Sentado
en el incómodo sillón del entrevistado, bajo la inclemencia de los reflectores,
contenido sólo por el afecto inocente de sus nietos, el hombre --el ex candidato--
transpira y mira frontal hacia el ojo de la cámara que es, en definitiva, millones de
ojos tan anónimos como esa lente. Puede darse esos lujos --siempre se los dio--. Puede
transpirar y mirar de frente. Y recibir a la prensa en mangas de camisa, en lugar de posar
de traje y corbata haciendo compras un viernes por la tarde en un supermercado de Pilar. Y
cumplir sus promesas, sea la de donar su amada quinta de San Vicente o la de entrevistarse
con Su Santidad para conversar sobre la deuda externa de los países más pobres, a pesar
de la piel hipersensible del establishment.
No lo habita el rencor. Ni siquiera hacia la
"cohorte de adulones y alcahuetes" de los medios que trabajaron mancomunadamente
para su derrota y hoy hacen malabares para ocultar que los que prometían el "fin de
la fiesta menemista" celebraron el triunfo de la Alianza con 500 botellas de
champagne y un número proporcional de pizzas.
Por el contrario, paladea lentamente el sabor
de dos de las victorias más eficaces que de su mano, de la mano del
"derrotado", obtuvo el peronismo el domingo 24 de octubre: la provincia de
Buenos Aires ("su provincia") y la intendencia de La Matanza.
Por esos dos éxitos, los justicialistas
festejaron en el anochecer de un día agitado y amargo. Esas claras conquistas de dos de
sus delfines pusieron un paréntesis de rabia y desconcierto en la celebración
aliancista.
El impidió que Graciela se subiera al
"Chupete-móvil". El transformó en mueca la sonrisa socarrona de Rodolfo
Terragno mientras le levantaba la mano a una Pinky que seguramente volverá a la
televisión.
Sabe que no es un ganador. Reconoce su parte
en la peor elección que haya hecho jamás el peronismo. Fue, es y será un político y en
todos estos años, entre otras cosas, aprendió a ganar... y a perder.
Pero no está dispuesto a hacerse cargo de
cuanta paternidad le imputan. Prometió salud, no ser el médico de todos los enfermos:
prometió educación, no ser el maestro de todos los analfabetos; prometió trabajo, no
ser el empleador de todos los desocupados.
Y además de prometer, realizó.
Quizás los millones de dólares del Fondo de
Reparación Histórica del Conurbano no sirvieron para atiborrar de carne a los más
humildes y de paso fomentar nuevas creaciones del folklore "gorila" en la línea
de aquella que propalaba que los peronistas hacíamos el asado con el parquet de los
departamentos.
Pero entre 1992 y 1998 la provincia de Buenos
Aires recibió muchas obras, 9 hospitales nuevos y más de 45 refaccionados y ampliados:
más de 1200 modernos establecimientos educativos de todos los niveles; más de 16.000
cuadras pavimentadas, redes de gas, redes de agua potable, kilómetros de alumbrado
público, 330 kilómetros de rutas, casas solidarias, comisarías, cárceles, centros
culturales e incluso centros de rehabilitación para drogadependientes.
Sonríe a sus nietos, mira la cámara y
aprieta fuerte la mano de su esposa. Se toma su tiempo para contestar.
No lo apura la pregunta maliciosa que sólo
busca una respuesta que profundice las heridas abiertas por la derrota del justicialismo.
Pero tiene una urgencia: el pueblo. Los más de 7 millones de compañeros que lo votaron
porque entendieron que era él el verdadero cambio.
Esos compañeros saben en su corazón que el
peronismo es, fue y será revolucionario, pero no a la manera del "progresismo
perfumado" que vota por izquierda y vive y gobierna por derecha, sino desde el
sentido más profundo de la justicia social.
Más cerca del Quiroga del Poema Conjetural
que de ese "brigadier general con celular" que imagina Miguel Bonasso, entiende
que también él debe cumplir con su destino sudamericano, que en este tiempo de la
historia (Mercosur, globalización y Tercera Vía mediante), no es ni más ni menos que su
destino peronista.
Ha pasado su Barranca Yaco. Pero en el aire
flotan otra vez Pavón, otra vez Cepeda y ahora, su discurso promete extenderá por los
llanos del país peronista. Porque en este arte de la política no sólo "nadie se
jubila" sino que, además, "los muertos se cuentan fríos".
Seguramente cumplirán también su promesa de
volver a vivir. Esto se lee más en los ojos de su familia que en los suyos. Es probable,
entonces, que el hombre se tome un respiro. Vuelva a transpirar pero por un picadito con
amigos y no por las luces del estudio. Haga una "impasse", se vaya.
No para volver. Para llegar de nuevo.
* Secretario de Gobierno de la Provincia de
Buenos Aires. |