Desde
el momento en que se echó a rodar la noticia (poco antes de las 14.30 de ayer), las
operaciones de Bolsa fueron reduciendo su ritmo. Dos horas después, cuando faltaban aún
noventa minutos para el cierre, las pantallas del Mercado Abierto Electrónico quedaron
paralizadas. Se bajaron ofertas y toda la especulación se detuvo hasta saber más sobre
la salud de Fernando de la Rúa. Financistas del exterior llamaban a sus asesores en
Buenos Aires para obtener precisiones. Aunque las respuestas eran tranquilizadoras, a
algunos economistas locales se les requirió imaginar los escenarios de riesgo bajo las
hipótesis más graves.
De pronto se volvió consciente una
hipótesis tan obvia como ignorada hasta el momento: la de Carlos Alvarez presidente. En
lugar del centroderecha encarnado por De la Rúa, el poder quedaría en manos de su
partenaire centroizquierdista, socio menor de la Alianza, debilitado además por la
derrota de Graciela Fernández Meijide en Buenos Aires. Por ahora, como la impresión es
que el presidente electo superará rápidamente este trance, el establishment no
reaccionó. Pero no es seguro que mantenga la calma si el azar pusiese a Chacho donde
debería estar Chupete.
De la Rúa capitalizó su figura ante los
sectores conservadores con logros concretos: derrotó a Graciela en la interna
presidencial, derribando así a una figura que --con razón o sin ella-- inquietaba a las
grandes empresas. De esta manera, el Frente quedó disciplinado dentro de una fusión
política que le entrega poco poder. Además, De la Rúa venció en las elecciones a un
Eduardo Duhalde poco previsible, capaz de exabruptos como el de la deuda externa. Y puesto
a definir la estrategia económica futura, el electo se colocó entre José Luis Machinea
y Ricardo López Murphy, en la exacta línea de compromiso entre el modelo reformado y la
continuidad. Sin embargo, hasta ahora no precisó quién ocupará qué cargo, y por tanto
no hay un gabinete designado que aplaque la incertidumbre.
Hasta 1996 subsistió la sensación de que la
estabilidad, consolidada a partir de 1991, dependía de dos personas: Carlos Menem y
Domingo Cavallo. En 1993, la "dependencia" convirtió en psicosis el episodio de
la carótida del presidente. Pero con el poco traumático reemplazo de Cavallo por Roque
Fernández y la desestabilizante obsesión de Menem por la segunda reelección, aquella
sensación se diluyó. No obstante, ahora sería muy difícil encontrar otra figura que
pueda ocupar el lugar político de De la Rúa. Quizás haya renacido la dependencia, sin
que nadie se diera cuenta.
Ayer, con dosis de ansiedad aún moderadas,
algunas fuentes de la city ya ventilaban al ser consultadas su desconfianza hacia Alvarez,
con argumentos previsibles: no tiene experiencia de gobierno, no representa la opción que
votó el electorado, no tranquiliza a los inversores respecto del futuro. Si hoy la
desconfianza en el peso, con un horizonte de De la Rúa presidente, se expresa en una
sobretasa de entre dos y tres puntos anuales respecto de las mismas operaciones en
dólares, ¿cuánto se ensancharía la brecha si el futuro se encarnase en el vice electo?
Sin embargo, la economía está
suficientemente deteriorada como para que nadie sienta que hay demasiado más para perder.
Tampoco hay una burbuja que amenace con estallar. Ocurre lo contrario: si en junio de 1992
el índice bursátil MerVal tocó los 890 puntos, hoy, más de siete años después, no
alcanza los 550. Ahora la inquietud por conservar se limita a los acreedores del país,
que vienen siguiendo con taquicardia la discusión presupuestaria porque de su resultado
dependerá el riesgo argentino, y de éste la tasa de interés y la capacidad de repago de
la deuda.
Desde la visión ortodoxa, el Chacho está
todavía lejos de ser un eventual sucedáneo aceptable de De la Rúa. Pero si la
consolidación del modelo capitalista neoliberal depende en el largo plazo, y para un
país como la Argentina, de la reducción de la alevosa brecha social, quizás Alvarez sea
al fin de cuentas más funcional que Chupete, en la medida en que sea más reformista que
conservador. Habría que preguntarse quién de los dos puede garantizar una estructura
impositiva más justa, más parecida a la vigente en los países capitalistas centrales. O
predecir quién de ellos es más capaz de conseguir que el gasto social del Estado llegue
adonde está destinado, y no se pierda por el camino por culpa de la ineficiencia y la
corrupción. Saber cuál, si el radical o el frepasista, pagará menos facturas políticas
en la designación de los funcionarios.
En el corto plazo, la convertibilidad sigue mostrándose
capaz de funcionar en automático, aunque, como en el reciente caso del avión
estadounidense que se despresurizó y siguió volando hasta estrellarse, no esté
garantizada la salud de los pasajeros. Pero lo que ya logró la internación de De la Rúa
fue instalar en la imaginación un escenario que, quizá por obvio, quizá por incómodo,
a nadie se le había ocurrido. |