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DOS VISIONES EN TORNO DEL DEBATE DE LA LEGALIZACION DE LAS DROGAS
¿Drogas sin penas?

Fue el camarista Leopoldo Schiffrin quien desató el debate esta semana al proponer la legalización de las drogas, bajo control estatal, como modo de combatir el narcotráfico. Aquí, el propio Schiffrin explica por qué cree que el actual sistema beneficia a los narcos. Y el toxicólogo Alejandro Carrá afirma que la despenalización es necesaria para poder atender a los adictos. Experiencias en otros países.

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Por Pedro Lipcovich

t.gif (862 bytes)  “Es imprescindible retirar el consumo del ámbito del delito”: quien así lo sostiene es un médico toxicólogo, Alejandro Carrá, y su categórica fórmula no es sólo su aporte al debate sobre la despenalización –a favor de la cual se pronunció esta semana el juez Leopoldo Schiffrin–, sino su exigencia para la buena práctica profesional con los pacientes. Carrá -que une su especialización en drogas terapéuticas para el Comité Olímpico Internacional con su experiencia de batalla en guardias médicas porteñas– explicó a Página/12 por qué la despenalización es necesaria, no para que el Estado regale drogas a la gente, sino para que pueda atender a los adictos mediante fármacos que las sustituyan. Y mostró, con ejemplos estremecedores, cómo la equiparación adicto-delincuente conduce al sistema de salud a la desatención y el abuso sobre una amplia población de pacientes.–¿De qué modo registra usted, en su tarea clínica, que la penalización del consumo es perjudicial? –El adicto no tiene verdadero acceso a la cobertura sanitaria: cuando va a una guardia, por sobredosis o síndrome de abstinencia, simula otra enfermedad, para no ser tratado como un delincuente. Para que su obra social o su prepaga acepte internarlo, tiene que presentar un recurso de amparo ante un juez. Y en general los prestadores de salud no tienen especialistas en el tema, o directamente niegan la atención médica. Se cometen barbaridades contra estos pacientes, porque ninguno se va a animar a ir a una comisaría a hacer la denuncia. –Cuéntenos alguna de estas malas prácticas que el paciente no se atreve a denunciar.–Una mujer que consumía opiáceos fue internada por una infección urinaria en un hospital. Ella tenía una fuerte dependencia orgánica de la droga; los dolores de la infección y la ansiedad por la internación incrementaban su necesidad de consumir. Pero los médicos le inyectaban agua destilada, querían hacerle creer que era la droga que ella consumía, y ella fingía creerlo porque quería seguir en el hospital, ya que no soportaba más la tortura de la infección urinaria. Pero a los cuatro días no soportó más y se fue. Yo les pregunté a esos médicos por qué no habían intentado una deprivación gradual, por qué no la habían mantenido en equilibrio para que pudiese soportar el tratamiento en el hospital. “¿Para qué, si se va a ir en mitad del tratamiento?”, me contestaron. –Este caso no es una excepción, dice usted. –Es típico. Los pacientes adictos le molestan al hospital. Los ponen cerca de la puerta, con la ropa a los pies de la cama para que les resulte fácil irse. Muchos médicos sienten que son delincuentes, “hoy te curo, mañana me asaltás”. El verdadero crimen es obligar al paciente a estar con la sensación de ser un delincuente, porque eso potencia la angustia, que ya es muy grande en él: la droga, cuando entra a pegar de una forma que ya no es un placer, tiene a la persona siempre deprimida, con una permanente sensación de muerte. –¿La despenalización del consumo implica que el Estado suministre drogas hoy prohibidas?–No. No se trata de vender cocaína o anfetaminas en los quioscos, sino de recurrir a las posibilidades científicas que ya existen para tratar la dependencia y la abstinencia. Hoy la ciencia dispone de medicamentos que deberían ser vendidos abiertamente para paliar la dependencia a la cocaína. Hay sustancias que la reemplazan en un 80 por ciento: no en un ciento por ciento: si fuese tan fácil reemplazarla, no habría prendido tan fuerte en la sociedad. Pero hay fármacos que ayudan a dejarla, disminuyen el “hambre” de cocaína. La Universidad de Miami es la que más estudios hizo en este sentido, pero tuvieron problemas vinculados con la penalización del consumo, al punto que hubo que trasladar las experiencias sobre deprivación de cocaína a una isla del Caribe, fuera de EstadosUnidos. Para que algo de esto pueda hacerse, es imprescindible retirar el consumo del ámbito del delito. –¿Hay experiencia internacional en este sentido?–Sin duda. En Europa, los médicos sustituyen la heroína por la metadona, que es una droga “de diseño”, inventada y producida en laboratorios. Pero la metadona es tan adictiva como la heroína: ¿cuál es la diferencia? Que la heroína está prohibida, quien la consume queda inmerso en un ambiente delictivo. La metadona, legal, le permite al paciente dejar ese mundo desmadrado, asistir a programas de recuperación y de prevención del sida, llevar con más sanidad y coherencia esa especie de enfermedad crónica. Así se hizo en Suiza, España y, más tarde, en Francia. Uno puede ver, en Ginebra, a la orilla del lago, las casitas rodantes adonde los adictos van con sus tickets y retiran metadona, jeringas y preservativos. En Europa se redujeron mucho los consumos, se llegó a controlar el tema de la heroína. –En la Argentina, las drogas predominantes son otras.–Nuestro problema de adicciones es global: el 87 por ciento de las consultas de emergencia en las guardias de ciudad de Buenos Aires y conurbano se vincula con consumo de alcohol o drogas. Lo que mata más, en forma directa o indirecta, es el alcohol. Por cocaína, la gente muere más bien por crímenes vinculados con el narcotráfico, muy poco por sobredosis y casi nada por abstinencia. Y no hay que olvidar las 45.000 muertes comprobadas por tabaquismo. –¿Cuáles son las enfermedades más frecuentes relacionadas con adicciones ilegales?–En general no es directamente la droga la que produce enfermedades. Cierto que la cocaína es vasoconstrictora, y su consumo desmedido llega a causar bloqueos y paros cardíacos, edemas pulmonares e incluso la muerte, por falta de irrigación de tejidos básicos. Pero en general lo que enferma y mata es el descuido del adicto, ocupado en disimular su condición y en sobrevivir en un submundo que lo pone en peligro permanente. En la Argentina la cocaína tuvo venta libre hasta la década del 30, y se difundió en el ambiente del tango: lo que hoy es una plaga fuera de control llegó a tener cierto manejo social. Es claro que los riesgos del consumo son distintos según la profesión: no es lo mismo ir a cantar un tango que pilotear un avión. A los pilotos debieran hacérseles controles de consumo de drogas, y no se hacen. –Hemos venido hablando de la despenalización del consumo: ¿qué opina de la despenalización de la provisión de sustancias hoy prohibidas? –Liberalizar la provisión va a llevar mucho tiempo, pero siempre va a ser menos perjudicial que mantener el tema en el ámbito del delito. En la Argentina, el 62% de las enfermedades por consumo proviene de las sustancias con que los traficantes cortan la droga: la cocaína viene con quinina, benzocaína, lidocaína, sustancias que producen glomerulonefritis, gastritis, úlcera y llegan a causar infartos, bloqueos cardíacos y edema cerebral.

 

Fotos de horror

En la fotografía tomada por el toxicólogo Alejandro Carrá, se ve a un joven maniatado en una camilla de hospital: “Sobredosis de cocaína -explica Carrá–: en las guardias de los hospitales argentinos no hay camillas de contención, que les evitarían hacerse daño sin necesidad de atarlos. Tampoco se dispone de los fármacos que la química actual ofrece para que no haga falta tenerlos así, durante horas. A menudo se opta por dejarlos en el piso, donde por lo menos no se van a caer.”La galería de fotos incluye muchachos con brazos tajeados, quemados: “Autoagresiones por abstinencia: no tienen para consumir, no quieren delinquir y se cortan o se echan agua hirviendo para bajar su angustia”, explica el médico.Estos pacientes van a la guardia a pasar el “mono”, la sobredosis, simulando otra enfermedad: “Le dicen cualquier cosa al médico de guardia, no le pueden decir la verdad porque es delito, y lo que tienen es la sensación de la propia muerte. Entonces inventan una enfermedad, para que, si llega el peor momento, los encuentre allí”.Las sobredosis más frecuentes son las de cocaína, alcohol, ambas drogas mezcladas, o anfetaminas. La foto final es la de un cadáver cuya mano colgante todavía sostiene una jeringa hipodérmica: “Murió por sobredosis: le habrá molestado a alguien del ‘ambiente’ y entonces, sin avisarle, le dieron una dosis sin cortar; él se inyectó la cantidad de siempre y se mató”, explica Carrá.


 

EN GRAN BRETAÑA SE SUMINISTRA HEROINA Y COCAINA A ALGUNOS ADICTOS
Los que buscan la dosis en la farmacia

Página/12 en Gran Bretaña
Por Marcelo Justo Desde Londres

En Gran Bretaña el Estado suministra heroína y cocaína como parte del tratamiento de la drogadicción. El Ministerio del Interior otorga licencias especiales a hospitales, centros especializados y a un limitado número de médicos de cabecera del estatal Sistema Nacional de Salud que suministran las drogas diariamente como modo de aliviar y controlar los efectos de la adicción. El uso de esta variante terapéutica es limitado. En el caso de la heroína se calcula que, de los aproximadamente 150 mil adictos en Gran Bretaña, unos 40 mil reciben atención médica, de los cuales sólo unos 200 tienen acceso a la receta de heroína. En el caso de la cocaína, con un nivel de adicción mucho más bajo, el número de pacientes que reciben la droga como parte del tratamiento se reduce a no más de 10 casos en todo el país. El uso de las mismas sustancias que provocan la adicción para combatirla, el llamado “sistema británico”, es único en el mundo. Según Marcus Grant, del Programa de Drogadicción de la Organización Mundial de la Salud, “debe ser estudiado para encontrar nuevas formas de combatir la drogadicción”. Según los especialistas británicos en el tema, los pacientes que utilizan este tratamiento responden a un perfil muy definido. El doctor Michael Gossop, director del centro nacional más importante de Inglaterra, el Hospital Maudsley en Londres, y coautor del más importante texto sobre el tema (Heroin addiction and Drug Policy. The British system), los define como “gente que tiene un entorno social y personal estable, que viene siguiendo este tipo de tratamiento desde los 60 o que no ha respondido a otras terapias”.Los pacientes reciben una dosis diaria que pueden obtener en algunas farmacias autorizadas del mismo modo que si adquiriesen antibióticos y otros medicamentos recetados. El farmacéutico les entrega la heroína en un sobre y los mismos pacientes se inyectan la droga. Se trata de un contrato de buena fe por el que el paciente se compromete a utilizar la heroína para consumo personal y no para venta. En este contexto, el perfil psicológico es de suma importancia. “Es gente que no está metida en el submundo de la heroína, que lleva una vida perfectamente normal, sólo que tiene una adicción. Es necesario ser cuidadoso porque no se quiere añadir más heroína al mercado”, señaló a Página/12 Gossop. En Suiza, uno de los pocos lugares en el mundo donde se comenzó a experimentar con este tipo de tratamiento, se exige que la droga se suministre en la farmacia misma. En el caso de la heroína el tratamiento de la adicción tiene dos opciones: la abstinencia completa, en la que se intenta despegar al paciente de la dependencia por medio de programas de desintoxicación, y la estabilización y reducción controlada. El suministro estatal de heroína pertenece a esta segunda variante, en la que el objetivo es una estabilización o una paulatina disminución del consumo que eventualmente conduzca a la abstinencia. Sus ventajas terapéuticas son muy discutidas y su utilización se ha reducido a un número específico de casos. En el Hospital Maudsley hay unos 5 o 6 pacientes que utilizan este tipo de régimen. –La gran ventaja es que se trata de un sistema atractivo para el drogadicto ambivalente respecto de su adicción, que tiene deseos de librarse de la droga y al mismo tiempo miedo de hacerlo –explicó a Página/12 el doctor Gossop–. La desventaja es que muchas veces dura años porque el uso de heroína puede bloquear el progreso hacia otro tipo de tratamiento con sustancias no inyectables. De una u otra manera, en la mayoría de los casos, eventualmente los drogadictos logran liberarse de su adicción.

 

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