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La fábula la contó Hernán Büchi, el economista que llevó a cabo en Chile la reforma neoliberal, durante un reportaje. Büchi propugnaba que Ricardo Lagos, el candidato socialista de la Concertación gobernante, pondría en peligro "los logros de la economía" si llegaba a presidente. El periodista le apuntó, con tino, que el oficialismo chileno predicaba los principios básicos del credo de época y que Lagos no era la excepción. Que los partidos mayoritarios compartían, de hecho, un programa único. Etcétera. Büchi le replicó: "Mire, el papa Juan Pablo II domina más de una docena de idiomas y --de ellos-- habla tres a la perfección: el italiano, el latín y el polaco. Pero, cuando fue herido en el atentado contra su vida, habló en polaco". Un socialista, sugería Büchi, siempre lo será o al menos tendrá dentro de sí un enano socialista aletargado y --para él-- peligroso. Las identidades existen y en algún punto, aunque más no sea en situaciones límite, pesan. La democracia, la continuidad imponen dialectos comunes, complican las rupturas, pero --como decía un gallego menos erudito que Büchi-- ca' uno es ca' uno y ca' cual es ca' cual. Aunque muchos --sobre todos compañeros o afines a Lagos-- parezcan haber olvidado su lengua nativa y hasta la desdeñan. La fábula viene a cuento para iluminar un costado de la fascinante escena de la transición democrática. Un nuevo gobierno está llegando, tras ¡diez años! y con él vuelven la política, la negociación, los equilibrios hasta, muy de vez en cuando, alguna idea. Todavía está por verse qué idioma elige para expresarse una flamante coalición cuyos dos términos, la UCR y el Frepaso, hablan con más soltura el lenguaje de la oposición que el del gobierno. Pero mientras la Alianza todavía balbucea, la Iglesia de Roma, ciertos sectores económicos y algunos medios de difusión hablan muy claro, cada uno a su modo y en su lengua vernácula. Tres hechos dominaron la escena en estos días: la formación del gabinete nacional, la orden de extradición del juez Baltasar Garzón y el cónclave de IDEA. Rondando los tres, la derecha argentina, la real derecha, la de los factores de poder habló y se hizo escuchar. Garzón hizo alinear a la tropa La decisión del juez español removió rápidamente el avispero. La posibilidad de que asesinos de miles de personas sean juzgados por sus delitos de lesa humanidad avivó el olfato jurídico de quienes (menos minuciosos por entonces con la legalidad) los aplaudieron durante la dictadura y --ahora aventurándose en el esperanto democrático-- los critican sin énfasis y sin convicción. El matutino La Nación destacó la noticia en su primera página. La tituló "Pidió Garzón la captura de 98 argentinos". "Argentinos" era, para el diario de los Mitre, la característica más saliente de 98 asesinos y represores de la estirpe militar. Luego aclaraba: "Figuran ex jefes del Proceso", haciendo suya la autodenominación que eligieron los militares para bautizar a su dictadura sangrienta. A veces, para evitar adormecedoras repeticiones, el matutino elige llamarla "el último régimen militar". Para redondear su cobertura, La Nación destaca en su página principal una sola opinión, la del "último presidente de facto, general (R) Reinaldo Benito Bignone" (absolutamente sic), seguramente elegido por ser un intelectual de fuste, un repúblico y un avezado conocedor del derecho internacional. Temiendo quizá que su modo de informar se abriera a dobles lecturas, La Nación volvió sobre el tópico el viernes 5 en su editorial "La inaceptable decisión del juez Garzón" en el que flamea --como en ningún otro lugar de ese medio y dicho sea al pasar de la Argentina-- una defensa de la soberanía nacional frente a la extraterritorialidad jurídica por delitos de lesa humanidad. La "tribuna de doctrina" se envolvió en la enseña patria, en defensa de los centuriones cuya acción represiva --paradoja de paradojas-- lubricó con vaselina la entrada de la Argentina a la extraterritorialidad económica. O viceversa. El sargento Cruz, un matrero que se hizo soldado por azar, pegó un grito cuando vio que la partida que él mismo integraba estaba por matar a Martín Fierro y se pasó de lado. O más bien volvió a su lado, a su terruño natal. A ese grito de Cruz evoca La Nación --hoy integrante de "la partida democrática"-- cuando titula, informa y editorializa acerca de sus aliados de ayer. Consejos para su excelencia Es imposible desvincular ese editorial de otro publicado el martes 2 y dirigido --tanto como el ya mencionado, pero con menos elipsis-- al presidente electo Fernando de la Rúa. Se titula "El poder no se reparte" y se inquieta por que alguien reclame en el futuro gabinete "un equilibrio entre las dos fuerzas que formaron la Alianza". El mismo día el matutino Ambito Financiero deslizó "Limita ya a De la Rúa la presión del Frepaso" logrando su usual milagro de aniquilar la sintaxis sin dañar la claridad del mensaje. Mientras La Nación hablaba en general, sin dar nombres, Ambito sugería que el frepasista Alberto Flamarique busca "gobernar con los sindicatos combativos" y que el especialista en educación Juan Carlos Tedesco es un "burócrata de izquierda". El espantajo de la izquierda y la bandera de los economistas Fernando de Santibañes, Adalberto Rodríguez Giavarini y Ricardo López Murphy como custodios de la doncellez del modelo económico son leit motiv de una prensa que sabe lo que dice porque no habla por sí sino por los intereses que representa. Intereses que, con el desparpajo que sólo permiten algunas arrasadoras victorias (la dictadura lo fue), se teatralizan en el coloquio anual de IDEA. Que todos los políticos y economistas expectables se sientan obligados a asistir, en actitud de quien rinde examen, a una reunión corporativa es todo un dato. Baste imaginar qué dirían La Nación o las propias corporaciones empresarias que organizan el cónclave de marras si Fernando de la Rúa, Roque Fernández, José Luis Machinea, Carlos "Chacho" Alvarez y José Manuel de la Sota hubieran hablado y llenado de guiños a un seminario de la CGT o al reciente congreso de la Ctera. La concurrencia aplaudió a todos, pero a Roque un poquito más, para que se entienda. La Nación honró el cónclave --donde el más izquierdista fue Machinea-- titulando "En IDEA se valoró la madurez social"... milagro que --a su ver-- se construye sólo entre quienes integran el decil de la población con mayores ingresos. Los dueños del poder, del prestigio y de una porción creciente de la torta de ingresos durante una década tienen menos miedo del que alegan, pero presionan más de lo que dicen. Saben que la Alianza hablará el idioma del mercado, pero van por más, exigiendo desde el vamos que lo hagan sin ningún acento "izquierdista, populista o distribucionista". Con menos ruido, pero presente La Santa Madre Iglesia también se ha movido en estos días, aunque de modo menos ostensible que sus compañeros de lengua, y aliados durante la dictadura. Tanto el gobernador bonaerense como el presidente electo han mantenido teléfono rojo con representantes del clero hablando acerca del manejo de las áreas de Educación de la Nación y de la provincia. Carlos Ruckauf resolvió el entuerto designando a un político respetado por sus compañeros y por la Iglesia, José Octavio Bordón. De la Rúa, en cambio, no ha conseguido develar el dilema hasta ahora y no le será fácil tomando en cuenta que la necesidad de instrumentar cambios progresistas en la educación es una de las pocas banderas precisas de la Alianza y que este designio no es fácil de cruzar con la lógica que maneja la Iglesia en el área formativa. Silente, a su modo, la Iglesia quiere --de mínima-- tener bolilla negra en el área de la educación pública. Y tal parece que la tendrá. Su poder en este momento está --como el de los militares y a diferencia del que ostenta el gran capital-- en sensible baja. Pero el poder no es materia pura, medible mecánicamente. Es relación entre seres humanos y depende en buena medida de representaciones, ideas, ilusiones. Por ahora los gobernantes electos parecen proclives a oírla y a reconocerle (¿a darle?) un protagonismo no menor. Los sonidos del silencio La fórmula aliancista diseminó señales sobre el tablero político. De la Rúa se mostró hosco (un modo de mostrarse diferente) ante Carlos Menem, pero no hubo faltas de respeto ni desmesura de ninguno de los dos presidentes. Chacho Alvarez visitó la Cámara alta y dialogó --con cortesía no exenta de cordialidad-- con los senadores peronistas que le complicarán la vida muy pronto. Eduardo Bauzá (que lo ha tratado poco) comentó elogiosamente a sus asesores "qué cariñoso que estuvo el Chacho". Antonio Cafiero (que lo conoce mucho) hasta le envió una misiva personal alusiva a la famosa frase "el año 2000..." plena de guiños amicales. Es que lo cortés no quita lo valiente --entre pares a menudo lo facilita-- y Alvarez comparte con los peronistas una lengua natal. En ella o en otra deberán dialogar y negociar por dos años. Con más onda o menos onda, con distintos estilos, con chicanas y alguna zancadilla al límite del reglamento (la designación de Rodolfo Barra lo es), la llamada "clase política" juega el minué de la transición con bastante mesura y sin papelones. Las presiones, los aprietes, los vetos más potentes vienen de otro lado. Al fin y al cabo, de donde siempre vinieron. De los que hablan el lenguaje del poder, un idioma multiuso, apto para ser desplegado en tiempos de dictadura o en las transiciones democráticas. Los poderes extrapolíticos o --por ser algo más precisos-- no democráticos, concentrados en pocas manos, aquellos que poco tienen que ver con el número. Poco aprendieron, nada olvidaron, nada parecen estar dispuestos a resignar y serán ellos --y no la contingente oposición-- los escollos más serios del futuro gobierno si éste se propone disminuir algo la creciente desigualdad económica y la impunidad. En estos días de cambio hablaron sin rubores, como siempre. En polaco, como siempre.
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