Por Verónica Abdala Para el ambiente
cultural argentino, Carlos Gorostiza es ante todo un dramaturgo. Miembro clave de Teatro
Abierto, el más recordado movimiento de resistencia cultural a la dictadura 1976-1983, y
autor de una veintena de obras, entre ellas El patio de atrás, El acompañamiento, El pan
de la locura y El puente, Gorostiza fue, además, funcionario del área cultural del
gobierno de Raúl Alfonsín. Sin embargo, desde que tiene memoria, cuando llena
formularios o completa las planillas de entrada a hoteles, la palabra con que define su
profesión es escritor. Me gusta la palabra, y creo que en este sentido
hay divisiones muy caprichosas. Los poetas y los dramaturgos también somos escritores,
aunque insistan en llamarnos de otras maneras, explica en el día siguiente a la
noche en que Vuelan las palomas fue anunciada ganadora del Premio Planeta 1999. El jurado,
compuesto por María Esther de Miguel, Eduardo Gudiño Kieffer, Abelardo Castillo y el
editor Ricardo Sabanes, seleccionó Vuelan las palomas, entre 382 obras. La obra cuenta
la historia de un hombre que se resiste a la violencia y a la vida absurda de los
estampidos, sintetiza Gorostiza, de 78 años, y autor de otras dos novelas, en una
entrevista con Página/12.Cuando saludó al público, en la ceremonia en que se
anunció el premio, dijo que esta novela era muy importante en su vida, que era bastante
más que un libro, que era como un hijo, o una hija. ¿Por qué?Porque este libro me
representa en todos los sentidos, y es fruto de un gran esfuerzo intelectual y afectivo.
Comencé a escribirlo a partir de una imagen de mi infancia, que se me presentó de
imprevisto. Después, mis amigos me convencieron de que mi creación era más hermosa de
lo que yo creía, y de que podía ganar un concurso de belleza... Cosa que finalmente se
dio. ¿Podría resumir el argumento de la novela?Esta es la historia de un
conscripto al que le ordenan un fusilamiento, en la década del 30. El se resiste, y
deserta. Quema su uniforme y se va. En el momento del fusilamiento, vuelan las palomas.
Ese sonido lo persigue durante toda su vida: en Francia, en España, en Venezuela y en
México. Los tiros y las palomas. Lo importante, en este marco, es lo que le pasa a este
personaje, la necesidad a la que se enfrenta, de tomar una decisión: la de la militancia
activa o pasiva, la de la duda, la de la resistencia. Esta es la historia de ese hombre,
que se enfrenta a La Gran Duda a la que se enfrenta en todo momento el intelectual. Mi
personaje, Ignacio, es un intelectual, aunque él no lo sepa.Su personaje se va de
la Argentina en 1931, un año después del golpe militar de Uriburu a la segunda
presidencia de Yrigoyen, y regresa en 1983, con la vuelta de la democracia, con Alfonsín.
Es decir que el período durante el que se ausenta coincide con los cincuenta años de
golpes militares que sufrió la Argentina...Sí, durante estos cincuenta años
estuvieron volando las palomas por el cielo argentino, asustadas por el ruido de los
fusiles. Pero cuidado, yo no quise limitarme a hablar de la realidad argentina: la
historia de la violencia es universal, y puede reconocerse en cualquier parte del mundo.
El que hice es un fresco universal de la violencia y de las pobres víctimas de la
violencia, representadas en la imagen de las palomas. Un fresco universal que, de
todas maneras, reflejará el punto de vista de un argentino...Bueno, no creo que un
argentino pueda llegar a escribir nada que no sea argentino.En relación con su obra
como dramaturgo, se ha afirmado que los grandes temas que la caracterizan son la soledad,
la solidaridad, el desamparo, la Argentina y los argentinos. ¿Cuáles diría usted que
son sus obsesiones artísticas? Mis obsesiones aparecen siempre en mis novelas, y no
siempre en mis obras teatrales. Creo que mi gran tema es la posición del hombre frente a
la vida. El hombre tiene frente a sí el gran problema metafísico: Dios, quiénes somos,
de dónde venimos y dónde vamos. Esas cosas, sin embargo, casi no las pude tratar hasta
ahora. Porque, si veo un chico en la calle pidiendo plata..., me emociono y me siento en
la obligación de contar eso, y las grandes preguntas siempre quedan flotando. Son la
cuenta pendiente lo que todavía no escribí.Posiblemente esos grandes temas o
preguntas sean el trasfondo de las historias que narra...Puede ser. De todos modos,
creo que profundicé en mayor medida en Vuelan las palomas en lo que tiene que ver con
estas cuestiones. En ese sentido, cumplí con una deuda, que pesaba sobre mi conciencia.
Amo esta novela porque me representa plenamente, y uno, por sobre todas las cosas, se
quiere a sí mismo.¿Cuándo tiempo tardó en escribirla?Comencé hace siete
años, y en el medio pasaron muchas cosas. Creo que una novela requiere de un tiempo de
reflexión y de sedimentación que quizás una obra de teatro no exige, porque permite
pasar por arriba muchas cosas, y en cierta medida es más superficial. El proceso de
escritura de una novela produce una suerte de monólogo interior muy poderoso y complejo
que no da lugar a las velocidades y privilegia la profundidad.¿Diría que ésa es
la diferencia más notoria con que se enfrenta quien escribe novelas y quien escribe obras
de teatro?Sí, son procesos muy diferentes. En lo relativo a las historias, también
hay diferencias notables. Hay escenas que nace teatrales, como hay otras que nacen para
ser novelas. La historia de este libro, por ejemplo, nunca podría ser llevada al cine,
como ocurrió con Plata quemada, de Ricardo Piglia (novela ganadora del Premio Planeta
1997). Sencillamente, porque no nació para ser transformada en representación o en
imagen. Tiene otra esencia, y no es la de la representación. Así voy desalentando a
cineastas que estén planeando proponerme filmar una película. Esta es una novela, nada
menos y nada más que eso.¿Tiene proyectos inmediatos para seguir escribiendo
ficción?Hay algo de eso. Por ahora, estoy atento a reconocer algunas imágenes que
se aparecen sin aviso, como invitándome a seguir en esta dirección. Así nació Vuelan
las palomas, y así seguramente nacerán otras. Son brotes, sonidos, colores, que no
tienen forma pero que, como una música, anuncian su llegada.
No nos vana vencer Usted fue secretario de Cultura durante el gobierno radical, entre 1984
y 1986. ¿Qué diferencias reconoce entre la realidad cultural del país en la época de
Alfonsín y la que siguió, durante el gobierno de Menem?En la época de Alfonsín
había un plan cultural concreto y elevado desde el punto de vista de su calidad. Todo
esto después fue olvidado. Durante la década menemista hubo no sólo un vaciamiento
cultural sino un absoluto vaciamiento nacional, que repercutió en todos los ámbitos de
la vida política y social de la Argentina: el país fue vendido, y lo único que nos
queda es el aire. El gas no lo tenemos, el petróleo no lo tenemos... Estos vendieron las
joyas de la abuela, y después, ¡vendieron a la abuela! Si las cosas marchan es porque
hay emprendimientos privados, porque la gente resiste y trabaja. Por que no nos van a
vencer, como no nos vencieron en la dictadura los militares. En ese momento creamos Teatro
Abierto. Ahora, es el republicanismo, la democracia, la que nos permitirá crear nuevas
formas para que reviva la cultura.¿Es optimista respecto del cambio que
significará la asunción de la Presidencia por parte de Fernando de la Rúa?Sí,
soy optimista. No quiero que la esperanza me ciegue y me impida ver fallas o posibles
dificultades que seguramente surgirán sobre la marcha... Es decir, me conformo, si no es
posible un cambio radical, con que cambiemos al menos un poquito. Pero, bueno, creo que
nos espera un tiempo mejor, más fértil. Creo en De la Rúa, como la mayoría. En estos
días escuché que si lo vemos poniendo la mano en la lata no vamos a creer que está
sacando plata sino que la está poniendo. Me pareció gracioso el comentario, y muy
cierto. Uno de los mayores capitales que tiene De la Rúa es la credibilidad, incluso
entre quienes no lo votaron. Estamos todos tan hartos de que nos roben... Desde su
punto de vista, el arte, y en ese marco la literatura, ¿son ámbitos que necesariamente
deben apuntar al mejoramiento social y político de las sociedades? Yo creo que sí.
Pensemos en Petorutti, en Piazzolla, en Xul Solar. El arte sin concepto se da sólo en
apariencia: el artista tiene una función social con la que cumplir, y no puede evadirse
de esa responsabilidad que la sociedad le reclama. |
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