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“El menemismo profundizó la devastación cultural”

Al borde de una rara presentación teatral de Los Caballeros de La Quema, Iván Noble no puede evitar cierto pesimismo por lo que vendrá.

Debido a su breve romance con Natalia Oreiro, Noble estuvo en el foco de las “revistas de peluquería”.

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Por Roque Casciero

t.gif (862 bytes) Hasta fines del año pasado, Iván Noble contestaba reportajes sobre música o sobre asuntos sociales. Al fin y al cabo, es la voz de los Caballeros de la Quema –que se presentan mañana en el Teatro Opera– y un “casi sociólogo”: estuvo a cuatro materias de recibirse. “Me llamaban para que opinara sobre las Madres de Plaza de Mayo, la maldita policía... Es que soy charlatán y lengua amable, entonces suelo opinar sobre todo, incluso sobre cosas que no me interesan”, reconoce. Pero, desde fines del año pasado, en toda nota que hable de Noble tiene que figurar un nombre: Natalia Oreiro. El cantante tuvo un breve affaire con la actriz uruguaya y se convirtió en presa codiciada por las revistas “de peluquería”. La definición es del propio Noble, quien dice haber pasado “de ser el vocero intelectual del nuevo rock a proyecto de sex symbol”. “En realidad, soy el mismo tipo. El que contestaba sobre las guerras en Bosnia es el mismo al que le encantan los ombligos de las mujeres y por eso se mete en líos.”–En las notas que dio en marzo, cuando la relación con Oreiro ya había terminado hacía tiempo, usted decía: “Bueno, esto ya se va a pasar”.–(Se ríe) Sí, como el menemismo. Bueno, un poco pasó. Había algunos códigos que yo tenía que aprender y que sólo se aprenden cuando estás en el medio de ese baile. La verdad es que canto en una banda de rock, así que durante siete años estuve acostumbrado a dar notas sobre música. Y en quince días tuve que aprender a esquivar cámaras, a no contestar, a enojarme más o menos con algunos personajes. Pero quedó una inercia muy grande y sigue habiendo cosas jodidas. De repente, sin ningún tipo de motivos, hace tres semanas Caras publicó una entrevista que era inventada de principio a fin.–Eso ya le había sucedido antes, pero usted dijo que no iba a hacer juicios. Sin embargo, ahora está por iniciarle uno a Caras.–Mi abogado está viendo si esto se puede encuadrar en algún marco legal. Quiero ver si se puede hacer algo, aunque el hecho ya está consumado y Perfil es un holding con abogados durísimos. Lo que a mí me hincha un poco las pelotas es la prepotencia con la que lo involucran a uno. Y no solamente Caras... El viernes pasado vi en el diario un aviso institucional de Canal 9, sobre el programa de Miguel Del Sel: “Vienen a cantar Luis Miguel, Palito Ortega e Iván Noble”. Decía que yo iba a cantar ahí y eran las imitaciones del tipo. Pero no está aclarado, lo cual es defraudación comercial o algo parecido. También lo está estudiando mi abogado. Lo peor es que uno se acostumbra a que esas cosas pasen en los medios. Y no tiene mucha importancia que aparezca una entrevista inventada en una revista del corazón en la que yo aparezca diciendo pelotudeces, pero me pregunto hasta dónde abarca ese tipo de manejos del periodismo. Porque, ¿cómo sé si la próxima nota al ministro de Economía es verdadera?–¿Al menos lo hacían decir algo interesante en ese reportaje inventado?–¡Noooooo! Pelotudeces tipo “Soy una suerte de lobo estepario” (risas). ¿Qué mierda es un lobo estepario, además de un libro de Herman Hesse? De todas maneras, es gente con mucha imaginación, con una poética especial. Cuando me lo puedo tomar en joda no deja de ser divertido. Pero hay que ir un poco más al fondo de la cuestión: ¿por qué existen esas revistas, esos programas? Porque la gente los ve, le interesa saber quién se acuesta con quién. Es el microclima de la cuadra elevado a la potencia nacional. En el barrio todos quieren saber con quién se acuesta la hija del tintorero. Eso mismo, a la señora que baldea, le encanta saberlo sobre los famosos. La curiosidad perversa hacia la bragueta ajena es un deporte nacional. Y no termino de acostumbrarme. Empiezan a pasar cosas que no quería que pasaran, como modificar mi conducta. Quería ir al primer show de Sabina y fui al segundo, porque el primero estaba lleno de prensa. Si llegaba a ir con mi hermana, que está embarazada, al otro día iban a poner que estoypor tener un hijo. Además, algunas de estas revistas tienen un pasado muy jodido. Uno no tiene más que mirar las tapas de Gente de hace veinte años para recordar lo que hicieron. Creo que todo esto también es un signo de una época: el menemismo elevó esto a una potencia increíble.–La farandulización...–El menemismo terminó de devastar culturalmente un país que ya venía en picada. Las revistas de peluquería, que siempre existieron, crecieron durante el menemismo. Qué sé yo, hay un 70 por ciento de personas que votan a Rico y nuestro asesor en seguridad va a ser Patti. ¿Será lo que nos merecemos? No tengo la más puta idea, pero a veces uno se pone demasiado cínico, lo cual no es bueno. Yo canto en una banda de rock, no quiero vivir pendiente de si hay fotógrafos, no quiero ponerle vidrios polarizados a mi vida. Lo que más les sirve es tener un personaje medio díscolo para hacer notas: me lo dijeron ellos mismos. –Antes mencionó que se decía que el menemismo ya se iba a acabar. Y finalmente se acaba.–(Sonríe) ¿Sí? ¿Se acaba? Bueno, acá volvió el “casi sociólogo” (risas). La verdad es que soy profundamente escéptico y pesimista con lo que está pasando. Siento que la guerra está perdida desde hace un tiempo. Como decía Leonard Cohen: “Todos saben que la guerra terminó y que los buenos perdieron”. Para entender un país como éste hay que acordarse de que hubo una generación sepultada: habría que ver qué consecuencias tuvo eso en la configuración moral y ética de este país a partir de entonces. Pero después lo veo a Galimberti abrazado a Born... Tengo la sensación de que, si llegamos a los 80 años, nuestros nietos nos van a preguntar sobre el menemismo como cuando ahora se habla de la Década Infame. Creo que es el corolario de un país que se derrumba estruendosamente y en el cual la apuesta más arriesgada que se puede hacer es tratar de tener vidas nobles en un país muy poco noble. –Sin embargo, en la canción “Rajá rata”, usted le dice al “sultán de la Rosada” que se cuide la pancita porque hay olor a goma quemada, a algo parecido a una revolución. ¿Fue un rapto de optimismo? –No, porque lo que yo veo... Puede ser, ¿no? ¡Qué pelotudo! (Se ríe) No, quiero decir, la rabia está, pero es inorgánica, no tiene plataforma ni objetivos: es quemar una goma, no es la rabia de hace treinta años. No me siento especialista en analizar la vida de este país, pero veo que hace veinticinco años había pibes que daban la vida por un país mejor y ahora hay pibes que se pasan tres noches esperando a Luis Miguel en la puerta del hotel. No me atrevo a hacer un análisis completo de eso, pero algo indica. Soy muy pesimista con lo que viene, aunque me gustaría equivocarme. Me parece que, a lo sumo, será una devastación más elegante. No iba a votar, pero me decidí a hacerlo cuando escuché las declaraciones de Ruckauf diciendo que Fernández Meijide era atea, anticristiana y abortista. Decidí ir a ver si mi voto podía complicarle la gobernación al tipo: evidentemente no resultó. Yo sé que es jodido ser cínico en un país como éste, pero yo no creo que la cosa pueda mejorar. Creo, sí, en la apuesta más microscópica, pequeñas alianzas, redes de solidaridad. Una banda de rock es eso, una revista, un programa de radio...–¿Será que la solidaridad fue lo que terminó de destruir el menemismo?–Sí, totalmente. Y no nos damos cuenta de lo que el menemismo inoculó en nosotros. No sé, esos tipos que votan al Partido Obrero pero no quieren que su mujer se ponga polleras cortas, por ejemplo. Sí, el menemismo nos minó con gérmenes del “sálvese quien pueda”, que es nefasto, pero fuimos permeables a eso. No sé cuántas veces en mi vida tuve actitudes solidarias. Cuando me llamó gente a la que yo respetaba mucho, traté de estar cerca. Los Caballeros tratamos de estar cerca de las Madres, de la familia Bulacio, de las Abuelas. Fuimos a hacer lo nuestro, a tocar canciones: si eso servía para algo, mejor. Pero no hemos hecho mucho más. –¿Cree que eso no sirve?–Cuando tocamos en el festival de las Madres en Ferro, la gran pregunta entre bambalinas era si eso servía o si los pibes sólo habían ido a ver a las bandas. Pero creo que algo queda, porque los pibes conocieron la bandera de las tipas, vieron folletos... Un pibe de 16 años está moldeado por lo que dicen en la familia y la patria vecinal argentina, que es la misma que clausura Obras y la que vota a Rico. Nosotros tenemos una banda de rock y cuando nos invitan, vamos: no nos creemos paladines de los derechos humanos por eso. Pero quizás, escuchar a Hebe de Bonafini porque fuiste a ver a los Caballeros, te sirve como antídoto contra toda la mierda que te dicen en tu casa. Ojalá que sea así.

 

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