Por Pedro Lipcovich “Es
imprescindible retirar el consumo del ámbito del delito”: quien así lo sostiene es
un médico toxicólogo, Alejandro Carrá, y su categórica fórmula no es sólo su aporte
al debate sobre la despenalización –a favor de la cual se pronunció esta semana el
juez Leopoldo Schiffrin–, sino su exigencia para la buena práctica profesional con
los pacientes. Carrá -que une su especialización en drogas terapéuticas para el Comité
Olímpico Internacional con su experiencia de batalla en guardias médicas porteñas–
explicó a Página/12 por qué la despenalización es necesaria, no para que el Estado
regale drogas a la gente, sino para que pueda atender a los adictos mediante fármacos que
las sustituyan. Y mostró, con ejemplos estremecedores, cómo la equiparación
adicto-delincuente conduce al sistema de salud a la desatención y el abuso sobre una
amplia población de pacientes.–¿De qué modo registra usted, en su tarea clínica,
que la penalización del consumo es perjudicial? –El adicto no tiene verdadero acceso
a la cobertura sanitaria: cuando va a una guardia, por sobredosis o síndrome de
abstinencia, simula otra enfermedad, para no ser tratado como un delincuente. Para que su
obra social o su prepaga acepte internarlo, tiene que presentar un recurso de amparo ante
un juez. Y en general los prestadores de salud no tienen especialistas en el tema, o
directamente niegan la atención médica. Se cometen barbaridades contra estos pacientes,
porque ninguno se va a animar a ir a una comisaría a hacer la denuncia. –Cuéntenos
alguna de estas malas prácticas que el paciente no se atreve a denunciar.–Una mujer
que consumía opiáceos fue internada por una infección urinaria en un hospital. Ella
tenía una fuerte dependencia orgánica de la droga; los dolores de la infección y la
ansiedad por la internación incrementaban su necesidad de consumir. Pero los médicos le
inyectaban agua destilada, querían hacerle creer que era la droga que ella consumía, y
ella fingía creerlo porque quería seguir en el hospital, ya que no soportaba más la
tortura de la infección urinaria. Pero a los cuatro días no soportó más y se fue. Yo
les pregunté a esos médicos por qué no habían intentado una deprivación gradual, por
qué no la habían mantenido en equilibrio para que pudiese soportar el tratamiento en el
hospital. “¿Para qué, si se va a ir en mitad del tratamiento?”, me
contestaron. –Este caso no es una excepción, dice usted. –Es típico. Los
pacientes adictos le molestan al hospital. Los ponen cerca de la puerta, con la ropa a los
pies de la cama para que les resulte fácil irse. Muchos médicos sienten que son
delincuentes, “hoy te curo, mañana me asaltás”. El verdadero crimen es obligar
al paciente a estar con la sensación de ser un delincuente, porque eso potencia la
angustia, que ya es muy grande en él: la droga, cuando entra a pegar de una forma que ya
no es un placer, tiene a la persona siempre deprimida, con una permanente sensación de
muerte. –¿La despenalización del consumo implica que el Estado suministre drogas
hoy prohibidas?–No. No se trata de vender cocaína o anfetaminas en los quioscos,
sino de recurrir a las posibilidades científicas que ya existen para tratar la
dependencia y la abstinencia. Hoy la ciencia dispone de medicamentos que deberían ser
vendidos abiertamente para paliar la dependencia a la cocaína. Hay sustancias que la
reemplazan en un 80 por ciento: no en un ciento por ciento: si fuese tan fácil
reemplazarla, no habría prendido tan fuerte en la sociedad. Pero hay fármacos que ayudan
a dejarla, disminuyen el “hambre” de cocaína. La Universidad de Miami es la que
más estudios hizo en este sentido, pero tuvieron problemas vinculados con la
penalización del consumo, al punto que hubo que trasladar las experiencias sobre
deprivación de cocaína a una isla del Caribe, fuera de EstadosUnidos. Para que algo de
esto pueda hacerse, es imprescindible retirar el consumo del ámbito del delito.
–¿Hay experiencia internacional en este sentido?–Sin duda. En Europa, los
médicos sustituyen la heroína por la metadona, que es una droga “de diseño”,
inventada y producida en laboratorios. Pero la metadona es tan adictiva como la heroína:
¿cuál es la diferencia? Que la heroína está prohibida, quien la consume queda inmerso
en un ambiente delictivo. La metadona, legal, le permite al paciente dejar ese mundo
desmadrado, asistir a programas de recuperación y de prevención del sida, llevar con
más sanidad y coherencia esa especie de enfermedad crónica. Así se hizo en Suiza,
España y, más tarde, en Francia. Uno puede ver, en Ginebra, a la orilla del lago, las
casitas rodantes adonde los adictos van con sus tickets y retiran metadona, jeringas y
preservativos. En Europa se redujeron mucho los consumos, se llegó a controlar el tema de
la heroína. –En la Argentina, las drogas predominantes son otras.–Nuestro
problema de adicciones es global: el 87 por ciento de las consultas de emergencia en las
guardias de ciudad de Buenos Aires y conurbano se vincula con consumo de alcohol o drogas.
Lo que mata más, en forma directa o indirecta, es el alcohol. Por cocaína, la gente
muere más bien por crímenes vinculados con el narcotráfico, muy poco por sobredosis y
casi nada por abstinencia. Y no hay que olvidar las 45.000 muertes comprobadas por
tabaquismo. –¿Cuáles son las enfermedades más frecuentes relacionadas con
adicciones ilegales?–En general no es directamente la droga la que produce
enfermedades. Cierto que la cocaína es vasoconstrictora, y su consumo desmedido llega a
causar bloqueos y paros cardíacos, edemas pulmonares e incluso la muerte, por falta de
irrigación de tejidos básicos. Pero en general lo que enferma y mata es el descuido del
adicto, ocupado en disimular su condición y en sobrevivir en un submundo que lo pone en
peligro permanente. En la Argentina la cocaína tuvo venta libre hasta la década del 30,
y se difundió en el ambiente del tango: lo que hoy es una plaga fuera de control llegó a
tener cierto manejo social. Es claro que los riesgos del consumo son distintos según la
profesión: no es lo mismo ir a cantar un tango que pilotear un avión. A los pilotos
debieran hacérseles controles de consumo de drogas, y no se hacen. –Hemos venido
hablando de la despenalización del consumo: ¿qué opina de la despenalización de la
provisión de sustancias hoy prohibidas? –Liberalizar la provisión va a llevar mucho
tiempo, pero siempre va a ser menos perjudicial que mantener el tema en el ámbito del
delito. En la Argentina, el 62% de las enfermedades por consumo proviene de las sustancias
con que los traficantes cortan la droga: la cocaína viene con quinina, benzocaína,
lidocaína, sustancias que producen glomerulonefritis, gastritis, úlcera y llegan a
causar infartos, bloqueos cardíacos y edema cerebral.
Fotos de horror En la fotografía tomada por el toxicólogo Alejandro Carrá, se ve a un
joven maniatado en una camilla de hospital: “Sobredosis de cocaína -explica
Carrá–: en las guardias de los hospitales argentinos no hay camillas de contención,
que les evitarían hacerse daño sin necesidad de atarlos. Tampoco se dispone de los
fármacos que la química actual ofrece para que no haga falta tenerlos así, durante
horas. A menudo se opta por dejarlos en el piso, donde por lo menos no se van a
caer.”La galería de fotos incluye muchachos con brazos tajeados, quemados:
“Autoagresiones por abstinencia: no tienen para consumir, no quieren delinquir y se
cortan o se echan agua hirviendo para bajar su angustia”, explica el médico.Estos
pacientes van a la guardia a pasar el “mono”, la sobredosis, simulando otra
enfermedad: “Le dicen cualquier cosa al médico de guardia, no le pueden decir la
verdad porque es delito, y lo que tienen es la sensación de la propia muerte. Entonces
inventan una enfermedad, para que, si llega el peor momento, los encuentre allí”.Las
sobredosis más frecuentes son las de cocaína, alcohol, ambas drogas mezcladas, o
anfetaminas. La foto final es la de un cadáver cuya mano colgante todavía sostiene una
jeringa hipodérmica: “Murió por sobredosis: le habrá molestado a alguien del
‘ambiente’ y entonces, sin avisarle, le dieron una dosis sin cortar; él se
inyectó la cantidad de siempre y se mató”, explica Carrá. |
EN GRAN BRETAÑA SE SUMINISTRA HEROINA Y
COCAINA A ALGUNOS ADICTOS
Los que buscan la dosis en la farmacia
Página/12 en Gran Bretaña
Por Marcelo Justo Desde Londres
En Gran Bretaña el Estado suministra heroína y cocaína como parte del
tratamiento de la drogadicción. El Ministerio del Interior otorga licencias especiales a
hospitales, centros especializados y a un limitado número de médicos de cabecera del
estatal Sistema Nacional de Salud que suministran las drogas diariamente como modo de
aliviar y controlar los efectos de la adicción. El uso de esta variante terapéutica es
limitado. En el caso de la heroína se calcula que, de los aproximadamente 150 mil adictos
en Gran Bretaña, unos 40 mil reciben atención médica, de los cuales sólo unos 200
tienen acceso a la receta de heroína. En el caso de la cocaína, con un nivel de
adicción mucho más bajo, el número de pacientes que reciben la droga como parte del
tratamiento se reduce a no más de 10 casos en todo el país. El uso de las mismas
sustancias que provocan la adicción para combatirla, el llamado “sistema
británico”, es único en el mundo. Según Marcus Grant, del Programa de
Drogadicción de la Organización Mundial de la Salud, “debe ser estudiado para
encontrar nuevas formas de combatir la drogadicción”. Según los especialistas
británicos en el tema, los pacientes que utilizan este tratamiento responden a un perfil
muy definido. El doctor Michael Gossop, director del centro nacional más importante de
Inglaterra, el Hospital Maudsley en Londres, y coautor del más importante texto sobre el
tema (Heroin addiction and Drug Policy. The British system), los define como “gente
que tiene un entorno social y personal estable, que viene siguiendo este tipo de
tratamiento desde los 60 o que no ha respondido a otras terapias”.Los pacientes
reciben una dosis diaria que pueden obtener en algunas farmacias autorizadas del mismo
modo que si adquiriesen antibióticos y otros medicamentos recetados. El farmacéutico les
entrega la heroína en un sobre y los mismos pacientes se inyectan la droga. Se trata de
un contrato de buena fe por el que el paciente se compromete a utilizar la heroína para
consumo personal y no para venta. En este contexto, el perfil psicológico es de suma
importancia. “Es gente que no está metida en el submundo de la heroína, que lleva
una vida perfectamente normal, sólo que tiene una adicción. Es necesario ser cuidadoso
porque no se quiere añadir más heroína al mercado”, señaló a Página/12 Gossop.
En Suiza, uno de los pocos lugares en el mundo donde se comenzó a experimentar con este
tipo de tratamiento, se exige que la droga se suministre en la farmacia misma. En el caso
de la heroína el tratamiento de la adicción tiene dos opciones: la abstinencia completa,
en la que se intenta despegar al paciente de la dependencia por medio de programas de
desintoxicación, y la estabilización y reducción controlada. El suministro estatal de
heroína pertenece a esta segunda variante, en la que el objetivo es una estabilización o
una paulatina disminución del consumo que eventualmente conduzca a la abstinencia. Sus
ventajas terapéuticas son muy discutidas y su utilización se ha reducido a un número
específico de casos. En el Hospital Maudsley hay unos 5 o 6 pacientes que utilizan este
tipo de régimen. –La gran ventaja es que se trata de un sistema atractivo para el
drogadicto ambivalente respecto de su adicción, que tiene deseos de librarse de la droga
y al mismo tiempo miedo de hacerlo –explicó a Página/12 el doctor Gossop–. La
desventaja es que muchas veces dura años porque el uso de heroína puede bloquear el
progreso hacia otro tipo de tratamiento con sustancias no inyectables. De una u otra
manera, en la mayoría de los casos, eventualmente los drogadictos logran liberarse de su
adicción.
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