OPINION
¿Y vos qué sos de
Aquiles?
Por Eduardo Fabregat |
Mi
primer contacto con el periodismo, aun cuando no tenía la más mínima idea sobre ese
asunto de las máquinas de escribir, fue Humor. Cuando salió el primer número tenía
diez años, pero recuerdo que la revista siempre estaba dando vueltas por casa, a menudo
como centro de una charla política entre los mayores de la familia, en la voz baja de
rigor que imponían los tiempos. Había, también, una obvia conexión de sangre, que en
los años siguientes se haría patente a menudo, a través de una pregunta que se
convirtió en chiste en varias redacciones: ¿Y vos qué sos de Aquiles
Fabregat?. Bueno, Aquiles Fabregat es mi tío, y también la persona que me abrió
la primera puerta en el periodismo, en Humor y en su hermana atorranta, la SexHumor: a
pesar de que no puedo tolerar la lectura de un solo párrafo de aquellos artículos de
principiante, sigo sintiendo un cariño que va más allá del agradecimiento de
lector.Desde ese junio del 78, desde esa tapa con Menotti de Hoz
afirmando que El Mundial se hace cueste lo que cueste (¿quién se animaba a
ponerle semejante cascabel al Proceso?), Humor fue un referente inevitable, la manera de
acceder a todo lo que no encontraba espacio en los canales habituales. Desde ese junio del
78, Humor fue un rito ineludible, el lugar donde vivían las observaciones gráficas
de Grondona White y la irreverencia de Pelota (que se ganaba el odio de todo el ámbito
boxístico con su Fiambres en el ring), la Vida interior de Tabaré y el
Eustaquio de Fabre, las Páginas de Gloria y las ollas a presión de los milicos, la
Miseria de la prensa del Proceso y Los inmortales de Enki Bilal, el Angel Gris
de Dolina y los reportajes de Mona Moncalvillo, los doctores Cureta y Piccafeces, el
señor López, Nada se pierde, las carotas de Cascioli a todo color, la Justicia en
patineta y la careta del ministro Webe. Después vino la primavera alfonsinista, y la
ausencia de un enemigo declarado jugó en contra de un medio acostumbrado a la trinchera.
Los últimos años de Humor han sido de dolor, de lenta e inmerecida retirada. El
menemismo podría haber sido un nuevo incentivo, pero sus efectos económicos y sus
mordazas de diferentes colores para la prensa se encargaron de organizarle una despedida
agónica. Por eso, por lo injusto de este final, Humor Registrado se merece, al menos, el
más lujoso de los homenajes. En honor a aquellas charlas secretas de fines de los 70, con
algún párrafo punzante a mano. En honor a un bolsón de resistencia para el periodismo y
el público progre que no quería tragar la basura de los Neustadt de este país. En honor
a algo que podría denominarse escuela de periodismo, si no fuera porque su
misma irreverencia vuelve ridícula la definición. A los 21, Humor se terminó. La clase
de personajes que deben estar contentos da una idea de lo que eso significa. |
|