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Por Horacio Bernades Parecería que, de la noche a la mañana, el documentalista Michael Moore ha pasado de ser un perfecto desconocido en la Argentina, en el mejor de los casos un nombre tan lejano como legendario, a una figura de lo más familiar. Navegadores de madrugada habían descubierto en la tevé de cable, años ha, Roger and Me, la película mítica de Moore, iniciando una cadena de recomendaciones casi secretas. El mes pasado, el canal Film & Arts comenzó a emitir, los miércoles a las 22, La cruel verdad (The Awful Truth), la serie más reciente de este documentalista que no se parece a ningún otro, y todos los medios se hicieron eco. Ahora, cuando quedan por salir al aire media docena de episodios, el sello Gativideo se destapa con la edición de The Big One, documental que en Estados Unidos se conoció el año pasado y desde los primeros días de la semana próxima estará en los videoclubes, retitulado La gran pregunta. Quienes hayan visto La cruel verdad reconocerán inmediatamente el mismo esquema en La gran pregunta. Asumido definitivamente como un showman, el realizador se presenta sobre un escenario, desplegando el carisma y la dinámica propias de lo que en Estados Unidos llaman stand-up comedian. Con sus inconfundibles gorrita de béisbol, campera universitaria, zapatillas y muchos kilos de más, el hombre editorializa con cruel sarcasmo, disparando dardos sobre sus blancos favoritos: gobernantes mentirosos, empresarios codiciosos, figuras públicas de la derecha. Pronto, ese show lleno de guiños, eufóricamente recibido por una audiencia cautiva o cautivada dará paso a lo que a esta altura podría denominarse "Moore en acción". Y que consiste básicamente en los mismos dardos. Pero ahora disparados en vivo y a quemarropa sobre aquellos destinatarios. El hombre, que cultiva un personalismo sin empachos, sabe ser un denunciador de injusticias, un héroe de la clase trabajadora y un cómico brillante, todo al mismo tiempo. En La gran pregunta, Moore vuelve al ataque, haciendo pie sobre una de sus obsesiones, actualísima sin duda: lo que en lengua inglesa se conoce como downsizing. Y que en Argentina se llama, pura, trágica y cotidianamente, reducción de costos, achicamiento de salarios, multiplicación de tareas, expulsión de mano de obra. Ajuste, en fin. El eje que vertebra La gran pregunta es, justamente, Downsize this!, un libro de bolsillo que Moore (periodista en sus comienzos) publicó en 1997, y cuya traducción al criollo sería ¡Achicate ésta! Perfecta autopromoción de su propio best seller, no por ello La gran pregunta deja de ser un nuevo y efectivo embate de Moore contra aquello que el realizador viene denunciando por todos los medios a su alcance. Puede causar cierto escozor verlo en el momento en que le comunican que su libro entró en la lista de los más vendidos de The New York Times, o cuando se burla de los oprimidos del extranjero mientras disfruta de su éxito. Pero que es un nacional-populista, tampoco es novedad. Moore es quizás el último convencido de que "sólo el pueblo salvará al pueblo", y ejerce esa convicción micrófono en mano, denunciando la superexplotación a la cara de los superexplotadores. Se ofende, además, cuando una fábrica estadounidense desemplea a sus compatriotas y se traslada a otro país. Esos dos fueron, sin ir más lejos, los motivos detrás de Roger and Me. Esa película nació cuando la General Motors vació, en plena reaganomics, la planta de Flint, Michigan (pueblo natal de Moore) para mandarse a mudar a México. Allí surgió, también, el "método Moore", cuando este tipo del montón fue y encaró directamente a Roger Smith, gerente nacional de la General Motors, exigiéndole una rendición de cuentas en crudo. La misma técnica, sencilla y efectivísima, anima La gran pregunta, con Moore aprovechando la campaña de promoción de costa a costa sugerida por sus editores para hacerles una visita de poca cortesía a otros cucos sociales. Como un rocker en gira, recorre 47 ciudades en 50 días y en cada una de ellas denuncia la explotación laboral de presidiarios y de niños, el despido indiscriminado de cientos de empleados, la persecución de beneficios a toda costa. La inhumanidad del capital, en una palabra. Todo concluye en una nueva pieza de antología, cuando Moore le obliga a admitir a Phil Knight, mandamás de Nike, que superexplota a niños indonesios, le hace el caldo gordo al gobierno genocida de ese país y no está dispuesto a darles trabajo a los desocupados en su propia tierra. Vista desde aquí, La gran pregunta es, obviamente, otra: ¿para cuándo un Michael Moore argentino?
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