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Por Fernando D'Addario Un viejo adagio popular, "el que arriesga gana", recorre cotidianamente la conciencia de la gente sin cosechar demasiadas adhesiones entre los músicos populares de estos tiempos. Y lo cierto es que no siempre el que arriesga gana, lo cual no minimiza la validez del intento. Por el contrario, esa tensión, la incertidumbre que la envuelve, convierte ese riesgo en una línea sinuosa, perfectible, cuyo eje fundante es la búsqueda. Algo de eso ocurre con Liliana Herrero. La entrerriana criada en Rosario y adoptada por Buenos Aires se comporta artísticamente con el desparpajo de quien no le debe nada a nadie y un poquito a todos, situación que le provee una relativa impunidad. El fin de semana presentó su flamante CD Recuerdos de provincia con dos recitales en La Trastienda, un ámbito donde --evidentemente-- se siente contenida y apreciada. Allí desplegó su arsenal de cautivantes incorrecciones folklóricas, basadas en el más puro y exquisito folklore argentino. Herrero tiene de su lado a un puñado de incondicionales, que esta vez volvieron a decir presente: su amigo-productor Fito Páez, Juan Falú, Chango Farías Gómez, Chango Spasiuk, Carmen Baliero y Nora Sarmoria, entre otros. Ese puñado de fieles, en lugar de constituirse en una coraza protectora, paralizante desde la afinidad artística, ha tomado la decisión de azuzarla, de darle de beber su propia medicina renovadora. De esa confabulación comprometedora Liliana sale airosa, pero no indemne. La mayoría de las veces ganan todos (público, artistas, y la música como abstracción), como cuando Chango Farías Gómez, rebautizado como el "Tom Waits argentino" por la anfitriona, se calza la guitarra eléctrica y la banda en pleno emprende una demoledora versión de una canción hipertradicional, la "Chacarera santiagueña". O cuando su brillante guitarrista Diego Rolón ensaya su particular lectura armónica de la "Zamba del imaginero" (Cuchi Leguizamón y Armando Tejada Gómez). O cuando recrea libremente esa hermosísima creación de Jaime Dávalos que es la "Canción del Jangadero". A veces, la confluencia de estilos desemboca en cierta hibridez, como ocurrió el sábado con "Y me debes creer" (de Cuchi Leguizamón, con una ayudita de la virtuosa Nora Sarmoria en piano) o "Dedicatoria", de y con Carmen Baliero. En todos los casos, trajinar ese camino imprevisible de la geografía argentina y latinoamericana encuentra paradojas, como que un anónimo popular boliviano, "Señora chichera" (con el talentoso Facundo Guevara ejecutando esta vez el huancara), se mete en la piel de un público evidentemente lejano a la realidad de esa canción, y poco después, el porteñísimo "Mañana en el Abasto" (de Luca Prodan) se resignifica en clave vidalera, dejando un surco abierto, con final desconocido. Esos guiños interactivos confluyen en una evolución natural (aunque tormento) del género, porque esa concepción en algún punto academicista del arte está atravesada por la emoción. Cómo explicar si no lo que se produce cada vez que Juan Falú interpreta la "Vidala para Lucho", dedicada a su hermano desaparecido, o el sentimiento que baja del escenario cada vez que Liliana versiona "Bajo el sauce solo". La presencia de Fito el domingo (hicieron juntos "Toda mi vida entera", tema que el rosarino escribió para el cumpleaños de Herrero, y en el bis, la "Chacarera del expediente", de Cuchi) reforzó el concepto de la interactividad sin límites autoimpuestos. "Es interesante meterse en el arcón lleno de piedras preciosas que es el folklore argentino, porque cuando los baúles están cerrados es como si tuvieran propietarios y a mí no me gustan los propietarios de la cultura nacional", dijo Liliana en algún momento del show del sábado. En este caso, no fueron sólo palabras.
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