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Por Verónica Abdala El mexicano Héctor Aguilar Camín empezó a escribir "por envidia". La culpa la tuvieron, dice, Balzac, Stendhal, Mann, Hemingway, Borges, Onetti, García Márquez, Vargas Llosa, Cortázar, Fuentes, Maquiavelo, Cervantes y Faulkner ("antes que todos, Faulkner"). Esa "sana pero poderosa envidia" le habilitó un camino de reflexión y creatividad importantes: en los últimos veinte años, publicó seis novelas --entre ellas Morir en el golfo, El error de la luna y Un soplo en el río--, cinco libros de historia y ensayo, y otros cuatro volúmenes en coautoría. Este hombre que hizo de la envidia una bella arte es, además, el director de la revista mexicana Nexos, el responsable de la editorial Cal y Arena, y el conductor del programa político "Zona Abierta", en la televisión mexicana. Aguilar Camín, que llegó a la Argentina para presentar su nueva novela, El resplandor de la madera, de editorial Alfaguara, tiene admiradores tan importantes como su obra. Entre ellos se destaca el más famoso de los escritores mexicanos vivos, Carlos Fuentes, quien lo definió alguna vez como "un maestro de la frase elegante", y Paco Ignacio Taibo, notorio renovador del género policial y biógrafo del Che, que dijo: "En sus libros hay más verdad que en los libros de historia, y más revelaciones que las que los periodistas destapan a diario". En el plano doméstico, su lectora más devota y exigente es su mujer, la escritora Angeles Mastretta. El resplandor..., novela en la que, según cuenta, trabajó nada menos que cuarenta años --aunque, en rigor, pasaron tres desde el día que se sentó a escribirla hasta que la terminó-- es la historia de las sucesivas generaciones de una familia, la de los Cáceres, desde el pasado mítico de sus fundadores hasta el presente. Se inspiró para escribirla, en los relatos de su madre, cuando era chico: historias de un tiempo ido, y de un pueblo que se desarrolló hasta convertirse en una monstruosa ciudad. "Esas historias han estado presentes desde muy temprano en mi vida" relata el escritor. "Aproximadamente a los 14 años decidí que ahí había una novela y comencé a escribirla. Pero lo que escribí... se parecía demasiado a Faulkner. Por eso lo abandoné y lo retomé recién hace unos años, a los cincuenta". Lo que lo convenció de que en esos relatos orales había material literario era la vivacidad de las narraciones. Sin embargo, el libro no es autobiográfico, asegura. Los hechos reales fueron sólo el punto de partida de las historias que concibió en su imaginación, con total impertinencia.
--¿Qué cree que esperan los lectores de los buenos escritores? --Que les permitan viajar a otros mundos, ¿no? Eso es bien distinto que pedirles que transformen éste. Cien años de soledad, por ejemplo, ha mejorado mucho la realidad colombiana porque le ha añadido cosas, y no porque haya logrado cambiarlas. Colombia es un país más habitable desde el momento en que se la asocia con Cien años... Camín dice que escribe por el placer que le produce leer sus propios textos "como si fueran de otro", y define a la literatura como "el arte de simular la vida". Obviamente, de forma que el truco resulte verosímil. "Cuanto más dolorosos son los libros y más logran hacernos creer esa ilusión, más nos conmueven y más cerca nuestro están", define, en una entrevista con Página/12. "Son precisamente los que parecen ser extracciones poéticas y literarias de la propia vida, los que nos acompañan para siempre. La frase de un poema puede decirnos mucho más acerca del mundo y de nosotros mismos que 25 descripciones científicas. Y ese poder de la literatura tiene que ver, en mi opinión, con la calidad de las palabras, y no con la realidad objetiva que puedan contener éstas", afirma.
--La historia que se cuenta no es para usted lo fundamental, entonces. --No, ése es el boleto de entrada a la escritura de un libro. A eso le sigue la dificultad mayúscula que supone escribir un buen libro.
--¿El proceso le resulta placentero o angustiante? --Las dos cosas, aunque más placentero que angustiante. En este último caso, de todos modos, me resulta analgésico el acto de escribir. Un personaje de Moby Dick, decía: "Cuando me da la neurastenia me voy al mar". Pues bueno, cuando me da a mí, yo me voy a escribir. Escribir me hace sentir que mi cabeza y mi vida son más ligeras, menos gravosas. --Usted que, como periodista trabaja con material de la realidad y como escritor, con los que nacen de la imaginación, ¿alguna vez sintió que la realidad jamás podría ser superada por la ficción? --Claro, un escritor debe saber que la realidad jamás puede ser superada. ¿Tú crees que alguien te creería si escribieses la historia de Napoleón, o la de Hitler, o la de Menem, como una ficción? No te creerían. El que escribe debe tener conciencia de que, si trabaja con la imaginación, está muy limitado, en el sentido de que debe justificar todo lo que cuenta. La realidad, en cambio, por loca que sea, no necesita justificación. Si escribes una novela, por más fantástica que ésta pueda ser, deberás convencer al lector a cada paso de que eso que cuentas es verosímil, y que merece ser contado. La realidad es en este sentido una señora mucho más alocada que la realidad.
--¿Alguna vez sintió que su trabajo como periodista obstaculizaba su desarrollo como escritor? --No. Aunque cada vez me interesa más escribir novela, y menos periodismo y ensayo. Si lo sigo haciendo es por hábito, ciudadano y periodístico. Pero la verdad es que la realidad mexicana ya me tiene medio aburrido. Es en el ámbito de la literatura en donde a esta altura de mi vida me siento cómodo y estimulado.
--¿Si es que eso ocurre, en qué punto se cruzan las convicciones políticas e ideológicas del escritor con sus ficciones? --Pues, no creo que necesariamente deban cruzarse. La literatura ya mejora el mundo desde el momento que existe y está bien hecha. Pero la tarea de los novelistas o los artistas no es cambiar el mundo. Eso deberíamos exigírselo a los políticos.
--¿Cuál es el libro que aún no se atrevió a escribir? --El libro de mis amigos: pensar que uno es gobernador, otro un donjuán, otro el entrenador de la selección mexicana de fútbol, uno fue narcotraficante, otro es travesti, otro guerrillero, todos ellos son alcohólicos anónimos, menos yo, y, por último, hay uno que es miembro de un rito esotérico mejicanista... Y todos salimos del mismo sitio.
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