El jueves un redactor de La Nación me llamó por teléfono a Chile para pedirme un testimonio personal sobre Jacobo Timerman. Las palabras que me atribuye son las que pronuncié, pero faltan algunas. Dije que me gustaría leer la autocrítica de los periodistas argentinos que renunciaron al premio María Moors Cabot en protesta porque la Universidad de Columbia se lo otorgó también a Timerman. "Y la de Claudio Escribano", agregué. El joven redactor me dijo que transcribiría textualmente mi frase, pero que no podía garantizarme que La Nación la publicara. "Si no lo hace, lo haré yo", le dije como despedida, todavía bajo la impresión de la muerte de Timerman, que acababa de conocer. Para quienes no conocen el episodio, debo agregar que Escribano (el actual subdirector de La Nación) pronunció en la Asamblea de la SIP de 1981 un discurso descalificatorio del colega perseguido y despojado por la dictadura militar. No sólo eso. En la columna política de mitad de la semana, que redactaba Escribano, se publicó el 9 de julio de ese año una nota inolvidable. Un diario por lo general cuidadoso como La Nación igualó en bajeza a los pasquines de propaganda oficial del tipo Gente o Para Ti. El artículo decía que el general Ramón Camps, estaba preparando un libro para contrarrestar la conmoción internacional que había causado Prisionero sin nombre, celda sin número, que acaba de editarse en Nueva York. La Nación añadía que junto con Camps trabajaban los directores de La Prensa, Máximo Gainza y de El Día de La Plata, Raúl Kraiselburd, que una "cabeza política" había concebido "la operación", y, "conseguido desde ya producir un impacto político sensacional". La participación de Kraiselburd, decía, "es un golpe de doble efecto para el Sr. Timerman: lo alcanza en su propio terreno, el del periodismo, y termina rematándolo en la lona de su propia raza". Ocurre que Kraiselburd es judío. La información era vil, pero falsa: Gainza colaboró con Camps, que se lo agradece en el prólogo, pero Kraiselburd no. Han pasado casi veinte años. La Argentina ha cambiado y desde la presidencia de ADEPA, Escribano ha hecho contribuciones sinceras a la libertad de expresión. Por eso, en cuanto corté, me arrepentí de haber privilegiado aquel recuerdo sobre los valiosos consensos del presente, que nos ayudan a construir una sociedad menos canalla. Sin embargo, la supresión de mi frase sobre Escribano en La Nación me ayuda a reflexionar, ya sin la conmoción del primer momento. Los policías y militares que intervinieron en el secuestro y las torturas de Timerman y la confiscación de su diario no actuaron en el vacío. Igual que en la Alemania nazi o la Italia fascista, sin los pusilánimes que callaron y los oportunistas que aplaudieron nada de lo sucedido hubiera sido posible. Redimirse de esa culpa requiere de un esfuerzo moral que sólo algunos se han tomado. La vergüenza no se borra con censura. |