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OPINION
Monarquías republicanas
Por James Neilson

El pueblo australiano está entre los más agresivamente igualitarios, es decir, “republicanos”, del mundo entero, de suerte que es lógico que una mayoría muy amplia haya querido que la reina de Inglaterra siga siendo su jefa de Estado. El voto del sábado pasado no fue una manifestación de afecto hacia la matriarca londinense sino de rechazo a la alternativa, una “república para los políticos”. Lo mismo que los escandinavos y holandeses, además de los británicos, muchos australianos entienden muy bien que es saludable que sus “dirigentes” sepan que existe un techo para sus pretensiones que no les será dado perforar. Puede que el poder concreto del monarca, sobre todo cuando vive en los antípodas, sea ínfimo, pero esto no es óbice para que tenga una influencia psicológica decisiva: donde hay una testa coronada que formalmente se ubica por encima de todas las demás, a los políticos no les es tan fácil entregarse a delirios de grandeza, lo que podría ser el motivo por el cual las monarquías constitucionales, que incluyen a países tan modélicos como Suecia, Dinamarca, Noruega y Holanda, suelen ser más democráticas, más equitativas y menos corruptas que las repúblicas en las que el presidente, un político, hace las veces del rey. Es como si en ellas los gobernantes sintieran que alguien los mira desde arriba.La monarquía, pues, brinda una solución parcial al problema planteado por la necesidad de que los políticos tengan el poder suficiente como para gobernar pero no tanto para que caigan en la tentación de olvidar que son los servidores del pueblo, no sus amos. Siempre que el status superior del soberano sea meramente simbólico, su presencia hace más probable que los políticos se concentren en sus tareas específicas. Pero entraña una desventaja: no es exportable. Para que cumpla adecuadamente la función valiosa de recordarles a los políticos que son empleados del conjunto supuestamente encarnado por el rey o reina, es preciso que la monarquía sea antigua: ya se han ido los días en los que era posible fundar una nueva sin provocar carcajadas. Aunque no cupiera la menor duda de que la monarquía constitucional tal como existe en el norte de Europa es el mejor sistema político disponible, ni la Argentina ni ningún otro país latinoamericano podrían adoptarla. Otro inconveniente es que los monarcas son humanos y por lo tanto es inevitable que en ocasiones resultan risiblemente inapropiados para desempeñar el rol que el azar les ha conferido, razón por la cual sorprendería que muchos sobrevivieran al siglo que está por comenzar.

 

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