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Por Washington Uranga Fernando de la Rúa y el gobierno de la Alianza pueden estar en general tranquilos con el frente eclesiástico: la nueva conducción del Episcopado católico le garantiza al gobierno electo una actitud de diálogo y de crítica moderada sin sobresaltos. Estanislao Karlic, el presidente de la Conferencia Episcopal, es un hombre tan previsible como moderado. Guillermo Rodríguez Melgarejo, el nuevo secretario general, dijo que los obispos viven el momento con esperanza y "confianza en la sabiduría popular expresada en las urnas". Autonomía, colaboración en lo que corresponda y distancia crítica, había sintetizado Karlic en otro momento respecto de su actitud fundamental frente al poder político. El equilibrio interno está acomodado para que no haya sorpresas y tampoco exabruptos. Salvo, claro está que estos últimos provengan de un terreno especialmente sensible para la jerarquía católica: el ámbito de la educación. Como había ocurrido ya en la pasada elección hace tres años, los "obispos menemistas" quedaron prácticamente fuera del juego interno. En cambio, la Comisión de Educación, que por segundo período presidirá Mario Maulión, obispo de San Nicolás, se convirtió en el reducto donde aparecen reunidos aquellos obispos que han expresado las mayores resistencias y críticas a las políticas educativas de la Alianza: Héctor Aguer y Jorge Bergoglio. Aguer, vencido por el nuevo auxiliar de Córdoba, José Rovai, en su intento de colocarse en la estratégica Comisión de Fe y Cultura, es considerado uno de los obispos más conservadores dentro del escenario del Episcopado argentino. Es actualmente coadjutor de La Plata, lo que le da derecho a suceder a Carlos Galán en esa sede episcopal. Siendo obispo auxiliar de Buenos Aires fue uno de los más duros críticos de los proyectos educativos del gobierno capilatino, prédica que retomó luego el propio Bergoglio, llegando incluso a reclamar la inclusión de la enseñanza religiosa en las escuelas públicas. Bergoglio no sólo está en la Comisión de Educación sino que ingresó en la Comisión Ejecutiva, de donde fue desplazado Emilio Bianchi Di Cárcano, un hombre conocedor del tema educativo y de buen diálogo con la dirigencia de la Alianza. Pese a estos antecedentes el obispo de Azul no obtuvo el respaldo de sus pares ni para su reelección como vicepresidente, ni para su postulación como presidente de la Comisión de Educación. Los colaboradores más cercanos de Bergoglio sostienen que el arzobispo porteño --quien a la luz de sus antecedentes conservadores sigue sorprendiendo a más de uno por su discurso social-- tiene un diálogo fluido con Fernando de la Rúa. Más allá de toda consideración está claro que el frente educativo será un tema clave en la relación entre el gobierno de la Alianza y la Iglesia. Y las posiciones jerárquicas serán firmes. Ya lo dijo Eduardo Mirás, el vicepresidente primero de la CEA, cuando en conferencia de prensa afirmó que no sólo se preocuparán por "la finalidad de la educación católica" sino que "para la Iglesia la educación es un instrumento privilegiado de evangelización", en particular cuando "vivimos un momento de gran secularismo". Por obvias razones el frente social tendrá una gran complejidad para el futuro gobierno pero también para la Iglesia. Allí los obispos prefirieron sostener al cardenal Raúl Primatesta, un hombre experimentado en las negociaciones, con relaciones muy trabajadas tanto en el ámbito sindical como empresario. Primatesta es un convencido de la concertación social. La comisión episcopal que acompañará a Primatesta está compuesta por hombres que han demostrado su clara preocupación por lo social y, sobre todo, una crítica mucho más franca al modelo económico neoliberal que la que hace el propio purpurado cordobés. En esa comisión están los obispos Gerardo Farrel, Jorge Casaretto, Rafael Rey, José María Arancedo, Néstor Navarro y Marcelo Melani. Dada la personalidad de Primatesta habrá que ver cuánto espacio les queda a los obispos de la comisión para opinar e influir en la decisiones. A la hora de la elección el Episcopado decidió a favor del perfil experimentado y negociador de Primatesta en contra de Jorge Casaretto, pero finalmente terminó dándole al obispo de San Isidro el lugar que hasta ahora ocupaba Rafael Rey. Podría decirse que reservaron para Primatesta el lugar de la negociación y para Casaretto el de la acción desde la presidencia de Caritas. Pero también es claro que después de la gestión de Rey quedó claramente instalado en la sociedad que Caritas no es apenas un organismo de beneficencia, sino un instrumento de la Iglesia para reivindicar la lucha contra la pobreza y contra el modelo. El perfil de Casaretto es diferente al de Rey: probablemente habrá menos declaraciones públicas. Sin embargo, al colocar a Casaretto al frente de Caritas los obispos saben que, por un lado, están poniendo en ese cargo a un hombre altamente ejecutivo, que conoce Caritas porque muchos de sus colaboradores inmediatos en San Isidro ya forman parte de la estructura nacional y, al mismo tiempo, a una persona que ha tenido contactos permanentes tanto con el radicalismo como con el Frepaso y con la que el nuevo gobierno podrá seguramente llegar a rápidos acuerdos en materia de colaboración en el campo social.
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