Hoy
en día, las futuras madres saben que tienen que cuidarse porque cuanto hacen antes de dar
a luz será decisivo para la salud de su bebé. Lo mismo ocurre con los gobiernos: sus
rasgos más característicos se consolidan en aquel breve período de gestación que
comienza con los comicios y termina cuando el flamante jefe recibe los símbolos de su
cargo. Aunque Fernando de la Rúa no nombre a ningún ministro ni tome una sola medida
significante antes del 10 de diciembre, lo que suceda en el transcurso de las escasas
semanas que aún le quedan de la "transición" le resultará fundamental. Una
vez que haya cuajado lo que podría llamarse la "cultura" de su gobierno,
modificarla, a menos que sea para peor, le será virtualmente imposible.
Puede que para De la Rúa sea demasiado
tarde; las culturas gubernamentales se petrifican con rapidez desconcertante y ya es
visible el perfil de la delarruista que promete ser sumamente dúctil, como corresponde
por tratarse de un político célebre por su capacidad para moldearse a las
circunstancias. Los optimistas esperaban que no bien alcanzado el poder el presidente
electo se revelaría como un dirigente firme de enorme austeridad personal. Tendría que
serlo para poner fin al festín de los corruptos que, con insolencia patente, está
procurando capturar al gobierno aliancista en una red de hechos consumados, pero por lo
pronto las señales emitidas por el futuro mandamás y sus adláteres no han sido
alentadoras.
Si De la Rúa hace pensar que está a favor
de privilegiar a familiares, repartiendo entre ellos puestos clave por creerlos más
confiables que los demás, el nepotismo y su acompañante inevitable, la corrupción,
formarán parte del código genético del orden delarruista y no le será dado eliminarlos
después: mal que le pese al aún jefe del gobierno de la Capital Federal, la aparición
en el escenario de su hermano mayor entraña un mensaje que el resto del país no puede
sino interpretar a su propio modo. Que su lectura sea justa o injusta, correcta o
totalmente errónea, importa menos que su incidencia, claramente negativa, en el país que
está plasmándose. Asimismo, si De la Rúa, luego de superar su problema de salud, sigue
arreglándoselas para brindar una impresión de extrema morosidad, de no querer apurarse
nunca, el letargo no tardará en convertirse en una característica de su gestión porque
todos los miembros de su administración tenderán a imitarlo, lo cual la transformará en
un blanco fácil para los muchos que quieren que "el cambio" sea meramente
cosmético. |