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Por Luis Vívori Héctor Alterio ha ido de mendigo a príncipe. Con sólo sexto grado cumplido, Alterio diagramó su adolescencia entre pintores, contrabandistas de cigarrillos y vendedores ambulantes. Eran tiempos en los que se ilusionaba con imitar a Sandrini, para luego tomar otro camino, dejar el conventillo de Chacarita y convertirse en referencia ineludible del cine argentino. Tal vez por eso Buenos Aires lo espera con una tripleta laboral: Plata quemada, en la que Alterio se probará la piel de Losardo, "un falsificador simpático y culto, casi surrealista"; una participación en los cuentos de Borges que prepara Tristán Bauer y un papel protagónico en una coproducción dirigida por Luis Burman. El actor, que se fue España por un exilio forzado por la Triple A, eligió continuar allí luego del retorno de la democracia en 1983. En ese tire y afloje por pegar la vuelta ganó, por lo menos por ahora, el "ni". "Ya son 25 pirulos allá y a Buenos Aires ya lo estoy sintiendo como un barrio alejado de Madrid", explica. Es que por otro lado la nostalgia va perdiendo terreno ante la tecnología y la tan mentada globalización que acerca las distancias. De hecho, lo único que extraña de lo cotidiano, confiesa a Página/12, "es la radicheta, porque el resto lo consigo. Incluso hasta están haciendo sandwiches de miga". --Por tener que adaptarse todo el tiempo a lenguajes y culturas diferentes, ¿el actor que vive en el exterior es más actor? --Suceden dos cosas al mismo tiempo. Me pasó de trabajar en una película yugoslava y cada actor actuaba con su idioma de origen, pero en general para entendernos nos manejábamos con el italiano. Mientras rodábamos yo le pedía al actor yugoslavo que me acompañaba que me dijera el final de su frase para poder incorporarlo, una especie de yuguki o algo así. Entonces lo miraba como muy interesado, pero yo en realidad estaba esperando el yuguki y nada más. Eso hace que a veces trabajar afuera te pueda dar una gran experiencia o bien caigas en cierta comodidad para actuar. En este sentido, sólo me quedo tranquilo y confiado aquí en mi país. --Sin embargo debe haber incorporado en su pensamiento cotidiano algunas problemáticas más "europeas". --Las incorporo por necesidad, por la cosa habitual. Ahora pienso que Europa se está convirtiendo en un mausoleo de lujo. Sabés que tenés una seguridad y practicidad que aquí no hay. No hay batalla cotidiana, se aprieta un botón y está todo resuelto, entonces la cabeza va para otro lado. ¿Con quién me peleo? es la pregunta que uno se hace. --¿Qué códigos o costumbres extraña del mundo del espectáculo argentino? --Fundamentalmente el lenguaje y las historias. Son cosas que me pertenecen por derecho propio y que, de pronto, me tengo que inventar un acento o un lenguaje que no son míos. Me ha ocurrido hace poco con una película, Las huellas borradas, en la cual participamos Luppi y yo. El personaje de Federico es un español que vivió mucho tiempo en Argentina, y al cruzarse conmigo pasaba algo muy particular. Su presencia y nuestros códigos hacían que mi acento para esa película, es decir el español, se me fuera a la mierda y aparecieran los argentinismos. --Habiendo trabajado en más de 120 películas, ¿ha podido mantenerse fiel a su forma de pensar? --Una película no puede hacer una revolución ni cambiar a un país. Pero sé que estoy incorporado a una propuesta en la que absorbo la atención de una persona por dos horas y es parte del entretenimiento. Si es sólo eso, no me perjudica. Si leo un libro de Marx se va a aburrir, ahora si dentro del entretenimiento lo logro movilizar o alertar sobre algo que le pasa en su país, yo ya me siento cumplimentado con mi ideología. Nunca hablé a favor de los militares ni de los curas. Y nunca fui funcionario de nadie. --¿Por qué después de tanto tiempo nunca pensó en dirigir? --No lo pensé porque perdería la poca alegría de trabajo que me queda, además de cobardía. Que el riesgo lo tenga otro, yo hago lo que sé hacer, que es actuar. Cuando un director empieza en esto, lo hace con una cara radiante como un sol y termina asediado por los productores que lo apuran con el tiempo y demás. --Una vez dijo, que si hubiera sido tan buen mozo como Federico Luppi, no lo paraba nadie. ¿Ni Hollywood? --No, ya tengo bastantes problemas con el español. Pensar que tengo que hablar en inglés me asusta y las pocas veces que lo tuve que hacer fue fatal. Y lo que dije intentó ser un elogio a Luppi. --¿El idioma es la única traba que tiene un actor argentino para trabajar en los grandes estudios? --No es la única. Lo otro que hace falta es el tesón. En España hay varios que lo han logrado, como Antonio Banderas y Victoria Abril. Pero lo fundamental es adaptarse a una batalla, a un ambiente de guerra de competencia. Yo ya no quiero eso. --¿Eso significa que no hay diferencias entre los actores hispanoparlantes y la raza de Al Pacino, Robert De Niro y Dustin Hoffman, por ejemplo? --Existen las mismas diferencias que hay entre una industria y otra. Aquí tenés que arriesgar como si fuera tu vida por un trabajo. Ellos hacen una película tras otra. Los actores tienen una cobertura que les permite desarrollar su trabajo en las mejores condiciones. Además, EE.UU. fagocitó a los mejores directores europeos. Igual aclaro que no estoy para nada de acuerdo con la política gangsteril que tienen estos tipos con respecto de la exhibición. Han hecho una política monopólica y se cagan en la identidad de los países. España, Italia y Francia están peleando en Europa como gato panza arriba para lograr un espacio un poco más grande. Incluso todas las grandes revistas de cine están compradas por los estadounidenses. No importa si es bueno o malo el cine que producen, el tema es que lo imponen de prepo.
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