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Por Hilda Cabrera Los vaivenes del equipo francés de rugby en el Mundial de Gales marcaron el rostro de Jean Pierre Miquel, director general de la Comédie-Française, en el inicio de la entrevista que concedió a Página/12, en la sala presidencial de la Alianza Francesa. Miquel llegó a Buenos Aires para acordar detalles sobre la puesta de Les Fourberies de Scapin (Las picardías de Scapin), de Molière, en el Teatro San Martín. Jugador de rugby durante sus años de estudiante universitario en la Sorbonne (donde integró como actor el grupo Théâtre Antique), destacó aspectos de una institución que asombra por su permanencia. En cuanto a Les Fourberies..., obra de 1671, se verá en setiembre del 2000, según una puesta de Jean-Louis Benoit (también realizador y guionista de cine y televisión), como parte de la programación internacional del Teatro San Martín. Escenógrafo y ex director del Odéon y del Centro Dramático Nacional de Reims, actor en filmes de Costa Gavras y Jean-Luc Godard, entre otros, realizador de documentales y ensayista (Le Théâtre et les jours, Propos sur la Tragédie y Le Théâtre des Acteurs), Miquel asumió su cargo en 1993 (renovado en 1998). Es responsable del repertorio de las salas que dependen de la Comédie, creada en 1680 por el rey Luis XIV, con los comediantes de la calle Guénégaud y los del Hôtel de Bourgogne. --¿Cómo se explica que la Comédie haya sobrevivido a todos los cambios políticos, sociales y económicos? --Y a las guerras y revoluciones, incluso a la ocupación nazi. Esto se puede explicar sólo en parte, nunca completamente, porque hay algo de misterio en eso, como en el teatro. En primer lugar, vemos que el Estado francés, tanto el monárquico como el imperial o republicano, quiso que la Comédie existiese. Fue realmente una voluntad de Estado. --¿Qué fue lo que sostuvo esa voluntad? --El rey Luis XIV actuaba y bailaba. Su deseo de grandeza lo condujo a hacer del teatro una institución, todavía inexistente en el siglo XVII. Trató de que los actores tuvieran una casa. Además, era particularmente sensible a la escritura teatral de los grandes autores de esa época. Era el tiempo en que se consolidaban la tragedia y la "comedia seria", con Racine, Pierre Corneille y Molière. Se tuvo conciencia de que había que ayudar al nacimiento de esa literatura. Fue verdaderamente una idea de política cultural y no el capricho de un príncipe. Ocurrió exactamente lo mismo con Napoleón I, Napoleón III, y con la República y la Nueva República. Esta es la aplicación de la idea, muy francesa, de que la colectividad, la sociedad en su conjunto, es la responsable de la existencia de una institución cultural. Otro elemento importante fue la creación de una compañía de actores que debía hacerse cargo del teatro. Se conformó lo que en términos actuales sería una cooperativa. Los actores querían realmente que la institución siguiese existiendo, y entendieron que era mejor ser protegidos por el Estado que estar librados al azar de una taquilla. --¿Cómo es hoy esa protección? ¿Es problemática? --Existen problemas financieros. El dinero nunca alcanza, pero esto concierne al tipo de actividad que se quiere desarrollar. Si hiciera la mitad de lo que programo, seguramente bastaría. Durante la temporada pasada realizamos 890 representaciones. Comprendo que es muy ambicioso, pero la institución está tan enraizada en la opinión pública que incluso la gente que no asiste al teatro no se atrevería a tocarla. --¿Qué es lo que más le interesa al elegir obras? ¿La temática, el estilo? --Me interesa todo, pero mi idea de la Comédie es que ésta debe tener una continuidad de ciclos. Durante cuatro temporadas presenté obras del repertorio romántico de Francia y Alemania, por ejemplo. Me interesa profundizar sobre determinadas épocas y autores. Presentamos cuatro piezas de Corneille muy raras. Montamos la última de Corneille, Suréna (de 1674), para mi gusto la más bella tragedia francesa del siglo XVII. Ese ciclo se transformó en descubrimiento para el público. --¿Ofrecen obras experimentales? --No, en todo caso más contemporáneas, tanto francesas como extranjeras. --¿Qué teatro prefiere? --Soy receptivo a todo tipo de obras. Esa es también la actitud de los actores de la Comédie. Recientemente hicimos un ciclo de teatro ruso con obras de Gogol, Turgueniev y Chéjov. Me interesan contemporáneos como Stoppard, Pinter... --¿Cómo es el público de la Comédie? --En primer lugar, las tres salas no reciben el mismo público. La Sala Richelieu del Palais Royal, la mítica, porque existe desde 1680, tiene un público que se relaciona inmediatamente con el patrimonio histórico. Viene a ver la obra, pero le fascina el lugar, que tiene una arquitectura notable. El Théâtre du Vieux-Colombier se encuentra en Saint-Germain des Prés y tiene otros espectadores, diferentes también a los del Studio-Théâtre, ubicado en una galería comercial, bajo el Museo de Louvre, donde presentamos obras de Marivaux, Zweig, Topor, Besnehard, Duras... --¿Qué ocurre cuando la Comédie actúa fuera de casa? --Ultimamente hicimos una tournée por Europa Central, con Les Fourberies de Scapin... Fue formidable... En Varsovia no pudieron ser satisfechos 10 mil pedidos de localidades. Se produjo un motín frente al teatro. Pero esto no significa que vayamos a dormirnos en los laureles. Ensayamos siempre, para evitar derrapes y mantener el nivel de excelencia que el público tiene derecho a esperar. No queremos decepcionar a nadie.
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