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OPINION
Los cuatrocientos golpes
Por Juan Forn

Dos pronósticos sobrevolaban la final de ayer: 1) sería un partido cerrado, con pocos puntos, seguramente por penales (no había habido tries en las finales anteriores), y 2) los dos equipos finalistas habían demostrado ser, lejos, los que tenían más creatividad y variantes para llegar al ingoal rival cuando abrían juego. Es decir: un try podía inclinar la balanza. De otro modo, aunque en la comparación de pateadores Francia apareciera con ventaja, incluso contemplando el recurso del drop (Lamaison sólo es más seguro que Burke y Larkham juntos), los franceses llevaban las de perder porque son de cometer más infracciones. Había un pronóstico adicional, dicho en voz más baja: la balanza de penales cometidos se podía equilibrar si los franceses buscaban roña a los correctos forwards australianos (los comentaristas televisivos señalaban como “rasgo de estilo” galo en ese terreno el piquete de ojos al rival y el rodillazo tipo “paralítica” al caído después del tackle: un auténtico despliegue de creatividad de quienes lograron hacerle creer al mundo que el queso podrido es una delicia culinaria y que el malhumor histérico de las mujeres es el colmo del erotismo). Si los franceses hacían “engranar” a los Wallabies, las infracciones se repartirían más parejas y Lamaison podía definir el duelo de pateadores. De manera que la temperatura previa decía: por más enfriamiento táctico, algo de juego abierto iba a electrizar la tarde de Cardiff. Y, cuando se hablaba de electrizar, surgían de inmediato las figuras diminutas de Dominici y Bernat-Salles. Se cumplieron todos los pronósticos, con un pequeño detalle decisivo: la electricidad y los tries vinieron del lado australiano. Podría adjudicarse el mérito principal a quienes terminaron siendo las dos figuras del Mundial: el extraordinario Eales, un “falso” segunda línea a quien le dicen Nadie (“Nadie es perfecto”) y el igualmente extraordinario Horan (sin duda el back más completo del mundo, no sólo por su impenetrable defensa y sabiduría táctica sino por la potencia y variedad de ataque, aunque la gente se llene la boca hablando de Lomu). Pero lo que demostró Australia en forma evidente fue el más sano ejercicio de anonimato que se vio en este mundial: cada uno de sus jugadores fue un engranaje en una máquina. ¿Obviedad? Puede ser, pero fíjense que en todas las imágenes donde descolla un Wallaby, la jugada en realidad demuestra que no es sólo uno: nunca hay menos de dos, generalmente hay tres para repartirse el mérito. El concepto de “segunda arremetida” (la perfección con que lo ejecutan) es la gran diferencia de Australia con todos los demás equipos, y anuncia la tendencia que puede convertir al rugby en un deporte casi tan “abierto” y electrizante como la NBA: en defensa, si bien es fascinante lo impenetrables que son en la primera línea de tackle, lo notable es lo invencibles que son en la segunda, cuando es verdaderamente decisivo no embarullarse en la marca (por eso el aparente “anonimato”: porque no sólo tacklean todos, sino que ninguno se encima en la marca equivocada). Y, en ataque, es notable cómo apuestan a hacer la diferencia en la fantasía que viene después de la primera ofensiva, sea cambiando el frente o rulando el ataque por el mismo lado (y aquí el “anonimato” se vio premiado en el último try que marcó Owen Finegan, el Nº 20 de Australia). Hacía tiempo que el rugby parecía seguir la triste tónica general del deporte en nuestros días: el profesionalismo generando un igualamiento atlético, por un lado, y una mentalidad calculadora, por el otro, que daba por resultado espectáculos más bien aburridos. Este mundial revitalizó uno de los aspectos más representativos del rugby, invirtiéndole el signo: el concepto de juego de conjunto al punto de “anonimizar” a sus integrantes (eso que, para muchos, es lo que convierte este deporte en un espectáculo tosco y opaco, particularmente digno de sorna en los “terceros tiempos” de gritos guturales regados de cerveza) puede también volverlo apasionante. El rugby no sólo necesita de los Seven-a-Side para ser “vistoso”: cuando juegan quince por bando, también puede serlo perfectamente. En especial siesos quince por bando muestran el mismo espíritu, eso que mostraron Australia (en toda la fase final), Francia (en particular contra los All Blacks, pero contra Argentina también) y, por qué no, Los Pumas en sus mejores momentos contra Irlanda y Francia.

 

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