Debido
a las diferencias de nutrición, los chicos porteños serán siete centímetros más altos
que los jujeños, aseguran los expertos. También dicen que, por lo mismo, los chicos
porteños pobres tienen catorce puntos menos que los ricos en la medición de coeficientes
de inteligencia. El 45 por ciento del total de la población infantil (hasta 14 años), o
sea cuatro millones y medio de menores, viven en los hogares más pobres. De ellos, uno de
cada tres repite el grado en la primaria y, entre los que no abandonan, sólo uno de cada
cuatro completará los estudios secundarios. La tasa de desempleo entre los pobres de 15 a
19 años de edad que buscan trabajo llega al 40 por ciento, el doble que entre coetáneos
de hogares más ricos. Acallada la vocinglería electoral, ya es tiempo de ocuparse de
estos y otros rubros de la agenda popular, antes que el destino de las víctimas, y con
ellas el de la nación, sea el retraso crónico y la decadencia irreparable.
Si los economistas que se prueban las hormas
ministeriales no tienen cabeza para estos asuntos, sería mejor que callen, en lugar de
repetir las letanías fiscalistas de sus antecesores y de quemar incienso en las capillas
de los poderosos. Hay que hablar más para los ciudadanos y enroscar menos la lengua en el
lunfardo tecnocrático de la economía sin humanidad. Como aceptan los socialdemócratas
europeos, la "conciencia social no puede medirse por el nivel del gasto
público", sino por la eficacia de ese gasto, criterio distinto al de los que piensan
únicamente en cuadrar la caja. El lenguaje y los interlocutores que se elijan en esta
etapa son referencias ineludibles para definir la dirección de marcha de los nuevos
mandatarios. Ha sido auspicioso, por ejemplo, que la fórmula electa acudiera sin demora
al Congreso para avanzar en asuntos de gobierno, porque recupera al Poder Legislativo como
escenario primordial para el debate político. Porque es un lugar legítimo, es más que
justa la preocupación de tantos ciudadanos que rechazan la incorporación de Bussi a la
Cámara de Diputados, cuando pesan sobre él expedientes judiciales que lo involucran con
causa justificada en reiterada violación de derechos humanos.
Es de buen aliento que los primeros viajes de
Fernando de la Rúa hayan sido al Brasil, en respaldo del Mercosur, y a la Internacional
Socialista. La ampliación del espacio de autodeterminación nacional, relativa en el
contexto de la economía mundializada, puede modificar el resignado alineamiento
incondicional con Washington que practicó el menemismo en nombre de un supuesto realismo
que negaba la condición latinoamericana del país y reforzaba el sometimiento a un único
gendarme internacional en lugar de democratizar las relaciones internacionales. No todo
sucede en línea recta, por supuesto. En la casa común de la Alianza
"cohabitan" los que reconocen la globalización económica pero que rechazan,
igual que Menem, los procesos del juez español Baltasar Garzón en nombre de la
plenipotencia nacional, al lado de los que creen que la globalidad es mero neocolonialismo
si los pueblos no pueden dotarla de recursos para defender sus derechos y juzgar a sus
verdugos sin fronteras cerradas o abiertas según la conveniencia de unos pocos.
Los entreveros semánticos más de una vez
son usados con intención para gestar falsas opciones. Caso típico el de la seguridad.
Apoyándose en la sensación de inseguridad urbana, ahora resulta que la "mano
dura" es sinónimo de tranquilidad en desmedro de la "blanda" que defiende
los derechos civiles. Aldo Rico, que nunca encontró a los que lo asaltaron en una calle
de su propio distrito, es ponderado por el respaldo cívico de sus vecinos como si fuera
el único distinguido. También el socialista Alfredo Bravo fue reelecto y plebiscitado en
un distrito mayor, la Ciudad, como cabeza de lista de la Alianza. Pero Rico es militar y,
por eso, sabrá imponerse, afirman sus promotores bonaerenses. La última dictadura estuvo
repleta de camaradas del carapintada y hay centenares de familias enlutadas por bandas
criminales como la de Aníbal Gordon, que operaban con protección oficial. Lo más
importante: la política de seguridad no depende de un hombre, ni siquiera del número de
agentes, sino de una trama compleja de medidas concurrentes, entre ellas la participación
de los vecinos en el control de gestión de las comisarías. Tampoco hay una política de
alcance universal para una sociedad fracturada en múltiples micromundos ni puede
desligarse de valores como justicia social, solidaridad y protección al vulnerable, que
son correlativos a la comprensión de los derechos humanos. En tanto la seguridad personal
de los ciudadanos no sea una cuestión clave del pensamiento progresista, seguirán
aumentando las oportunidades y los espacios para la nueva derecha.
Es tan inusual el trámite administrativo de
la transición, que provoca asombros y hasta desconciertos. La novedad obligó a la
importación de palabras para describir el suceso. Una de ellas es
"cohabitación", que algunos comentaristas utilizan para mencionar las
relaciones interpartidarias, debido a la pluralidad surgida de las urnas que, esta vez,
decidieron probar suerte sin hegemonías absolutas ni unicatos. En rigor, para cohabitar
hace falta un techo común y es mejor suponer que el futuro subirá más alto que el techo
del modelo menemista. La propuesta de Menem de auspiciar a Rodolfo Barra como futuro
auditor del nuevo gobierno, sin que ningún sector del PJ lo haya refutado hasta el
momento, basta para mostrar la distancia que falta recorrer hasta una convivencia
civilizada. La tolerancia en pluralidad es una meta que requiere esfuerzo y tiempo para
ser alcanzada. El consenso o la uniformidad a cualquier costo pueden ser tan dañinos como
el verticalismo autoritario. En lugar de resaltar las diferencias de culturas políticas
ese acuerdo forzado consigue que a los ojos del ciudadano todos sean iguales o parecidos,
diferentes collares para el mismo perro.
Es de esperar que el gobierno no actúe sólo
cuando cada política pública haya conseguido jerarquía de política de Estado, o sea
que cuente con la conformidad universal. La disidencia y aun el conflicto son
constitutivos de la democracia. Cada vez que fue suprimida se debió a la obra de
intolerantes dogmáticos, a las discriminaciones y las exclusiones. Peronistas y
radicales, derechas e izquierdas, deberían reflexionar sobre sus propias historias,
porque en ellas encontrarán razones suficientes para convertirse en acérrimos defensores
de la tolerancia recíproca y múltiple, pero también del derecho a defender las propias
convicciones. Como dice Oskar Lafontaine en Alemania, nada de malo tiene que "el
corazón lata a la izquierda". Cuando las negociaciones en el Congreso sean
insuficientes, hará bien el gobierno en recurrir al expediente constitucional de la
consulta popular, con la misma frescura y decisión que empleó Menem para dictar
cuatrocientos decretos.
El país y el mundo han cambiado tanto y tan
rápido que no hay caminos únicos, ni exclusivos ni trillados para caminar hacia el
futuro. Apenas si hay algunas intuiciones más certeras que otras. "No hay adivino ni
rey que le pueda marcar [al pueblo] el camino que va a recorrer", supo cantar Alfredo
Zitarrosa a su gente, esa misma que acaba de colocar a la cabeza de la primera vuelta
electoral al candidato del Frente Amplio en Uruguay, después de décadas de alegrías y
sinsabores, de tanta militancia empecinada que descartó el cinismo y la desaforada
expectativa. Una reflexión que deberían meditar en detalle tanto los que flamean el
escepticismo paranoico como los que niegan los claroscuros. Aunque parecen extremos
opuestos, los dos bandos terminan concurriendo al mismo desprecio por las chances de
mejorar la vida, de aliviar los sufrimientos, de interrumpir tanta penuria. Si nada se
puede modificar, ¿de qué sirve hacer nada?
Ninguna perspectiva será verdadera, en el
gobierno o en la oposición, si en lugar de encerrarse en las trifulcas de palacio no
incorpora el proceso social como parte activa del devenir. Muchos se hacen cruces por la
heterogeneidad de la Alianza, como si hubiera alguna fuerza política que pudiera mostrar
hoy en día una cohesión interna de mejor calidad. Otros suponen, con escaso fundamento,
que el relevo de autoridades será suficiente garantía para superar la recesión y el
estancamiento, como si junto con Menem se fueran del poder los auspiciantes del
"modelo" y dejaran de existir los que desgarraron a la sociedad sin compasión
alguna. Ni siquiera Menem está dispuesto a pasar a la historia sin dar batalla por la
continuidad. Las visiones simplificadoras terminan por ser simplonas.
Durante todo el año, la mayoría de los
votantes en sucesivas elecciones han elegido personas en lugar de programas o ideologías,
dejándose llevar por el sentido común. Así resultaron combinaciones increíbles, porque
ese sentido común está plagado de contradicciones, abonadas por miedos, decepciones,
desconfianzas, indiferencias, expectativas, resignaciones y discursos mezclados. Muchos
quieren el paraíso, pero pocos están dispuestos a morir para alcanzarlo, dice el
refrán. Ese sentido común de la mayoría es el verdadero espacio a conquistar para las
ideas de los cambios indispensables. Ahí tendrá lugar la batalla por una nueva cultura
de la democracia.
Tal vez el primer paso sea, tal cual lo
recordó Mario Benedetti de Lillian Hellman, la derrota de las hipocresías. "Cuando
se rescató a sí misma de la pesadilla del macartismo, escribió: 'El neoliberalismo
perdió para mí su credibilidad. Creo que lo he sustituido por algo muy privado, algo que
suelo llamar, a falta de un término más preciso, decencia". Es un punto de partida,
claro, nunca de llegada. "La política tiene como ambición el vivir juntos de
personas y grupos que sin la política serían extraños unos respecto de los otros",
precisaron los obispos franceses en un reciente documento donde llamaron a
"Rehabilitar la política", justo lo que aquí hace falta después de tanta
econometría despiadada.
El autor, en avanzada convalecencia posquirúrgica, agradece a las personas e
instituciones que se interesaron por su salud a partir de la última semana de setiembre. |