1.
El jueves, cuando el presidente electo Fernando de la Rúa visitó por primera
vez a Carlos Menem en la Residencia de Olivos, que ocupará a partir del 10 de diciembre,
se encargó de llenar de símbolos el imaginario colectivo: se negó a comer pizza, le dio
la mano en público durante contadísimos segundos, no aceptó volver sobre sus pasos y
posar para la eternidad a pedido de los fotógrafos, no caminó bucólicamente por
senderos que se pierden en la lontananza. Caracúlico y distante, el futuro presidente
buscaba despegarse de cualquier sensación de contubernio con el hombre que durante una
década ha vivido en la Residencia como si fuese su casa para siempre. La actitud de De la
Rúa tenía las mismas resonancias emocionales de aquellos momentos de sus discursos
electorales en que hablaba despectivamente de "éstos" para referirse a los
adversarios de la Alianza. Ponía límites, trazaba una línea divisoria entre una forma
de cultura política cambalachesca, que la sociedad conoce ya al dedillo, y una por venir,
que sueña austera, menos contaminada por los delirios ególatras. De La Rúa, ha empezado
a quedar claro, no jugará un partido de básquet, se fotografiará besando a Claudia
Schiffer o se dejará abrazar por sudorosos jugadores del seleccionado de fútbol. Chacho
Alvarez tampoco.
Lentamente, el ámbito público ha ido llenándose
de signos de que se viene una época distinta. Los humoristas están en problemas, por
ejemplo: no les será tan fácil con De la Rúa como lo fue con Menem. "La verdad, no
estamos acostumbrados a un país con un presidente normal", graficó el imitador y
empresario Nito Artaza en "Sábado bus", el programa de Nicolás Repetto. De la
Rúa es fácil de dibujar, pero, más allá del chascarrillo de que es aburrido, difícil
de imitar y, peor, de satirizar. Como está en una etapa de mieles con la sociedad --basta
ver cómo trata todo lo que tenga que ver con su presencia el establishment
periodístico--, parece hoy más un superhéroe de una democracia definitiva que un
político que empieza a toparse con los peores y más graves problemas de su vida, rodeado
de presiones, de operaciones de prensa y de expectativas difíciles de satisfacer. Sin
embargo, ocupa un lugar muy claro, ahora que está no a cien sino a diez pasos de la Casa
Rosada: es el hombre de las esperanzas, en un país que estuvo demasiado tiempo en una
meseta de abulia. Si cumple con una cuarta parte de lo que de él se espera, su gobierno
será importante. Menem prometió la revolución productiva y, sin ningún atisbo de algo
que se le parezca en el horizonte, fue reelecto en el '95 por los votos-licuadora.
2. La
televisión, uno de los espacios claves de la cultura menemista, es otra, aunque siga
siendo la misma. Más allá de los oportunos cambios de discurso --Marcelo Tinelli era el
primer menemista al comenzar los 90 y hoy parece delarruista de la primera hora--, no son
menores las cosas que están pasando al aire. La repercusión de la actitud de la actriz
Cristina Banegas de retirarse del programa de Mirtha Legrand al darse cuenta de que debía
compartir, sin estar avisada, el almuerzo con Luis Patti es sintomática de algunas de las
cosas que están ocurriendo en la Argentina. No por Banegas, de una coherencia al respecto
fuera de discusión, sino por los polos de simpatías que su actitud generó. Negarse a
comer con un hombre acusado de torturas, por más que sea votado en un distrito y haya
sido reciclado por la democracia, es un gesto simbólico de aquellos que fogonean otros
gestos simbólicos, que vienen desde arriba del imaginario.
De la Rúa se hubiese sentado con Patti, esto está
casi claro, pero aquí el asunto no es él, sino el abanico de universos que habilitan sus
posturas públicas, el aire nuevo que la sociedad quiere comenzar a respirar.
Es en este marco, y no en otro, que los actores de
televisión están en huelga contra la televisión, en un hecho casi sin antecedentes en
la historia. Gremio difícil si los hay --está lleno de millonarios, narcisos
irrecuperables y figuretis sempiternos, además de esforzados trabajadores culturales--,
el de los actores se ha parado contra las corporaciones en una actitud de defensa de sus
fuentes de trabajo que, por lo menos, expresa un entusiasmo considerable. Lo que los
actores piden (que no los usen para llenar programas de buen rating mientras se niegan a
contratarlos para actuar) es tan importante como el modo en que lo piden: haciendo de la
unión la fuerza, pese a que se trata de un gremio en que el individualismo cotiza alto.
Los actores no perderán esta batalla, pero si lo hicieren, no la habrían iniciado en
vano: están dando un ejemplo, si bien vip, a muchos otros sectores de la sociedad,
aletargados casi que por costumbre.
El programa "Plan B", que conduce Fena por
América, es otro ejemplo del signo de los tiempos: con una sucesión de formas que
remiten a varios otros programas de la década, el conductor y músico se mueve con
soltura en el terreno de la cultura postmenemista, llenando su discurso de resonancias
gravosas sobre el tiempo que inevitablemente se va. Fena está haciendo, y bien, en su
propio espacio aquello que Tinelli no le dejó hacer más con Los Rappoteros, que era
utilizar un formato estandarizado para trazar un mapa crítico de la sociedad circundante.
En esta era, empiezan a brillar como dinosaurios en vías de extinción especímenes como
los que Mariano Grodona acumuló en su mesa para que defendieran a Aldo Rico como próximo
jefe de policía del gobernador electo Carlos Ruckauf. La apología de la represión
ilegal del coronel amaliafortabatista Luis Premoli y el amor por los uniformes --aun de
los históricamente manchados con sangre inocente-- del periodista de derecha Eduardo
Feimann sonaban el jueves como música de un pasado delirante.
3. Sean realistas:
pidan lo imposible. |