Blur encarna al brit pop de la clase alta inglesa. The Offspring viene del ruido surfer de California. Ambos son exponentes de la concepción del rock de los 90 en los países claves del Primer Mundo. |
Por Esteban Pintos El eje central Estados Unidos-Gran Bretaña sigue proveyendo material de consumo musical para jóvenes de todo el mundo, reinando aun a pesar de una década a la que suele relacionarse compulsivamente con la palabra globalización. En un par de semanas y separados sus shows por diez días, dos de las bandas que representan el poder del semillero central del rock estarán en Buenos Aires. The Offspring y Blur, respectivamente, responden al modelo de banda exitosa que ambas potencias mundiales pueden exhibir. Aun sin tratarse de números verdaderamente masivos para estadios de fútbol --del tipo Rolling Stones, U2, Kiss y Aerosmith--, las dos funciones que cada banda animará en el Luna Park el 16 y 17 de noviembre (The Offspring), y el 26 y 27 (Blur), son reflejo de un interés de cierto público y también de la efectividad que puede alcanzar una estrategia de difusión bien dirigida y pensada hacia segmentos específicos de la audiencia local. También algunas variables pueden serles aplicadas en común, con una concreta posibilidad de certeza. Continúan de manera más o menos fiel la tradición estilística (y de imagen, legado de los años ochenta) del rock de sus países de origen, y por eso han vendido millones de discos y tienen la categoría de estrellas. Son, también, un producto de la década --hits + videos + imagen + merchandising-- y cargan con etiquetas que sirven para identificar tendencias musicales de este tiempo. Así, The Offspring es neo punk, una suerte de revival algo pasteurizado de aquel rock acelerado, adolescente y confusamente politizado de los setenta, que luego se continuó en la costa oeste estadounidense en los ochenta (de allí son). Blur es brit-pop, otro revival, pero que viaja más lejos en el tiempo, en busca del espíritu beatle perdido, a lo que ahora han sumado el suficiente material ortopédico electrónico (llámese un productor de prestigio como William Orbit, empleado para su último disco) como para ser considerados de "vanguardia". También, en ambos casos, se trata de fenómenos más bien excluyentes: ni Blur es pasión de multitudes en Estados Unidos, ni Offspring lo es en la Gran Bretaña. Aun así, los rostros de sus cantantes --el flemático Damon Albarn, de Blur; el expresivo Dexter Holland, de The Offspring-- son bien familiares para cualquier consumidor de música en todo el mundo. En Argentina hay una diferencia de números --que son mucho menores, por cierto-- que explica también cómo funciona la difusión y el marketing alrededor de cada producto. Los estadounidenses lograron en estas semanas la certificación de oro por la venta de 30.000 unidades de su último disco Americana, que para llegar a la preciada cifra se valió de dos canciones de impacto que saltaron, incluso, el cerco del rock a secas, para internarse en las agitadas aguas del crossover masivo que gobierna los criterios de selección musical en radios y canales e videos. O sea: "Pretty fly (for a white guy)" y "Why don't you get a job" tuvieron impacto en aquellos medios audiovisuales que incluyen compulsivamente en su programación a ídolos teenagers como Backstreet Boys, Ricky Martin y Britney Spears. Nada que hubiera sucedido antes, cuando el grupo era apenas un secreto de rockers-skaters, identificados por sus amplios pantalones, sus remeras de fútbol americano y sus gorras de béisbol (el dato es comprobable fácilmente: Ixnay on the hombre, el disco anterior, no supera al día de hoy las 8000 placas vendidas). De hecho, el grupo ya estuvo en Buenos Aires --tocaron en el estacionamiento de platea techada del estadio de Vélez, en 1996--, cuando no tenía hits ni videos aptos para todo público. Ahora, su club de fans está presidido por una preadolescente de 12 años que no sabía siquiera que sus ídolos recientes ya habían tocado en Buenos Aires. Lo de Blur, sin material apto para FM 100, Top 40 y Hit, es mucho más modesto en los números, pero ambicioso en lo artístico. 13, su último disco, el más jugado de todos los que hayan grabado, araña las 10.000 unidades vendidas y nada indica que vaya a superar esa cifra en un tiempo próximo. Lo mismo sucedió con los anteriores Blur (un paso anterior en la complejización de su música), The great escape (una celebración del brit pop) y Parklife (el primero editado aquí). Es que Blur ha ganado más espacio en la prensa especializada argentina por encarnar el rol de oponente de los mucho más ruidosos y atractivos Oasis (que sí son disco de oro aquí), que por su propia música. Apenas un par de canciones, "Girls and boy" --versionada graciosamente por el dúo Pet Shop Boys en su único show en Buenos Aires--, "Country house" y las más reciente "Tender" y "Coffee and TV" (la del video del cartón de leche), tuvieron cierta difusión y serían reconocidas como "de Blur" por el público masivo. Lo que sí tiene el cuarteto inglés es prestigio y atractivo --por ser bien ingleses, justamente--, tanto por sus canciones y su actitud como por su imagen, una cualidad admirada (e imitada hasta el ridículo) por cierta escena pop-rockera local, anglófila por naturaleza. Bastará con ver cuantas chombas y flequillos beatle asoman por el estadio de Corrientes y Bouchard para comprobarlo. La realidad de ambas bandas, en sus hábitat naturales, es bastante dispar aunque de transición en ambos casos. The Offspring vive un cuarto de hora de masividad en Estados Unidos (4 millones de discos vendidos de Americana) y recién ahora está dando dividendos a la multinacional Sony, que pagó ¡ocho millones de dólares! por llevárselos de la pequeña y vital compañía indie Epitaph en 1996. Sin embargo, todavía ofician de termómetro de un tiempo y un lugar con sus canciones urgentes y, ahora, levemente distorsionadas. El hit "Pretty fly (for a white guy)", traducible como Bastante copado para un blanquito, tocó una cuerda sensible de la sociedad estadounidense. La letra de la canción, reforzada por un gracioso video, trata sobre la manía de los jóvenes caucásicos por imitar en todo el estilo de los afronorteamericanos, incluso hasta el ridículo. Ya lo dijo el filoso comediante negro Chris Rock en la última entrega de los premios MTV: "¡Ahora todos son negros!", burlándose del estilo y el look de las estrellas emergentes del momento en el rock norteamericano, como Eminem, Kid Rock y Limp Bizkit. Lo que hicieron los Offspring con esa canción, y otras como la explícita "The kids aren't alright" (Los chicos no están bien), es denunciar el momento que atraviesan esos mismos chicos que adoran su música: el vacío con forma de ropa deportiva, televisión y sueños de camioneta 4 x 4. Blur, en cambio, no tiene (nunca tuvo, en verdad) ningún tipo de preocupación social. Tendrá que ver con su origen, un dato inolvidable para entender la sociedad inglesa dada su tajante división de clases. Se trata de una banda de clase media-alta de Londres, de educación universitaria e inclinación por las artes (una serie de pinturas de su guitarrista Graham Coxon fue exhibida hace unos meses en Buenos Aires, y una de ellas sirvió de tapa para 13), lo que siempre les valió cierto desprecio resentido de parte de varios de sus colegas, como los mismísimos Oasis --que son todo lo contrario: clase obrera de una ciudad industrial como Manchester--, Suede, Pulp y Manic Street Preachers, que no han perdido oportunidad de correrlos por izquierda. Frente a esto, Albarn y el resto de sus compañeros contestaron con la soberbia que puede esperarse de estrellas inglesas y además, en el plano musical, han huido de la etiqueta brit pop para internarse, con resultados dispares, en terrenos mucho más prestigiosos pero peligrosos a la vez. Reclutar a Orbit como productor (el responsable de la Madonna modelo rave), juntarse con otros cerebros electrónicos para un disco de remezclas dance sobre sus canciones (que sólo se editó en Japón), ofrecer recitales exclusivamente de canciones lado B e inéditas --lo que vienen haciendo en el último tiempo en Londres-- son gestos bien explícitos de una búsqueda con final incierto.
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