|
OBRAS DE MARIANO ETKIN Segundo concierto del Ciclo de Música Contemporánea. Intérpretes: Haydée Schvartz (piano), Jorge Camiruaga, Ricardo Gómez y Yasuko Miyamoto (percusión), Amalia Del Giudice (clarinete bajo), Javier Portero (viola), Henry Bay (trombón), Raúl Becerra (flauta) y Marcelo Barragán (clarinete). Dirección en las obras grupales: Santiago Santero. Teatro San Martín. Martes 9 9 Puntos Por Diego Fischerman Toda obra de arte es una elección. Todo lo que decide usarse allí (materiales, recursos) es, también, todo lo que decide no usarse. Y, en ese sentido, la música de Mariano Etkin es ejemplar. Fundada en una estética de la restricción, pocas veces como allí queda tan expuesta, tan escenificada, la idea de que una composición recorta el universo. La música de Etkin, en todo caso, casi como un ritual, impone su propio tiempo y sus propias leyes. Todo obedece, con una coherencia abrumadora, a las necesidades de construcción de un mundo propio. Un mundo que toma elementos pero jamás resulta igual que el que lo circunda. La magia de una obra como "Otros soles" (1976, para clarinete bajo, trombón y viola), la poesía de "Locus solus" (1989, para dúo de percusionistas) o la declaración de principios estéticos de "Distancias" (1968, para piano) exponen lo que en las excelentes notas del programa de mano, escritas por Guillermo Saavedra, es definido como "carácter radical y al mismo tiempo despojado". Es precisamente el grado de despojamiento y la manera es que éste es llevado hasta el abismo lo que constituye su radicalidad. Dos obras separadas entre sí por diez años ("Arenas, para piano, de 1988, y "Los que nos va dejando", para percusión, y escrita en 1998) funcionan, en ese sentido, como una revelación. Como si fueran la misma obra contada dos veces o desde dos lugares distintos. Una y otra exponen esa radicalidad despojada. En ambas, el principio constructivo pasa por encontrar lo diferente en lo parecido (infinidad de matices, de modos de ataque, de duraciones en las resonancias para lo que podrían parecer los mismos sonidos) y lo similar en lo heterogéneo. Sonidos que se enmascaran; dinámicas que se desprenden del lugar común para jugar un juego distinto, en que la intensidad es más una variable del timbre que de los afectos. La vieja discusión acerca del lugar de la idea en la música tiene, con Etkin, una resolución luminosa: la música es la idea y no por eso es menos música. Al contrario, cobra una dimensión poética de intensidad única. Que el segundo concierto del ciclo de música contemporánea programado por el San Martín haya resultado extraordinario tuvo que ver, por supuesto, con la naturaleza de la obra de Etkin y con la notable calidad de las interpretaciones pero, también, con otra cuestión: en un país sin memoria, sin industria cultural y, podría decirse, sin amor por sus creadores, el hecho de que se haya dedicado un concierto a recorrer treinta años de carrera de un autor resulta atípico. Un hecho que en otros países (Venezuela, México o Brasil) resultaría casi rutinario, en Buenos Aires tiene ribetes épicos. El gesto del San Martín, sencillamente, tuvo que ver con intentar tender un puente sobre la fractura entre creación y público. Con posibilitar que la música de alguien considerado por la "academia" como uno de los compositores argentinos más importantes del siglo pudiera ser escuchada por otros que sus alumnos y colegas.
|