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Por Silvina Szperling El último programa del año '99 del Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín se constituirá con El Mesías, obra que su director, Mauricio Wainrot, compuso en 1994 a pedido del Ballet Real de Bélgica sobre el oratorio de Georg Friederich Händel. En ocasión de la coronación de la primera temporada que la compañía desarrollara a cargo de Wainrot, se impone un balance sobre lo actuado hasta aquí. "El público del Ballet se ha incrementado durante este año en alrededor de un 300 por ciento", comentó satisfecho a Página/12 Kive Saiff, director del Teatro San Martín. "Creo que además la compañía ha dado un salto cualitativo muy importante. Mauricio le imprimió una dirección muy clara, reorientando los criterios estéticos y, por qué no, ideológicos. A riesgo de ser excesivamente simplista, diría que pasó de ser un compañía vecina del teatro-danza a un ballet que privilegia el movimiento y las imágenes, enfatizando eso tan maravilloso que produce la danza, que es ver un cuerpo en movimiento. Creo que aún el grupo tiene un camino por recorrer, pero Mauricio tiene muy claros los objetivos." El Mesías, que se estrena esta noche, se repetirá durante todo el mes de noviembre, los martes y miércoles, a las 21 y sábados y domingos a las 17.
--¿Por qué estos horarios para el ballet? --Es un problema que tienen todos los teatros del mundo. En este caso, la actividad central del San Martín es el teatro de prosa y, al mismo tiempo, tiene una compañía de danza, al igual que una de títeres. Y lo dice quien propició la refundación del ballet. Además yo creo que hay un error de interpretación acerca del horario de las cinco de la tarde. Hay gente que no viene más al teatro de noche, por razones económicas, de transporte, de seguridad, etcétera. El ballet ha hecho funciones con tremenda repercusión un sábado a la tarde, convocando de 300 a 500 personas. Incluso hemos hecho Galileo Galilei los sábados por la tarde.
--¿Está previsto darles un lugar a los coreógrafos argentinos en el ballet o en el Teatro San Martín en general? --Eso va a depender de la opinión del director del ballet. Yo no puedo imponerle criterios en términos nacionalistas. Creo que hay coreógrafos indiscutidos, como Ana Stekelman, quien tiene previsto un estreno aquí para el 2000. Al mismo tiempo, existen en el país jóvenes coreógrafos muy interesantes. Aún no hay decisiones tomadas al respecto, pero una cosa es clara: van a tener que tener en cuenta que nuestra compañía es un instrumento excepcional y tendrán que ponerse en puntas de pie para poder usarlo. Será un proceso de adaptación mutua: también el ballet deberá tener la flexibilidad de adecuarse a los diferentes coreógrafos que trabajen con él, siempre que éste tenga un talento reconocido por el director del ballet. A su turno, Wainrot comenta la inclusión para el año 2000 de obras del holandés John Wisman, asistente de la directora de la compañía Rosas, Anne Teresa De Keersmaeker, y de la canadiense Ginette Laurin, directora del prestigioso grupo O Vertigo: "Laurin vendrá a montar En Dedans. Será un nuevo desafío para nosotros, ya que tanto ella como Wisman son integrantes del movimiento vanguardista de los países francófonos llamado nouvelle danse. El grupo tendrá que adaptarse a este nuevo modo de trabajo."
--¿Usted cree en la llegada del Mesías? --No sé si creo en un Mesías, pero se ha hablado tanto del fin de las utopías, ese romanticismo que se ha perdido. Y no lo digo desde un costado kitsch, sino desde la necesidad de estar más cerca de uno mismo, de alejarse de la cosa violenta que nos invade, eso que uno ve de los jóvenes emborrachándose con cerveza, la violencia en el tráfico, todo el tiempo ruido y ruido. Esta ha sido una década de fiestas y triunfalismos. Yo busco una utopía: una comunidad que pueda vivir más tranquila. Será porque viví en Montreal y en Bruselas tanto tiempo que, así como extrañé Argentina, mis amigos, mis comidas, los cines de Buenos Aires, ahora extraño aquella tranquilidad. Creo que desde un ámbito oficial debemos ofrecer, especialmente a los jóvenes, una alternativa al bombardeo permanente de porquerías desde la televisión, como la bailanta, a la cual no tengo ningún prurito en calificar de porquería. Debemos mostrarles que existe otra cosa, una posibilidad de conectarse con lo mejor que hay dentro de cada uno de nosotros.
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