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OPINION
Información y entretenimiento
Por Facundo Suárez Lastra *

En la edición de ayer de Página/12 se publicó una opinión del consultor Enrique Zuleta Puceiro cuestionando un proyecto de la Legislatura porteña tendiente a restringir la publicación de sondeos electorales y de bocas de urna. Uno de los legisladores de la ciudad, que impulsa el proyecto, le replica. La polémica continúa.

Al votar los límites a la difusión de encuestas electorales desde dos días antes hasta tres horas después de los comicios, lo hice respetando a los encuestadores y considerando que los sondeos de opinión forman ya parte constitutiva del complejo sistema de informaciones que contribuyen a la libre y responsable decisión de los electores. Por eso me interesa comentar la crítica de Enrique Zuleta Puceiro y responder a su apreciación de que esta ley es una reacción corporativa contra el derecho del ciudadano a la información.
El límite a la difusión de encuestas tiene sólidos fundamentos, aun cuando diferentes según se trate de los serios y rigurosos sondeos de intención de voto –preelectorales– y las técnicamente más precarias encuestas llamadas “en boca de urna”.
Comenzando por estas últimas, sostengo que su baja confiabilidad y sus amplios márgenes de error no constituyen la causa principal para legislar sobre el umbral temporal para su difusión, porque no creo, bajo ningún concepto, que la prohibición mejore la calidad de lo que se prohíbe. La difusión temprana de las encuestas de boca de urna entraña un riesgo para la tranquilidad pública no sólo por su dudosa fiabilidad, sino principalmente porque instala expectativas intensas y contradictorias que multiplican la natural ansiedad del electorado.
Debemos agradecer y congratular a Graciela Fernández Meijide por la prudencia con la que manejó la información de boca de urna el 24 de octubre. Otro candidato menos sereno podría haberse atribuido el triunfo y denunciado fraude en las elecciones de la provincia de Buenos Aires –no sin cierta credibilidad avalada por la historia de años recientes– con graves consecuencias de desborde y violencia.
La encuesta de boca de urna parece rendirle culto a la velocidad en contra de la excelencia. Es como privilegiar la espectacularidad de una pseudo información que no agrega conocimiento ni certeza, en contra de uno de los más jerárquicos rituales de la democracia, que es el recuento de votos por las autoridades de cada mesa en presencia de los fiscales.
Si la opinión no sustituye al voto, no hay razón para pensar que la brevísima encuesta “cantada” pueda sustituir la apertura de los sobres. Me permito dudar de que su difusión anticipada pueda ser considerada como “información” en los términos en que este preciado bien social y jurídico se concibe; más bien nos inclinamos a describirla como un entretenimiento de riesgo, donde el bien jurídico en peligro es nada menos que la tranquilidad pública.
La veda de tres horas hace coincidir la difusión de las encuestas de boca de urna con los cómputos que los fiscales de los partidos envían a los comandos electorales y con el acceso que el periodismo tiene a los recuentos. De ese modo, se integra como un componente más a la red de informaciones a que tiene acceso el ciudadano.
En caso contrario, el derecho de expresión de unos se estaría ejerciendo a expensas del derecho de todos a la información, con el agravante de que el uso de expresiones asertivas en flashes televisivos –gana Fulano por tantos puntos– presenta como hechos objetivos lo que sólo son conjeturas.
En cuanto a incluir a los sondeos en las 48 horas de silencio preelectoral que se aplican a las campañas, se trata de una asimilación para nada caprichosa. La difusión de una encuesta puede ser una herramienta de campaña más allá de la probidad e independencia del encuestador. El dato, aparentemente probado, de que la lectura de las encuestas en las horas previas al voto no influye sobre su orientación no debe desagregarse de la otra evidencia mayor que lo contiene, tampoco los últimos actos de propaganda inclinan una tendencia. A pesar de esto, los más confiables y más democráticos analistas coinciden en que el período de reflexión del ciudadano es un bien que debe resguardarse de toda presión, y eso es lo que estamos preservando con esta ley.
Las encuestas, los discursos y las noticias tienen roles igualmente relevantes en la construcción de la información política de una Nación.Ninguno de los tres puede sostenerse sin la existencia de los otros, ni desarrollarse a sus expensas. Los encuestadores ayudan a los políticos a mejorar la calidad de su discurso por encima de la trivialidad, del mismo modo que los políticos ayudan a los encuestadores a calificar la excelencia de su trabajo por encima de la manipulación.
* Diputado (UCR en la Alianza).

 

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