La
Cumbre Iberoamericana que empieza hoy en La Habana cuenta con un trono para sentar a los
sucesores de los Reyes Católicos, el rey Juan Carlos y la reina Sofía. Pero por primera
vez dos países fueron ostentosamente puntuales en faltar a la cita, Chile y la Argentina.
Y las razones tienen que ver con las nuevas relaciones que la metrópoli española
estableció con sus ex reinos de Indias, relaciones judiciales mal avenidas con los
gobiernos de la región y con los deseos de Madrid de reconstruir de algún modo la unidad
imperial que alguna vez abarcó a todo el continente, de California a Tierra del Fuego, y
que llegó a incluir a Portugal y a Brasil.
Esta cuña que entró en la Cumbre viene precisamente del
centro que querría presidir sobre la unificación iberoamericana: es la extradición que
el juez Baltasar Garzón pide para el senador vitalicio chileno Augusto Pinochet y
después para 98 militares argentinos. Se ha exagerado mucho, sin embargo, sobre el
protagonismo o vedetismo de Garzón, según se lo encomie o condene. La base jurídica de
la situación actual encuentra su base más firme en el fallo unánime de la Audiencia
Española, del 31 de octubre del año pasado. Por él, un país reconoció que ciertos
derechos no conocen fronteras, y que un tribunal nacional puede y debe juzgar determinados
crímenes sin importarle dónde se cometieron o la nacionalidad de víctimas o
victimarios. Y señaló que debían juzgarse en el aquí y ahora, sin excusarse con un
gesto hacia un futuro más feliz que el presente, cuando exista un Tribunal Penal
Internacional. Hasta que no exista un gobierno mundial --y es dudoso que sea deseable en
el corto plazo--, un Tribunal Penal Internacional servirá a lo sumo tanto como sirvió el
Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para frenar las masacres de Kosovo o
Chechenia. Mientras, habrá que esperar a que países que puedan permitírselo hagan, como
hizo España, un lugar creciente en sus legislaciones y en sus justicias nacionales o
regionales para el genocidio, los crímenes de lesa humanidad y la tortura. Es académico
decir que la sentencia de la Audiencia Nacional Española fue un triunfo del derecho. Es
más significativo constatar que esta módica victoria de las víctimas, aunque una cuña
en la Cumbre que comienza hoy, demuestre que una mayor integración iberoamericana se
está produciendo de manera inesperada, por encima y a veces aun en contra de determinadas
instituciones que quieren encauzarla. |