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Por Fernando D'Addario El espectáculo que ofrecerá esta noche Miguel Cantilo en el teatro Maipo tiene un nombre apropiado a su target setentista (Moral burguesa) y una conformación estilística más acorde con estos tiempos: "rock-tango-clips". Es decir, lo que el ex Pedro y Pablo (quizás lo de ex, en su caso, esté siempre de más) entiende como rock, la mirada particular que tiene del tango, y su filosofía del videoclip, que lo lleva a humanizarlo hasta convertirlo en coreografías fragmentadas. Dice Cantilo, en la entrevista que concede a Página/12, que "cambié mi concepción de lo que siempre creí debía ser un espectáculo musical. Desde que hice Once corazones (una ópera popular de la cual fue autor y director musical) estoy más interesado por lo escénico, el movimiento de lo visual. Por eso cada tema está pensado como un clip en vivo, con una historia, y una imagen y un vestuario que tienen que ver con la letra". En el recital lo acompañarán Sufián Cantilo en teclados y guitarra, Ernesto Molina en bandoneón, Marcos Boggiani en batería y Anael Cantilo en bajo, además de los bailarines Alicia Orlando y Claudio Barneix.
--¿Esta idea de fusionar distintos códigos de comunicación indican un deseo de estar a tono con la época? --No, es simplemente que yo, como espectador, me cansé de ver simplemente a un grupo tocando arriba de un escenario. Me resulta anodino. Necesito algo más. Entonces, como músico, necesito superar eso para ofrecerle una cosa distinta a la gente. Y esto no va más allá porque la economía no nos lo permite. Si tuviéramos otras posibilidades de producción, experimentaríamos mucho más.
--¿Su llegada al tango fue una decantación natural? --Lo que yo hago es fusionar mis folklores, que son el tango y el rock. Pero en mi opinión, tratar de hacer un tango diferente es más vanguardista que tocar un rock meramente imitativo. --¿En qué sentido es vanguardista el tango que usted hace? --Utilizamos el lenguaje del rock para hablar de tango. Baterías a pleno, guitarras distorsionadas para contar historias que tratan de pintar situaciones y personajes muy urbanos. En este espectáculo hacemos "Chiquilín de Bachín" y "Mano a mano", además de un tango nuevo, que se llama "A Discepolín".
--¿También hay temas de Pedro y Pablo? --Sí, "Che ciruja" y "Catalina Bahía", por ejemplo, más algún bis.
--¿Esta búsqueda de lo ciudadano hizo que su último disco, De amores y pasiones, fuese menos contestatario y más melancólico? --En mí, como artista, lo contestatario está intacto. Es probable que en De amores y pasiones haya hecho mayor hincapié en las relaciones humanas, pero nunca dejo de reafirmar lo que ya he dicho. Sigo pensando lo mismo que cuando escribí "Apremios ilegales". Si no sigo componiendo canciones comprometidas políticamente, es porque en ese estilo ya hice todo lo que tenía que hacer. Este país está tan devastado que lo que escribí hace 20 años todavía sirve.
--En los 70 usted se proclamó como hippie y vivió en comunidad, lo cual daba a entender un intento de escape hacia otras formas de vida, más bucólicas, menos contaminadas por la ciudad. Ahora escribe fuertemente impregnado por un espíritu urbano. ¿Cómo se dio ese cambio? --Es verdad, uno se hizo hippie para escaparse del cemento, para huir de la injusticia de las relaciones que se establecen en las grandes ciudades y para intentar buscar una alternativa, que pensamos podía encontrarse a través de la naturaleza. Después descubrimos que también la vida natural es imperfecta. Algunos se quedaron con esa vida. Yo volví. Pero no volví igual. Creo que volví enriquecido espiritualmente. Hoy siento que estoy en Buenos Aires, pero no le pertenezco. Vivo, aprendí a vivir en una gran ciudad, la amo, pero elegí moverme en las orillas. Estoy en un punto intermedio, vivo en Castelar, y desde allí puedo ir y venir. No puedo abstraerme de Buenos Aires, de su atractivo cultural y, al mismo tiempo, sufro lo que tiene de destructivo y caótico. Por eso el espectáculo del Maipo comienza con un único sonido ambiente de calle que crece y crece hasta ensordecer.
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