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Un joven deficiente mental, detenido desde hace 14 meses en la Cárcel de Encausados de Córdoba, fue condenado a cinco años de prisión por robo calificado y el fallo provocó una fuerte polémica porque un informe pericial previo daba a entender que el acusado ni siquiera estaría en condiciones mentales y físicas de cometer el hecho que se le imputa. La familia de Rubén Darío Colazo, de 21 años, rechazó la condena argumentando que lo acusaron de haber salido a robar en moto y con un arma, cuando el joven no puede dominar bien sus manos, afirmó su mamá, Petrona González. La opinión coincide con una pericia de la Dirección Técnica Penitenciaria y Criminológica, dependiente del Servicio Penitenciario, que precisó que Colazo debe ser ayudado por otros internos para realizar quehaceres elementales y menesteres personales. Frente a las críticas, el secretario de Derechos Humanos, Guillermo Johnson, estimó que seguramente se va a disponer el traslado a un centro médico donde pueda mejorar su situación, cuando los jueces difundan el fundamento de la sentencia. Colazo fue detenido en setiembre del año pasado en el barrio Yapeyú de la ciudad de Córdoba, donde vivía con su familia, luego que se produjera un robo a mano arma. Según la versión familiar, él salió a la calle y quedó en medio del tiroteo. Como es muy miedoso, trató de correr al escuchar los tiros y los tres policías que habían llegado lo detuvieron a él, aseguró María Elena Colazo, hermana del joven. A pesar de las deficiencias mentales, la Cámara Tercera del Crimen lo condenó a cinco años, por decisión de la sala unipersonal a cargo de Santiago Idiarte. Raúl Cabrera Paulí, defensor de oficio de Colazo, aclaró que durante el juicio presenciado por el acusado, aunque nadie pueda precisar si entendió cabalmente lo ocurrido se le practicaron tres pericias, dos psiquiátricas y una psicológica. Los exámenes determinaron que sufre de oligofrenia, pero de todos modos puede comprender la criminalidad de sus actos. Los peritos dijeron que es un caso académico de imputabilidad disminuida, condición que no alcanza para declararlo inimputable. El defensor consideró, igual que el Servicio Penitenciario, que la cárcel no es el lugar adecuado para una persona con las características del joven Colazo. El penalista cordobés Carlos Hairabedian, al ser consultado por la prensa, sostuvo que en la actualidad hay una evidente crisis de peritajes en la Justicia argentina. Estimó que las pericias se realizan de manera absolutamente superficial, constituyéndose en un acto de desprecio hacia la persona. Opinó que en el caso debería haber actuado un perito de parte para ejercer un debido control, pero si los familiares no tienen para el abogado, menos van a poder pagarle a un perito. Las pruebas con las que fue condenado Colazo también despiertan dudas. Por ejemplo, nunca apareció el arma que supuestamente llevaba el día del robo. Ni Colazo ni su familia tenían antecedentes delictivos y nunca encontraron en su poder ninguno de los objetos robados. María del Carmen Sánchez, directora de la escuela nocturna para adultos República del Paraguay, a la que Colazo concurrió fugazmente durante los años 1996 y 1997, presentó un informe donde también se pone en duda su capacidad para realizar el robo que se le adjudica. No podía correr cuando quería compartir juegos o deportes, dice el informe. Agrega que le costaba bastante entender consignas y no lograba asimilar las enseñanzas, lo que hizo que sólo aprendiera algunos grafismos, sin conseguir la asociación con el nombre. De todos modos, ni siquiera podía retener las enseñanzas y al día siguiente olvidaba todo. La directora de la escuela opinó que su edad mental sería de alrededor de tres o cuatro años para el aprendizaje. También se recalca que tenía buen carácter y carecía de agresividad porque generalmente era sumiso y prefería jugar con alumnos de menor edad. Una investigación realizada por el diario La Voz del Interior, de Córdoba, reveló que en la cárcel de Villa María hay dos internos, Ramón Rivero y Jorge Carmona, que están presos pese a que fueron declarados inimputables por la Justicia.
LE NEGARON EL ARRESTO DOMICILIARIO El secuestrador y asesino Arquímedes Puccio, que en setiembre pasado cumplió 70 años, continuará recluido tras los barrotes del penal de Villa Devoto, donde purga la prisión perpetua que le fue impuesta: la justicia le negó ayer el beneficio del arresto domiciliario, por entender que no cumple con los requisitos del Código Procesal Penal. La resolución fue tomada por el juez de ejecución Jorge Broullon Sigler luego de comprobar que no hay ninguna persona responsable que se haga cargo de su custodia o responda por él, tal como lo exige el artículo 33 de la ley 24.660.Las esperanzas de retorno a la siniestra casona de San Isidro del contador y ex empleado de Cancillería quien adquirió notoriedad pública en la década del 80 como jefe de una banda dedicada a los secuestros extorsivos y asesinato de sus víctimas se vieron frustradas luego de que el juez recibiera los informes del Servicio Penitenciario Federal (SPF).Es que el SPF no ve que tenga que otorgársele el beneficio porque considera que Puccio goza de buena salud recluido en el penal de Devoto y además no cumplió con los requisitos que le exige la ley. El artículo 33 de la ley 24.660 prevé que un condenado mayor de 70 años puede cumplir la pena en su casa siempre que algún familiar, persona o institución responsable asuma su cuidado. Además, establece que debe mediar un informe médico, psicológico y social que justifique el pedido.En los Tribunales no descartan que Puccio apele la medida judicial y vuelva a solicitar su arresto domiciliario en su mansión, ahora ya bastante deteriorada, aunque sigue habitada por su hija y los nietos de Arquímedes.De todos modos, si logra el beneficio, no le espera un fácil regreso a casa. Al menos así se lo hicieron saber, el pasado 4 de octubre, los vecinos, amigos y familiares de las víctimas del clan que integraban, entre otros, dos de sus hijos quienes ante la noticia de la solicitud realizada por Puccio para acceder al arresto domiciliario realizaron un escrache para manifestar su descontento, frente al portón de la casa ubicada en la calle Martín y Omar 544, en San Isidro.
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