Por Pablo Plotkin El asunto
es que lo único que tiene una banda de rock para darles a ustedes son canciones. Nosotros
escribimos ésta en una vieja y arrugada sala de ensayo de Morón, cuando todavía ni
soñábamos que nos pasaría todo lo que nos está pasando. El breve preámbulo que
Iván Noble pronunció antes de Primavera negra encierra una idea que
últimamente explicó más de lo que le gustaría. El somos una banda de rock y
sólo hacemos canciones va para el sector más conservador de su público que
exigió explicaciones cuando Noble saltó los decorados del rock (como diría el Indio
Solari) al hacerse popular su affaire fugaz con Natalia Oreiro. El viernes a la noche,
ante las 1500 personas que casi llenaron el teatro Opera, Los Caballeros de la Quema
tocaron canciones viejas y nuevas. Primavera negra, aquella que estaba
envasada en un demo germinal de 1991, y Avanti Morocha, la épica canción de
amor incluida en La paciencia de la araña, su último álbum, que les valió fama, top
ten y mujeres.En las últimas filas del Opera, un personaje emblemático del pensamiento
sacerdotal de aguante rockero: un grandote que bailotea, canta y se excita como pocos con
cada una de las canciones de la banda (salvo con Avanti morocha, en la que
baja los pulgares) y putea a los gritos cuando Noble habla entre tema y tema,
demandándole huevos y todo tipo de cosas. El teatro no fue un problema. Si
bien las butacas sólo estorbaron a un público acostumbrado a otros lugares, había
espacio para bailar y llegar hasta el escenario (al final unos treinta chicos y chicas
terminaron ahí arriba). Se subió el telón, la banda sacudió con Patri
una canción de Manos Vacías, de 1993 y mientras todos saltaban el cantante
comentó: ¿Quién dijo que los teatros eran fríos?. El show estaba
programado para Obras, pero la clausura los obligó a buscar otro lugar. Noble se refirió
a las bandas que sufrieron la medida y provocó la adhesión entusiasta del público
cuando mencionó el caso de La Renga, a quienes se les negó el permiso para tocar en
Platense el fin de semana pasado.En la primera parte sonó el rock más crudo de los
Caballeros, con Patri, Todos atrás y Dios de 9 y Huelga de
princesas, el relato de una noche de fracasos. Esa clase de historias y personajes
es acerca de los que más le gusta escribir a Noble: los antihéroes, los perdedores
(4 de Copas), y los tipos duros de las novelas de Norman Mailer. Laburo
de nenas, una canción de Perros, perros y perros (1996), que parece el soundtrack
de una serie de espionaje, la dedicó a los Clint Eastwood y a los Al Pacino de esta
vida. Lito Vitale se puso a los teclados para el pasaje íntimo del show: De
mala muerte y Mal, sus baladas menos eufóricas, son también la parte
más personal del repertorio caballero. Al contrario de los reggae recargados de lunfardo
y forzada actitud de compadrito como No chamuyes o la versión en ska
acelerado de Malvenido, con la sección de vientos adornando los pasajes
instrumentales.Después, Avanti morocha y Oxidado, dos páginas de
amor exitosas de La paciencia de la araña, la biografía rockera Celofán
(mi papá me avisó: no te encames con el rock) y Milwaukee, una
historia de habitaciones de hotel sucias y puñaladas en medio de un talk blues. Cerraron
con Rajá Rata y volvieron para tocar la sabinesca Mientras haya luces
en el próximo bar, Carlito y Madres. Cuando
escribimos esta canción, los periodistas dijeron que éramos políticamente
correctos, recordó Noble, acostumbrado a dar explicaciones. Si lo
contrario a eso significa ser incorrectamente políticos, cuando se trata de las Madres de
Plaza de Mayo, nos sentimos orgullosos de ser políticamente correctos.
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