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Por Fabián Lebenglik En la agenda porteña de exposiciones de artes visuales, la temporada que se cierra lo hace con un final a toda orquesta: en estas últimas semanas, a las buenas exposiciones de artistas locales se debe sumar la de un conjunto de artistas internacionales que, exhibidos casi todos ellos por primera vez y simultáneamente, en distintas galerías, salas y museos de Buenos Aires, hacen brillar la ciudad y la colocan en sincronía con otros grandes centros de exposiciones internacionales. El caso es que prácticamente han coincidido en el tiempo las muestras de Paul Klee y Afro Basaldella en el Museo Nacional de Bellas Artes, de Lucio Fontana en la Fundación Proa, de Annette Messager en el Museo de Arte Moderno, de la gráfica de Toulouse Lautrec en el Centro Borges; de Daniel Senise en la galería de Diana Lowenstein, de Helio Oiticica en la Galería Portinari del Centro de Estudios Brasileños y de Richard Estes y Tunga en el Centro Cultural Recoleta. Entre todas ofrecen un panorama exquisito y reflexivo en Buenos Aires. Tres de estas muestras -las de Tunga, Estes y Fontana-- han sido inauguradas la semana pasada. De la exhibición del primero intentará dar cuenta la nota que sigue, mientras que de las de los dos restantes se ocupará Radar el próximo domingo: una manera de dosificar y prolongar una cartelera pródiga. Tunga es el nombre de uno de los artistas brasileños más influyentes de su país a lo largo de los últimos veinte años. Nacido en Pernambuco en 1952 como Antonio José de Barros Carvalho e Mello Mourao, realizó su primera exposición hace casi treinta años y ha exhibido su obra en el Jeu de Paume de París, en el MoMA de Nueva York, en la última Documenta de Kassel y varias veces en las bienales de San Pablo, Venecia y La Habana. La muestra de estos días --curada por la crítica Mercedes Casanegra-- es la primera de este artista en la Argentina y funciona como una buena introducción a su mundo, en principio porque apunta a todos los sentidos. Una combinación de objetos de hierro, imanes, vidrios soplados, textiles, esponjas marinas, sogas, fieltro, lámparas eléctricas, carbón y textos impresos sobre la pared se mezcla con música y ambientación sonora, así como con dos películas de proyección simultánea y acción paralela e inversa, realizadas por la pareja de artistas que integran el argentino Nicolás Guagnini y la brasileña Karin Schneider. Tunga es un arquitecto y artista de vasta cultura, que para hablar sobre su obra --en portugués, francés, inglés o español-- cruza de la literatura a la física, de la matemática a la filosofía y del psicoanálisis a la botánica y la arqueología. En ese tejido de saberes que se conectan por momentos de manera arbitraria y por momentos muy naturalmente, su obra emerge de manera inquietante, como un plus "excesivo", desbordante y barroco, lejos del conceptualismo, como a priori podría hacer suponer la acumulación de toda esa biblioteca mental. En esa poética del exceso, la acumulación, la proliferación y el encadenamiento indeterminado, su obra también es el lo que queda de un ritual anterior, algo así como los restos diurnos de un sueño muy vívido. Como en los sueños, su obra establece una extraña continuidad entre pares de categorías usualmente contradictorias: lleno/vacío, transparente/opaco, adentro/afuera, liviano/pesado y así siguiendo. En sus obras hay, de entrada, un trastocamiento de la escala, hipertrofias y atrofias de objetos y materiales, sobredosis y restricciones, acentos y elisiones, narraciones incompletas o ausencia total de narración, porque la elocuencia viene dada por la imagen. Cada obra de Tunga se ofrece al espectador como una experiencia. En la sala Cronopios del Centro Recoleta el artista presenta tres "producciones" diferenciadas aunque contiguas. Teresa (1999) es el nombre femenino que en la jerga carcelaria brasileña se le da a la trenza hecha de frazadas que los presos fabrican para descolgarse de la cárcel y escapar. Esta performance/instalación comenzó el jueves pasado, cuando 80 actores --desocupados-- dramatizaron un escape en escena. La obra --los restos de aquella dramatización, las decenas de metros y recortes de frazadas esparcidos por el piso- cuenta con una suerte de banda sonora, compuesta por Arnaldo Antúnez, con letra de Tunga, en la que, además de introducir un fuerte clima, tenso y rítmico, que se repite pero al mismo tiempo va variando, se despliega un ejercicio poético/lingüístico alrededor del nombre femenino del título con la metáfora de la libertad y sus usos. Más allá de la relación crítica con el contexto social, también hay referencias directas a la noción deleuziana de la desterritorialización, del arte fuera de caja, de la fuga de las convenciones del llamado "mundo del arte". Entre los sonidos se destaca la respiración y los suspiros de Marisa Monte, una de las grandes figuras de la música brasileña de la última década. Lúcido-Nígredo (1999) es una gran instalación montada sobre una base de vidrio en las que se distribuyen conjuntos heterogéneos de materiales confrontados y complementarios. Campanas y botellas de vidrio, imanes, esponjas, carbones, fieltro, cepillos. Si en un principio la obra aparece como caótica, de a poco se advierte el rigor clasificatorio y la lógica de las combinaciones, por peso, función, forma, textura, transparencia, brillo, etcétera. La tercera parte de la secuencia es una doble proyección simultánea de un par de cortometrajes en blanco y negro, en película de 16 milímetros, de Guagnini y Schneider. En ambos cortos se lo ve a Tunga. En Escaleras se ven los pies del artista subiendo interminablemente por diferentes escaleras. En Ascensores el ángulo de cámara en contrapicado muestra la mitad superior del cuerpo de Tunga entrando y saliendo de ascensores que bajan continuamente. En esa doble afirmación, en esa paradoja, se define buena parte de la tensión que provoca la obra de este artista, para quien el fenómeno estético es una experiencia que se asume con el cuerpo. (Centro Cultural Recoleta, Junín 1930, hasta el 12 de diciembre.)
El lunes 22 de noviembre, a las 22, en el MNBA, se hará entrega de los Premios Leonardo a la trayectoria, al artista del año, a la joven generación, la fotografía y el video, otorgados por el Museo de Bellas Artes. Las ternas premiadas por el jurado se refieren --salvo el premio a la trayectoria-- a las exposiciones durante 1998. Los tres artistas distinguidos por su trayectoria son Enio Iommi, Horacio Coppola y María Juana Heras Velasco. En el rubro Artista del año los premios fueron para Miguel Harte, Jorge Macchi y Marie Orensanz. En la categoría Joven generación, Jane Brodie, Román Vitali y Marina de Caro. En Fotografía, Alessandra Sanguinetti, Alejandro Kuropatwa y Juan Paparella. En la categoría Video, los premios fueron para Gustavo Romano, Liliana Porter y Camilo Ameijeiras. La entrega se emitirá en vivo por Canal á.
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