La coima policial ha vuelto y ahora también afecta a los clientes: en el diagnóstico coinciden prostitutas, travestis y un estudio de la Defensoría porteña. Al hacerse clandestina la actividad, también crecieron las redes de protección.
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Por Cristian Alarcón ¿Qué fue de las prostitutas, las travestis, los clientes y los policías después de aquella batalla por el artículo 71 del Código de Convivencia? A más de ocho meses desde que la Legislatura penalizó la oferta y la demanda de sexo en las calles, ese negocio no quedó eliminado de la faz porteña, ni mucho menos. Prostitutas y travestis coinciden en que la policía les ha vuelto a cobrar para permitirles seguir en las esquinas y denuncian maltratos. En una entrevista con Página/12 la ombudsman adjunta, Diana Maffía, sostiene: La coima policial, el problema por el que se quiso salir de los edictos, ha vuelto con la aplicación del artículo y ahora afecta a los clientes. Maffía asegura que, con la clandestinización de la actividad, crecieron las redes de protección que van desde el propietario del bar que cobra 15 pesos a las mujeres que paran allí, al hotel de los mismos dueños, los abogados y la complicidad policial en los cobros. Para colmo las estadísticas aportadas por las fiscalías contravencionales empeoran el panorama: de 18 mil actas de infracción al artículo 71 labradas en las calles, apenas unas 900 llegaron a procesos judiciales debido a la inexistencia o la mala calidad de las pruebas aportadas. Y como muestra de las distintas suertes que corren clientes y trabajadoras sexuales, de las 18 mil, sólo 50 han sido hechas a los señores que continúan demandando sexo. Cuando frente a la Legislatura porteña las travestis rompieron en pedazos sus DNI como símbolo de la ciudadanía de la que no gozaban no las habían dejado entrar al debate del artículo 71, los vecinos de Palermo con carteles que decían Buenos Aires del Santo Travesti gritaban adentro, plenamente ciudadanos. El lobby preelectoral ya había convencido a la Alianza de la necesidad política de penalizar y los vecinos imaginaban que sus esquinas quedarían libres de escándalos y transacciones y consideraron ganada la batalla. Error. Una recorrida por Palermo, Flores y Constitución permite comprobar cuán relativa resulta la regulación del Estado sobre el uso del espacio público y de los cuerpos. Prueba que ofrece desde su alarma extrema, la vecina dirigente del antológico grupo palermista, Lucía Careu: La situación está peor. Los travestis están muchos más desnudos y mucho más agresivos. No los podés mirar porque te tiran con lo que tienen en la mano, dice. Aunque su diagnóstico no se corresponde con otros, como el del vecino Eugenio Ramírez. Disminuyó la cantidad de chicas, están distribuidas de otra manera y se podría decir que a comparación de lo que fue la zona en un momento, la situación actual no es molesta. Lo que llama la atención es que la policía no se ocupa solamente de la oferta, sino que paran muchos autos de clientes. Tacones rojos La versión de Ramírez coincide con los relatos de las travestis de la zona y de las organizaciones de prostitutas. La gran mayoría de los canas prefiere no interrumpir tanto cuando estás sola sino que te agarran cuando estás subiendo a un auto, te aprietan al tipo, te cagan al cliente y los pocos pesos que te ibas a llevar vos se lo llevan ellos. Claro que, si el tipo abre la billetera y ven cien, le sacan cien, cuenta Marlene Guayar y muestra un fajo de papeles oficiales en los que con caligrafía imposible describieron con detalle: tapado marrón, tacos altos, vestido rojo. O: pollera corta y top. O el más enunciativo: ropas de mujer. Entre todas esas actas, más de cincuenta, hay varias de una misma madrugada. Marlene es de las que no acepta el pago para salvarse y entonces soporta estoica unas veces, beligerante otras el goteo, sistema que corría cuando la policía gozaba de los edictos, y cuyo modelo funcional no es otro que la tortura china. O sea, que en el imaginario policial, la persistencia en el labrado de actas a una misma travesti terminaría siendo persuasiva.El fiscal Juan Carlos López explica a Página/12: De buena fe o por deformación profesional existía una vieja idea de trabajar por goteo. Hay travestis a los que les han hecho veinte actas o más, pero en general no están hechas con pruebas o aparecen los mismos policías declarando como testigos. Así se trabaja, es una práctica actual resabio de lo que fueron los edictos. Antes era aberrante, en las últimas épocas el testigo era una broma: aparecían José San Martín o Manuel Belgrano con domicilio en Balcarce 50. Bajo la lupa de Maffía es clarísimo que el artículo 71 se está aplicando abusivamente como una manera de conseguir un rédito económico. Por eso hay vecinos que están furiosos, consiguieron lo que se les advirtió, abrir nuevamente las cajas de pago informal. Así lo demuestran una serie de denuncias realizadas en la Defensoría del Pueblo: Se ha vuelto a cobrar coima por la protección de la prostitución, tanto individualmente como a las que tienen un departamento. Es decir que con la penalización de la prostitución callejera el Estado se ha hecho socio de los proxenetas favoreciendo la explotación.Corre, travesti, correSobre Godoy Cruz avanza más allá de la medianoche un variopinto grupo de militantes de organizaciones de minorías. Reparten panfletos invitando a la marcha del orgullo y pasan teléfonos para las que tengan problemas con la policía. ¡Travesti!, le grita a una que bordea el cordón de Paraguay, Nadia Echazú, dirigente de Ottra. La rubia, que con tres amigas se alejaba desconfiando de las sombras, vuelve sobre sus pasos. Saluda con un beso a cada uno y después de cortesías cuenta que desde el comienzo de la aplicación del artículo 71 la llevaron diez veces detenidas. Pero más son las veces que te cobran agrega su amiga Noelia. Le damos lo que podemos. A veces 20 pesos. Porque hay noches que trabajamos y otras que no. A media cuadra se alcanza a ver el destello de un móvil policial y una grita: ¡La yuta!. Se cruzan medias miradas y van hacia la otra esquina pisando sólo con las plantas de los pies, corriendo con destreza sobre tacos de 20 centímetros. O sacándoselos cuando el policía se ha acercado tanto que, si no se toma ventaja perdiendo la compostura del montaje, se pierde. En las calles de Flores, la práctica es la misma. Pagar o correr. Tenemos constancia de muchas mujeres que tienen infinidad de actas por la actitud persecutoria de la policía, pero también hay una gran cantidad con vía libre para trabajar porque ya se han vuelto a acostumbrar al pago, que es de 15 pesos en adelante, sostiene Elena Reynaga, la presidenta de la Asociación de Meretrices Argentinas, Amar. La abogada de la Asociación que funciona en la CTA, Diana Gondra, critica el mecanismo de obtención de pruebas de la policía. Se hace con el criterio del edicto de la portación de cara, por eso casi nunca pueden llevar a las chicas a juicio. El fiscal López habla de la inexistencia o mala calidad de las pruebas, que tiene su correlato en las estadísticas. De un total de 18.900 actas que han llegado a las fiscalías desde marzo en el 60 por ciento, el renglón donde se debe especificar la prueba está en blanco. En un 30 por ciento es una foto. Y en un diez por ciento, una filmación. Es muy poco el margen para llevar a juicio: de unas 1800, la mitad. Y del total, solamente 50 a señores que demandan sexo. Gondra agrega, sin conocer las cifras oficiales, que el detalle de la aplicación está en una frase mágica, que se le dice al cliente como un ábrete sésamo de billeteras: Te va a llegar una citación a tu casa. La coima a los clientes resulta más fácil por la peores razones -señala la ombudsman Maffía. El hombre paga porque le resulta vergonzante. Por otra parte es frecuente que a la prostituta o travesti se les diga a vos te dejamos trabajar, pero callate. Las travestis usan sus mecanismos de resistencia: intentan avivar a los clientes para que no se dejen coimear, o entreguen la menor cantidad de dinero. Si el cliente es vivo y el botón es un rata, entonces le da cinco pesos y lo arreglan igual dice Nadia Echazú. Pero así sea cinco o cien, el tema es que la policía como siempre está detrás de la coima, otra vez no hay ni moral ni vocación de servicio. Desde la fiscalía general no se ignora la situación: Tenemos registrada esa coima en el olfato. El cohecho es complicado, porque el mismo travesti se niega a aportar pruebas. Por razones lógicas escuchamos esas denuncias, pero no podemos actuar porque no lo dicen bajo juramento para poder seguir trabajando. Obviamente los hombres tampoco hablan, entonces esa coima es imperseguible.
ESTUDIO SOBRE CONDICIONES DE VIDA DE LAS
TRAVESTIS Por C.A. Se escucha el apuro que viene de los pasillos. De habitación a habitación pasan las travestis con trancos largos, en plena producción. Se piden un rimmel, una base de maquillaje, cera. Las cosas se dificultan cuando la instalación eléctrica que data de comienzos de siglo colapsa con un fogonazo en el enchufe de la depiladora y no hay tragedia que supere el drama cotidiano de volver más tediosa la preparación para salir a trabajar. Para colmo hay un baño para veinte; las paredes se descascaran como en una casa abandonada y los espacios son de una estrechez que asfixia. ¡Estoy harta de esta pocilga!, se brota Noelia, una travesti de 19 años y cuenta el drama gigante de su semana: para que la atendieran en un hospital público tuvo que intentarlo cuatro días seguidos, hasta que dio con un empleado que no le pidió los documentos. La situación se repite en hoteles y pensiones de Palermo y Constitución, con diferentes niveles de confort que difícilmente alcancen a ser los que merecerían los entre 300 y 400 pesos que por mes deben pagar las travestis privadas de acceder a alquileres normales. Se reiteran también las historias en las que la salud es un peregrinar. Ambos aspectos fueron indagados de una investigación realizada por la Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires sobre un grupo de 150 travestis partiendo de la base de que la ausencia de datos objetivos producto de estudios fiables es un serio problema al pensar políticas públicas para grupos vulnerabilizados, tal como lo explica la defensora adjunta Diana Maffía. Maffía se propone articular acciones con el Ejecutivo comunal para un conjunto especialmente excluido de la agenda gubernamental. Proponemos que un servicio hospitalario funcione como proyecto piloto, entrenar profesionales para tratar con los problemas específicos que tienen las travestis y que exista una sala de internación que no sea ni de varones ni de mujeres, porque en ambas suelen ser exhibidas como bichos.Nos interesaba ver la cuestión educativa porque la conciencia de los derechos y de la posibilidad de acceder a los recursos que la ciudad te da para defenderlos la Justicia, las escuelas, los hospitales es conocerlos y estar en una posición de sujeto que te permita vivir ese discursos como un discurso inherente a la persona, explica Maffía. De la encuesta se desprendió que el 68 por ciento tiene entre 19 y 29 años. Y el 32 por ciento de ellas se inició como travesti antes de los doce años, mientras que 54 de cada cien lo hizo entre los 13 y los 18. Sobre la educación surgió que el 76 por ciento de las entrevistadas no pudo completar los estudios secundarios. Lo que sorprendió a Maffía fue que más de dos tercios quieren regresar a la escuela. Si bien hay casos de travestis que estudian, son pocos. La mayoría no lo hace por el miedo a la discriminación.
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