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Por Horacio Cecchi En las horas previas a la masacre de Villa Ramallo, cuando las tensiones y la expectativa aún se concentraban detrás de las paredes del Banco Nación, los medios periodísticos ya habían ocupado un espacio hasta entonces inimaginable: no sólo transmitían imágenes en vivo desde el exterior del banco, sino que además se habían entrometido allí dentro negociando por vía telefónica y en directo con los asaltantes. Se abrió entonces el debate sobre el papel de los medios. Poco más de un mes después, el rol periodístico subió un escalón más durante el motín de la cárcel de San Juan, donde pasó a ser protagonista directo como rehén calificado de las negociaciones. Para entonces, ya el ministro de Interior Carlos Corach y su segundo Miguel Angel Toma habían avanzado con la idea de cuestionar el papel de la prensa. Ahora, tras cumplirse dos meses de la masacre, la misma idea tomó cuerpo con la forma de un proyecto de ley bonaerense que penaliza al periodismo por transmitir en directo, grabar o emitir comentarios de hechos delictivos en los que participen fuerzas de seguridad o funcionarios judiciales. Legisladores, especialistas en negociación, miembros del Poder Judicial y organismos de derechos humanos se suman al debate. El proyecto pertenece al senador provincial del PJ, Reinaldo Pierri hermano menor del presidente de la Cámara, presentado el martes pasado cuando se cumplieron dos meses exactos de la masacre de Villa Ramallo. Su artículo primero pone sobre el papel las críticas de Corach y Toma contra la participación de la prensa, emitidas a las pocas horas de haber concluido la masacre: Prohíbese a los medios de comunicación social dice el artículo transmitir en forma directa un hecho delictivo que se estuviera cometiendo en el territorio de la Provincia de Buenos Aires, en el cual estén interviniendo fuerzas de seguridad o funcionarios del Poder Judicial. El proyecto es muy peligroso, dijo a Página/12 Eduardo Sigal, senador bonaerense por la Alianza. Apunta a dos cosas: por un lado a recortar la información, un derecho que señala la Constitución. Pero además, apunta a ocultar la naturaleza de los hechos delictivos. Con la excusa de cargar contra la responsabilidad profesional periodística, el proyecto pretende impedir que sean conocidos los hechos delictivos violentos que ocurren en la provincia de Buenos Aires y en los que tienen participación policías bonaerenses. Lo de Ramallo nunca había pasado. Si no hubiera cámaras, como pretende esta propuesta, los Ramallo se repetirían con mucha frecuencia. Las cámaras se transforman en una garantía.Osvaldo Dameno es subsecretario de la Policía en Función Judicial y uno de los responsables de los cursos de negociación en situación de crisis con rehenes, organizados por la Procuración General de la Suprema Corte Bonaerense. Habría que analizar esta norma a la luz de la Constitución, explicó Dameno. Lo que se aconseja es que la prensa no ocupe un espacio próximo al lugar de los hechos, y no es bueno que se comunique en directo con los asaltantes. Pero los límites están librados a cada caso particular. El tema es cómo conciliar la libertad de prensa y el derecho de los rehenes a proteger sus vidas. Y eso, seguramente, se logrará a partir de un debate. Pero la cuestión parece bastante simple: no hace falta una ley para que la prensa no acceda al lugar de los hechos. Basta con colocar un vallado de seguridad eficiente a la distancia que se considere necesaria. Y para que no se comunique con los asaltantes, simplemente hay que cortar los teléfonos.Uno de los fiscales de San Isidro, Martín Etchegoyen Lynch, participó en Los Angeles de un curso para negociadores ofrecido por un grupo de especialistas. Y también le tocó como fiscal uno de los casos más resonantes de toma de rehenes, antes de la masacre: el asalto a la casa de la familia Bauer, en Villa Adelina. Puse en práctica lo que habían explicado en ese curso afirmó el fiscal. Al grupo GEO lo ubiqué a una cuadra, para que controlara que nadie entrara en la zona de conflicto.Toda la resolución operativa la dejé en manos de los especialistas, el grupo Halcón. Conformé un comité de crisis con el jefe del operativo policial, el negociador y una persona de mi confianza, el fiscal adjunto, y yo era informado a la distancia. El periodismo quedó ubicado detrás del vallado, hasta que la situación indicaba que se resolvía: los asaltantes pedían para entregarse la garantía de las cámaras. Entonces se llamó a uno de los medios. La crisis fue resuelta. En el caso de Ramallo, donde el grupo era más pesado y tenía una organización mediocre, pero organización al fin, los medios deberían haber estado a más distancia. Pero, como en Villa Adelina, no hacía falta una ley para ponerlo en práctica.Para Sofía Tiscornia, colaboradora del CELS y directora del equipo de Antropología Política y Jurídica de la UBA, el proyecto en sí es un disparate. Si tuviésemos una Justicia eficiente, que tenga muy claro la forma de procedimiento y las garantías, con una policía que cumpla su función eficiente y dentro de las leyes, el trabajo de la prensa estaría muy acotado. Pero no es lo que pasa en este país. Al contrario, lo único que se logra con semejante proyecto es oscurecer lo que ocurre en estos hechos, donde no existen complicidades de policías y jueces, y donde la prensa es la única que saca a la luz los hechos. Otra cuestión es discutir la forma en que se conduce la prensa, pero su presencia, en este país, cumple un rol fundamental. De no existir este periodismo, viviríamos en un estado de oscurantismo.
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