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Por Mariano Blejman Históricamente, los actores estuvieron frente a la alternativa --necesidad económica mediante-- de participar o no en anuncios publicitarios de las empresas. Era, y es, una forma de aumentar sus ingresos económicos o de expandir su "mercado" laboral. También representaba un espacio viable para lanzarse a la fama, o para quedar pegado a una marca de por vida. La industria publicitaria requiere de "caras conocidas" para vender sus productos en la pantalla. Una buena publicidad puede lanzar a un actor a la fama y una mala publicidad puede sacarlo del mundo de los anunciantes. Es que una buena imagen vende. Más que 1000 palabras. Y allí, comienza una discusión ética entre los actores que se plantean cuáles productos pueden ser publicitables y cuáles no. La imagen ¿no es nada? Javier Leoz, dedicado a la producción publicitaria desde hace 15 años, explica a Página/12: "La publicidad está vendiendo un producto, no es arte en el más estricto sentido. Por eso tiene que pagarse mejor que una actuación teatral. El actor está vendiendo y está quedando pegado a una marca. Además son decisiones estratégicas. El que hace un comercial para Marlboro nunca hará uno de Jockey. Si es famoso y tiene 'chapa', tendrá una muy buena compensación económica". Víctor Laplace recuerda su paso por la publicidad: "Si uno tiene cierta popularidad, el precio sube, debido a que uno queda pegado a una marca". Por lo general, los precios que cobran los actores en un nivel bajo de popularidad van entre los 1000 y 1500 pesos en uno o dos días de rodaje. Pero el valor del cachet aumenta de manera considerable si el actor tiene cierta fama, o si hace una versión nueva de un producto que ya venía publicitando. Hace poco los gasoleros Roxi y Panigassi se volvieron a enamorar entre las góndolas de un famoso supermercado porteño por una suma estimada en 300.000 dólares para cada uno. Cuando las campañas se hacen exitosas y las empresas requieren continuidad del acto, los contratos se renegocian y suman ceros a favor del actor. Damián Dreizyc, por ejemplo, tuvo esa suerte con "La llama que llama", el aviso de una compañía telefónica que lo llamó de nuevo. Hoy, en las tandas de los canales hay una infinidad de caras conocidas hablando sobre las increíbles características de los productos. Roberto Carnaghi dice que "Internet es refácil"; la voz de Alfredo Casero asegura que un supermercado "cambió, pero no cambió" y Mario Pergolini pide "hacele caso a tu sed" y su voz aconseja cuidar el medio ambiente de la mano de Greenpeace; el campeón Osvaldo Laport aparece en blanco --casi transparente-- aconsejando un jabón y la lista sigue. Más allá de que Internet sea o no fácil y alguien haya cambiado (pero no), los actores se prestan de una manera u otra al juego de vender, mediante su buena imagen. Sin embargo, actuar en publicidad tiene sus riesgos. Para Leoz, "el actor es más dúctil que un modelo. Los modelos son solamente bellos, pero un actor siempre rinde mucho más. El problema es que casi nadie quiere hacer algunas publicidades como las del gobierno. Hay casos como el de Federico Luppi que no quiere hacer comerciales de cigarrillos. Ellos cuidan su imagen, porque saben que se venden a ellos mismos, venden su carrera". Mal le fue en ese terreno a Susana Giménez que, vendiendo productos adelgazantes, tuvo que soportar un juicio que les dio de comer a todos los medios. Tiempo atrás, el tenista Guillermo Vilas llegó a cobrar 60.000 dólares por aquel famoso anuncio de una bebida cola y Valeria Mazza facturó la abrumadora cifra de un millón de dólares por la campaña de un agua mineral mendocina. El actor Pepe Soriano recuerda que "antes era distinto. Un actor no hacía avisos, ni publicidades. Un actor era un actor. Ahora puede hacer publicidad, puede hacer un programa, un camionero puede ser actor, un actor cantante, un cantante camionero. Son otros tiempos. No digo que sean mejores, ni peores, pero son otros y suenan inquietantes". Hace ya más de 20 años, Hugo Arana se hizo famoso haciendo una publicidad sobre vinos. En esa época no estaba tan "bien visto" como ahora. Pero para los actores siempre fue una manera de ganarse una especie de aguinaldo extra. Laplace comenzó su carrera en la década del 70 con publicidades de tutucas, afeitadoras, chocolates y leches chocolatadas. El actor --devenido en famoso y maestro de teatro-- cuenta que "trabajé con Luis Puenzo, gente que intentaba hacer una modificación dentro de la estética de la publicidad. Fue una vida de ensueño, me permitía vivir y pagarme mis estudios, la pensión, y me quedaban unos mangos". Llegar a publicitar en la televisión pasando por un casting es sumamente complicado. De 200 personas el asistente elige a 20; el director selecciona a 10 y la agencia deja a 5. De esos 5 queda "el elegido". En épocas en que Alfredo Casero hacia "Cha cha cha" fue tentado para realizar una publicidad en la que le ofrecían 10.000 dólares. Casero dijo que él "no hacía publicidades". Ahora, su voz dice "yo te conozco" en el anuncio de un famoso supermercado porteño. Las productoras independientes de televisión entendieron que una forma de ampliar sus ingresos tenía relación con la publicidad. Por eso Pol-ka y Cuatro Cabezas tienen sus propias productoras publicitarias. Incluso Promofilm proviene de la publicidad y Pol-ka utiliza los actores de sus tiras de ficción para vender sus propios productos. Pergolini --si bien no es actor-- se aprovecha de su imagen para vender bebidas, cigarrillos y chicles sin azúcar. Adrián Suar utiliza a sus actores contratados para cerrar el círculo, ya que sabe cómo moverse juntando la ficción con el negocio de vender. Por si fuera poco, el Chueco ya decidió por qué empresa va a hacer sus llamados telefónicos. Eligió una compañía cuyas acciones mayoritarias pertenecen al CEI, la competencia del grupo Clarín, al cual pertenece el 30 por ciento de su empresa. Una jugada audaz. La actriz Norma Aleandro también tomó una decisión importante. Va a usar la misma empresa de teléfonos que eligió Suar.
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