nosotros no solo no vamos a mover un dedo sino que nos vamos a poner contentos. Lo mismo con (Antonio Domingo) Bussi.
En diálogo con dirigentes de derechos humanos, frente a los que repite que el Ejército no tiene listas de desaparecidos, Balza acostumbra sostener que en este tema no hay otro límite que el tiempo. En una de estas reuniones contó este diálogo:
–Hace poco un general de brigada me dijo: “Mi general, esto de los derechos humanos hay que terminarlo”. Yo le contesté: “Primero, no estoy de acuerdo con ninguna solución artificial, y segundo, dígame ya mismo cómo es la ley que usted propondría al Congreso. ¿Se le ocurre alguna?”.
Al general, claro, no se le ocurrió nada. Si el futuro gobierno no dramatiza las cosas y toma en cuenta la realidad tal cual es hoy, y no como era en 1987 o 1988, se dará cuenta de que nada horrible pasará si Menéndez o Bussi terminan presos, aquí o en España. Quizás, hasta pueda alegrarse.

 

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