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Por Luciano Monteagudo El estreno de una película de Eric Rohmer en Buenos Aires, después de más de una década de ausencia El rayo verde (1986) fue el último contacto con la cartelera local ya debería considerarse todo un acontecimiento. Pero sucede además que Cuento de otoño, premiada en el Festival de Venecia del año pasado, es uno de los mejores films del último período de este auténtico maestro del cine contemporáneo, que al borde de los 80 años se mantiene más joven y fresco que nunca. Intransigente, siempre fiel a sí mismo, el cine de Rohmer jamás responde a modas o condicionamientos de ningún tipo. Sus películas que ya suman más de treinta en cuarenta años de carrera tienen la perennidad de lo clásico y al mismo tiempo la actualidad y la cercanía del mejor cine de hoy. Y no hay mejor prueba que este magnífico Cuento de otoño, un film que hace de las pequeñas intrigas amorosas una obra mayor, celebratoria de la complejidad del mundo y de la vida. En Cuento de otoño que cierra el ciclo de Las cuatro estaciones iniciado diez años atrás todo comienza de una manera tan espontánea y natural como si la cámara de pronto se hubiera introducido sin previo aviso en un momento cualquiera en las vidas de sus personajes. Isabelle (Marie Riviére) va de visita a la casa de su amiga Magalí (Beatrice Romand), una viticultora que vive aislada en el campo, completamente dedicada a sus tierras. Ambas rondan los 45 años, pero mientras Isabelle tiene aún en su casa a su marido y a su hija (a punto de casarse), Magalí se ha quedado sola. A mi edad es más fácil encontrar un tesoro escondido que un hombre, se resigna Magalí, que sin embargo tiene sus exigencias. Reconoce que sí, que le gustaría volver a formar una pareja, pero bajo sus propias condiciones, sin resignar nada. Sus argumentos no convencen del todo a Isabelle, que se propone buscarle un hombre sin que Magalí se entere, recurriendo a aquello que su amiga más rechaza: el correo sentimental. Ella, que no tiene prejuicios, se hará pasar por Magalí, hasta dar con la persona adecuada. Será, en sus propias palabras, la embajadora de Magalí, su representante en temas amorosos. Lo que a su vez no sabe Isabelle es que simultáneamente Rosine (Alexia Portal), la novia del hijo de Magalí, también se ha empeñado en sacar a su nuera de su soledad y urde un encuentro con un profesor suyo, que fue su amante y aún la pretende.Todas estas maniobras, que podrían parecer banales, frívolas incluso, están tratadas por Rohmer con un grado de inteligencia y sutileza que hacen de este Cuento de otoño un film de una belleza infrecuente, en el que no se sabe qué admirar primero, si el talento de sus dos notables actrices, alejadas de todo amaneramiento, la impecable arquitectura de su guión o la serena maestría de su puesta en escena. Hay una concepción artesanal en el cine de Rohmer, una idea de austeridad que hace de Cuento de otoño un film rico y a la vez ascético: rico en situaciones, en diálogos y en escenarios el luminoso valle del Ródano, que tiene en la película una presencia determinante y también ascético, en su prescindencia de todo lujo, artificio o falsedad. En Cuento de otoño, tanto como sus personajes, importan el sol, el color de la tierra, elsonido del viento agitando de manera discreta el cabello de esas dos mujeres en el atardecer de una charla al aire libre. Es que, a diferencia de otros films de Rohmer (y no cuesta pensar en Mi noche con Maud o El amor a la hora de la siesta, de la serie de los Cuentos morales, que transcurrían entre cuatro paredes), se diría que Cuento de otoño es un film abierto en todo sentido, concebido al aire libre, una película con la levedad de una brisa. El espíritu lúdico, festivo que lo anima queda del todo de manifiesto en su tramo final, en la fiesta de casamiento de la hija de Isabelle, celebrada a cielo abierto y en la que Magalí se cruzará con los dos hombres que le han conseguido sus improvisadas celestinas. Me considero una artesana antes que una comerciante; yo no exploto la tierra, la honro, afirma Magalí de su oficio, del que se siente orgullosa, por la calidad de sus vides. Lo mismo podría decirse del autor de Cuento de otoño: a diferencia de muchos, Rohmer no explota el cine. Simplemente lo honra.
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